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Begoña Villacís

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Por todos es sabido que cierta parte de la izquierda más radical se distingue por lucir su tradicional ojeriza por el patrono/ empresario/ inversor/ explotador

Foto: Wanda Madrid ha adquirido el Edificio España en Madrid. (EFE)
Wanda Madrid ha adquirido el Edificio España en Madrid. (EFE)

Ninguno crecemos sin ciertos efectos secundarios y cada uno de nosotros tiene sus viejas y legítimas obsesiones. De hecho, yo también tengo las mías propias. Lo malo es cuando las obsesiones se convierten en una piedra en el camino de otros. Por todos es sabido que cierta parte de la izquierda más radical se distingue por lucir su tradicional ojeriza por el patrono/ empresario/ inversor/ explotador. Ser rico es malo, patrono es sinónimo de explotador y, como hasta la mismísima Bruja Avería repetía a toda una generación de niños, “¡viva el mal, viva el capital!”. Como es por todos sabido, el empresario se levanta todas las mañanas barajando distintas fórmulas para martirizar a sus empleados, de forma cómplice los mercados se ufanan en jugar al parchís con vidas humanas, y aquello de la cuenta de resultados es una mera anécdota al lado de todo lo anterior.

En Madrid, a todos nos vienen rápidamente a la cabeza el nombre de determinadas empresas que podemos citar como grandes paradigmas del capitalismo, grandes superficies que atienden las ansias consumistas de los ciudadanos. Que atienden tanto los quiero y los puedo como, los hoy más que nunca, quiero y no puedo.

Pero hoy en Madrid, más que nunca, se demuestra que no es oro todo lo que reluce. No es de extrañar que en los últimos años, y de manera generalizada, las antaño pobladas plantillas de las que estas empresas sacaban pecho, se hayan visto mermadas hasta la extenuación. Los ERE, los ERTE, los cierres de empresas, las reducciones salariales masivas, los descuelgues de convenios colectivos, los concursos de acreedores... se han convertido en el pan nuestro de cada día. Y no es el pan del que han tenido que comer únicamente las pequeñas y medianas empresas y los autónomos. No se me ocurre ni un solo antiguo bastión del consumismo que no haya acudido a algunas de estas fórmulas, asfixiado por las deudas o la cuenta de resultados. Miles de trabajadores despedidos y locales vacíos después. Las antiguas obsesiones pueden llegar a nublar la visión de las indecentes colas de paro de hoy.

No seré yo quien diga que no hay que controlar a las empresas. Pero lo que no se puede obviar, en ningún momento, es su papel como generadoras de empleo

Últimamente repito mucho que Madrid ya no es una tierra de oportunidades. Pero creo no equivocarme cuando hago referencia a las alergias que en algunos provocan la visión de las potentes luces, los dorados, la saturación de productos y el perfecto maquillaje de la dependienta de turno. Vamos, todo aquello que tiene pinta de ser “lujo” y, al parecer, origen de todos los males.

No seré yo quien diga que no hay que controlar a las empresas, el trato que dan a sus trabajadores, las condiciones de contratación y, por supuesto, su forma de rendir cuentas al fisco. De hecho, no es para mí nuevo criticar los tramposos tejemanejes de alguna de estas mercantiles. Pero lo que no se puede obviar, en ningún momento, es su papel como generadoras de empleo y revitalizadoras de una economía maltrecha. No se puede poner el foco en segarles la hierba debajo de los pies, en inventar formas de complicar su día a día y perjudicar su cuenta de resultados.

Alejar la inversión, hacer menos rentable el funcionamiento de una empresa, no es la mejor forma de alentar la creación de empleo

Sin lugar a dudas, que a una multinacional le vaya mal no supone un triunfo, sino un problema, porque el dinero que el Ayuntamiento se está llevando de más, mediante una subida del IBI para “grandes superficies” (“los ricos”), o una subida del Impuesto de Actividades Económicas, (impuesto que, no sé si saben, se puede llegar a pagar hasta teniendo pérdidas), no provoca sino una salida de tesorería que habrá de cuadrarse en caja, seguramente a costa de reducir el coste salarial, o dicho de forma mucho más clara, a través de despidos. Porque aumentar el Impuesto de Construcciones y Obras, sólo porque Wanda (el inversor) y otros, también tendrán que pagarlo, no parece una reflexión muy certera y profunda, sino más bien otra suerte de excusa para quien se esté planteando no invertir en Madrid.

Hay quien está esperando que se materialice el rejonazo para abrir la botella de champán - bueno, de cava catalán - y yo digo que patinan si piensan que hay que aplaudir esos gestos. Alejar la inversión, hacer menos rentable el funcionamiento de una empresa, no es la mejor forma de alentar la creación de empleo. Madrid no progresará haciendo que las multinacionales pongan pies en polvorosa y se busquen otros lares para instalarse. Que los encontrarán. Seguro.

Ninguno crecemos sin ciertos efectos secundarios y cada uno de nosotros tiene sus viejas y legítimas obsesiones. De hecho, yo también tengo las mías propias. Lo malo es cuando las obsesiones se convierten en una piedra en el camino de otros. Por todos es sabido que cierta parte de la izquierda más radical se distingue por lucir su tradicional ojeriza por el patrono/ empresario/ inversor/ explotador. Ser rico es malo, patrono es sinónimo de explotador y, como hasta la mismísima Bruja Avería repetía a toda una generación de niños, “¡viva el mal, viva el capital!”. Como es por todos sabido, el empresario se levanta todas las mañanas barajando distintas fórmulas para martirizar a sus empleados, de forma cómplice los mercados se ufanan en jugar al parchís con vidas humanas, y aquello de la cuenta de resultados es una mera anécdota al lado de todo lo anterior.

Ayuntamiento de Madrid Concurso de acreedores