Necesidad del gran pacto
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Esperanza Aguirre

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Necesidad del gran pacto

Los tres partidos españoles que defienden la democracia liberal occidental tienen la obligación de hacer lo que sea para evitar que en la política española Podemos sea un factor decisivo

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, (d), y el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, (d), y el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)

La misma noche del 20-D todos fuimos conscientes de que los votos de los españoles habían creado un Congreso de los Diputados muy distinto al que habíamos tenido desde 1977 con la democracia restaurada.

Algunos lo interpretaron como la partida de defunción del bipartidismo. Y no se puede negar que algo de razón tienen porque, al contrario de lo que ha estado pasando desde hace casi cuarenta años, los dos primeros partidos sólo han sumado juntos 213 escaños, cuando casi siempre la suma de sus diputados estaba alrededor de los 300 (en 2011, por ejemplo, sumaron 296). Además, la aritmética parlamentaria deja claro que ninguno de los dos partidos ahora puede formar una mayoría suficiente, ni siquiera con la ayuda de sólo otro grupo.

Esa derrota del bipartidismo es la muestra de un evidente cansancio hacia los dos grandes por parte de sus anteriores votantes. Un cansancio que se ha mezclado con no pequeñas dosis de indignación por los casos de corrupción en que los dos se han visto involucrados.

Esa mezcla de cansancio por las políticas económicas que el último Zapatero y el Rajoy de la pasada legislatura han tenido que tomar para luchar contra la crisis y de indignación por la corrupción han sido el abono para la aparición y crecimiento de los dos partidos que han emergido con fuerza en estas elecciones, Ciudadanos y Podemos. Con sus 40 y 69 diputados respectivamente, unidos a los 2 de Izquierda Unida (ahora con otro nombre) y a los 213 de los dos partidos grandes, hacen 324 diputados, lo que, por cierto, nos enseña que nunca como esta vez los partidos regionalistas y nacionalistas han tenido tan escueta representación en el Congreso.

Podemos, por mucho que sus dirigentes se empeñen en aparecer como socialdemócratas daneses, se propone acabar con el sistema democrático liberal

La aparición de Ciudadanos y de Podemos podría ser considerada como una muestra de la salud democrática de unos ciudadanos que, insatisfechos con los partidos tradicionales, buscan otras opciones para que gobiernen la nación. Lo sería, si no se diera la evidente circunstancia de que Podemos, por mucho que sus dirigentes se travistan y se empeñen en aparecer como socialdemócratas daneses, es un partido que se propone simple y llanamente acabar con el sistema político democrático liberal que nos hemos dado en España y que compartimos con todos los grandes países de Occidente.

Si no hubiera suficientes pruebas en las hemerotecas y en las videotecas de ese desprecio que los podemitas han exhibido siempre hacia la democracia liberal, si no fuera suficiente el arrobo con que siempre han alabado el régimen populista y totalitario de Chávez en Venezuela y la resistencia numantina que siempre oponen a condenarlo, si no cupiera la menor duda de la raigambre totalitaria y marxista de su pensamiento político y de muchas de sus propuestas, si no fuera suficiente todo eso para comprender el carácter de enemigo de la democracia liberal que tiene este partido político, bastaría contemplar la facilidad con que pacta y se alía con todo tipo de formaciones independentistas o antisistema para demostrarlo.

No podemos, con la excusa de limpiar nuestro sistema político, cargarnos ese sistema, que ha demostrado que es el mejor de todos los que se han probado

Y que nadie diga que exagero. Podemos en el poder, lo han dicho antes muchas veces aunque ahora quieran que no se les recuerde, actuaría como Maduro en Venezuela y pretendería acabar con el pluralismo político; también acabaría, por supuesto, con el pluralismo informativo; terminaría con la separación de poderes; y, en general, eliminaría todos los mecanismos que las democracias liberales han creado para impedir la concentración y el abuso del poder, aunque haya sido alcanzado de forma legítima y democrática.

Puede ser comprensible el rechazo de muchos ciudadanos a los dos partidos grandes. De acuerdo. Pero ese rechazo no puede hacer que, como dicen los anglosajones, al querer que se vaya el agua sucia de la bañera, se nos vaya también el niño. Hay que limpiar todo lo que está sucio, hay que condenar a todos los corruptos, pero no podemos, con la excusa de limpiar nuestro sistema político, cargarnos ese sistema, que ha demostrado cumplidamente que es el mejor de todos los que se han probado en la historia de la Humanidad.

El rechazo a los fallos de los grandes no puede acabar por dar la llave de la gobernabilidad de España a un partido que, sin ambages ni disimulos, pretende acabar con el sistema democrático. Sería sencillamente aberrante. Los tres partidos españoles que defienden la democracia liberal occidental tienen la obligación de hacer lo que sea para evitar que en la política española Podemos sea un factor decisivo. Y cuando digo hacer lo que sea me refiero a hacer los sacrificios y cesiones personales que sean necesarios para conseguir ese acuerdo de regeneración que evite dar el protagonismo a los que, como sabemos de sobra, quieren la destrucción de nuestro sistema de convivencia para sustituirlo por un régimen populista, totalitario y, además, desintegrador de la vida nacional.

La misma noche del 20-D todos fuimos conscientes de que los votos de los españoles habían creado un Congreso de los Diputados muy distinto al que habíamos tenido desde 1977 con la democracia restaurada.

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