Mirada libre
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Las calles de Madrid
Los socialistas de hoy, bisnietos de los de la Guerra Civil, sacan el fantasma del franquismo para dividir a los madrileños y para, con esa arrogancia moral de la izquierda, repartir credenciales de demócratas
La experiencia de los últimos tiempos nos demuestra que, cuando los socialistas se quedan sin propuestas y quieren llamar la atención de los ciudadanos, desempolvan el fantasma de Franco en alguna de sus formas. Eso es lo que han vuelto a hacer la pasada semana en el Ayuntamiento de Madrid, esta vez con su pretensión de volver a cambiar nombres de calles madrileñas que a ellos les parece que tienen reminiscencias franquistas.
Hay que señalar que este tipo de maniobras es una desdichada aportación de Zapatero a la vida política, que alcanzó su cénit en la malhadada Ley de la Memoria Histórica. Porque los socialistas de la Transición, cuando alcanzaron poder municipal -y en Madrid fue muy pronto, en 1979-, impulsaron el cambio de nombres de calles que rememoraban inequívocamente a protagonistas del golpe del 18 de julio y de la dictadura y que, además, habían sustituido nombres anteriores, muchos de ellos con antigua solera en nuestra ciudad. Pero una vez hechos estos cambios, se olvidaron del asunto y no volvieron sobre ello, y eso que gobernaron Madrid 10 años.
Aquello fue hace más de 30 años y lo llevaron a cabo socialistas y comunistas que, por edad y por experiencia, conocían mucho más del franquismo que los de la generación de Zapatero, y muchísimo más que los de la siguiente, que son los que ahora desempolvan este asunto.
Los socialistas pretenden explicar la Guerra Civil como una guerra entre buenos y malos. En la que los buenos fueron muy buenos y los malos fueron muy malos
Los socialistas de hoy, bisnietos de los de la Guerra Civil, sacan el fantasma del franquismo para dividir a los madrileños y para, con esa insoportable arrogancia moral de la izquierda, repartir credenciales de demócratas.
Los socialistas de hoy, como Zapatero y su Ley de la Memoria Histórica, pretenden explicar la Guerra Civil como una guerra entre los buenos -los que estuvieron con el Frente Popular- y los malos -los que se levantaron contra el Frente Popular-. En la que los buenos fueron muy buenos y los malos fueron muy malos, y, además, ganaron.
Esta explicación de la Guerra Civil implica dos consecuencias: que la II República fue un régimen idílico, y que el franquismo fue impuesto por la fuerza a todos los españoles.
Hace 40 años, con muchos de los protagonistas reales de la Guerra Civil vivos, España abordó la difícil tarea de su Transición democrática. Los españoles queríamos dejar de ser una anomalía en Europa. Porque no era normal que hubiéramos tenido tres guerras civiles en poco más de 100 años. De las que, por cierto, la Primera Guerra Carlista no tiene nada que envidiar a la de 1936-39 en crueldad y en número de víctimas.
Los políticos de la Transición, que habían hecho ellos mismos la guerra en cualquiera de los dos bandos, y sus hijos tuvieron especial cuidado en buscar el consenso y la concordia y en evitar todo lo que pudiera enfrentar a los españoles con la saña con que se habían enfrentado apenas 40 años antes.
Los nietos, como Zapatero, y los bisnietos, como algunos socialistas y los de Podemos, han llegado a acusar a los políticos de la Transición de no haber tenido en cuenta la reciente Historia de España y haberse olvidado de la República, de la Guerra Civil y de los años del franquismo. Todo lo contrario, ellos son los que conocían muy bien esa Historia, por eso buscaron el consenso y la concordia.
Cuando la propuesta de cambiar nombres de calles cae ya en la ridiculez es cuando pretende montar una Inquisición que los vaya revisando uno a uno
Ellos sabían que con la historia de ese periodo no valían las simplificaciones y, mucho menos, las falsificaciones. Ellos sabían -los unos y los otros- que la República no había sido un régimen idílico. Ellos sabían que la Guerra Civil había sido un gigantesco fracaso colectivo. Ellos sabían que el franquismo había sido un régimen dictatorial pero que la oposición antifranquista había sido mucho más escasa de lo que estos nietos y bisnietos pregonan. Y ellos sabían que el pasado no se puede variar y que eran estériles los intentos de cambiar el resultado de la Guerra Civil.
Que es lo que subyace detrás de todos estos intentos y maniobras de sacar a pasear el fantasma del franquismo. Y, por cierto, cuando la propuesta de cambiar nombres cae ya en la ridiculez es cuando pretende montar una Inquisición que los vaya revisando uno a uno para dictaminar si el titular de la calle fue más o menos antifranquista o más o menos demócrata. Así llegaríamos a quitarle la calle a Velázquez, por haber sido un entusiasta esbirro de un monarca absoluto, o a Serrano, por haber sido amante de la reina, o a Viriato, por haber sido un obstáculo para la llegada a Hispania de los ilustrados romanos. O a Ortega y Gasset, o a Marañón, o a Pérez de Ayala o a Ramón Gómez de la Serna por haber mostrado alguna vez su apoyo a Franco. Por no hablar de los reyes, soldados (¡pobre Cascorro!), santos, iglesias o presidentes de clubes de fútbol.
La experiencia de los últimos tiempos nos demuestra que, cuando los socialistas se quedan sin propuestas y quieren llamar la atención de los ciudadanos, desempolvan el fantasma de Franco en alguna de sus formas. Eso es lo que han vuelto a hacer la pasada semana en el Ayuntamiento de Madrid, esta vez con su pretensión de volver a cambiar nombres de calles madrileñas que a ellos les parece que tienen reminiscencias franquistas.