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Erradicar el odio

La incalificable orden de quitar la lápida en recuerdo de ocho carmelitas fusilados por milicianos el 18 de agosto de 1936 en Madrid no es solo una muestra de ignorancia, sino de sectarismo

Foto: El ayuntamiento repuso la lápida aduciendo un "error interno". (EFE)
El ayuntamiento repuso la lápida aduciendo un "error interno". (EFE)

El pasado 29 de enero, unos operarios a las órdenes del Ayuntamiento de Madrid, y luego veremos quién les dio las órdenes, se fueron a la tapia del Cementerio Parroquial de Carabanchel y, sin siquiera avisar a la Iglesia, que es la propietaria de ese camposanto, arrancaron la lápida que recordaba a ocho jóvenes religiosos carmelitas (con edades entre los 18 y los 23 años) que, después de haber sido expulsados de su convento en Castellón y haberse escondido en Madrid, fueron fusilados por milicianos contra la tapia de ese cementerio el 18 de agosto de 1936.

Lo de menos ahora es que el propio ayuntamiento, ante la alarma social y moral que ha creado en la sociedad madrileña un acto de esta incalificable villanía, haya ordenado recolocar la lápida. Lo más importante es contestar a la pregunta de cómo se puede llegar a ordenar eso.

La respuesta que los jerarcas del ayuntamiento han dado es que se trataba de cumplir con la Ley de Memoria Histórica y que, por un error, se habían llevado por delante esa lápida. Pero ¿cómo, en una materia tan delicada como es la aplicación de esa nefasta ley, se puede producir un error de tal calibre? ¿Cómo alguien puede ordenar la retirada del recuerdo de unas víctimas absoluta y evidentemente inocentes del huracán de odio que se desató en la Guerra Civil como eran esos chicos (y les invito a que vean las fotos de esos desdichados, porque hay una bondad en sus miradas que enternecería a cualquier persona decente)?

En el Ayuntamiento de Madrid, se han puesto en manos de una sedicente cátedra de la memoria histórica, que dirige una hijastra de Fidel Castro, que ni es historiadora ni es catedrática

La respuesta es tremendamente alarmante. Se ordena la retirada de esa lápida (como se van a ordenar muchas más) por una mezcla de ignorancia, de sectarismo y, lo peor de todo, de odio.

Es pavorosa la ignorancia que acumulan los jerarcas de Podemos en el ayuntamiento sobre la Guerra Civil. Se han puesto en manos de una sedicente cátedra de la memoria histórica, que dirige una hijastra de Fidel Castro (¡que ya son ganas de elegir bien a los asesores!), que ni es historiadora ni es catedrática (es periodista y profesora de Historia de la Comunicación Social en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense). Y esta sedicente cátedra maneja, como base de los consejos que quiere dar al ayuntamiento para que sean eliminados todos los vestigios de franquismo que pueda haber en la ciudad de Madrid, un informe de Antonio Ortiz Mateos sobre la pervivencia del franquismo en el callejero madrileño. Este informe, que como obra historiográfica podría ser objeto de innumerables críticas, se ocupa inquisitorialmente de encontrar alguna relación de los titulares de calles y plazas con el franquismo. Y le salen casi 300. Pero no sé cómo no le salen más. Porque, de una u otra forma, son muchísimos más los españoles que tuvieron alguna relación con el régimen de Franco y ahora tienen calle en Madrid. Basta con recordar cómo los tres prohombres más significados de la Agrupación al Servicio de la República (Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala) apoyaron a Franco desde fuera de España y hasta enviaron a sus hijos a luchar voluntarios con el ejército llamado 'nacional'. ¿También les van a quitar sus calles y plazas?

Escarbar en heridas para ver si rebrota el odio de unos contra otros es lo que ha hecho la malhadada Ley de Memoria Histórica y lo que subyace en su espíritu

Pero la incalificable orden de quitar la lápida de los pobres carmelitas no es solo una muestra de ignorancia, sino de sectarismo. Al quitar ese recuerdo de un atroz asesinato cometido por milicianos de izquierda, parece como si los jerarcas del Ayuntamiento de Madrid quisieran que se olvidaran las atrocidades cometidas por los que consideran sus correligionarios. Y es que ellos son de los que creen que la Historia de España desde 1923 a 1975 es una historia de buenos y malos. Los buenos muy buenos son los de izquierdas, como ellos, y los malos muy malos son los de derechas. Ellos son incapaces de entender que las cosas ni fueron así ni pueden seguir siendo explicadas así. Aquello fue un fracaso colectivo, del que, afortunadamente, salimos en la Transición con la Constitución del 78. Una Constitución que podrá tener fallos, que podrá ser reformada en algunos aspectos, pero que nadie podrá superar en su aspiración a la concordia y a la reconciliación de todos los españoles. ¡Ay del que se cargue ese espíritu! Tendrá la terrible responsabilidad de haber llevado a los españoles a enfrentamientos que parecían enterrados hace décadas.

Y resucitar esos enfrentamientos, escarbar en heridas para ver si rebrota el odio de unos contra otros, es lo que ha hecho la malhadada Ley de Memoria Histórica y lo que subyace en su espíritu, por más que bienintencionadamente queramos encontrar en ella algún aspecto positivo. Una ley que el Partido Popular tenía que haber derogado, que para eso ha tenido 186 diputados. Esa ley es una enmienda a la totalidad de la reconciliación del 78. Es una enmienda a la totalidad de todos los esfuerzos que, ya desde los mismos años de la Guerra Civil, se han hecho para acabar con los enfrentamientos cainitas entre españoles, que, cada uno desde sus ideas, lo único que querían y quieren es lo mejor para España. Es una enmienda a la totalidad al discurso de Azaña del 18 de julio de 1938, el de “paz, piedad, perdón”. Es una enmienda a la totalidad a la declaración del Comité Central del Partido Comunista de España de julio de 1956 en que los comunistas proclaman que ha llegado la hora de olvidar las querellas que habían llevado a la guerra y de alcanzar la reconciliación nacional.

Cuando ya casi no quedan protagonistas directos de la Guerra Civil, cuando los que quedan hace décadas que se han reconciliado con los que fueron sus adversarios, cuando la inmensa mayoría de los protagonistas de la vida política española actual son ya, como mínimo, nietos de los combatientes, cuando sería la hora de mirar la Historia como 'maestra de vida' para encontrar en ella los modelos a imitar y los ejemplos a evitar, escarbar en el odio es profundamente irresponsable, y no me cabe la menor duda de que todos los que sigan por esta senda del odio están llevando a la sociedad española por el camino que estaba superado del enfrentamiento y del encono. Como esos jerarcas del ayuntamiento -y aquí meto a la misma alcaldesa- que han sido capaces de retirar la lápida de los carmelitas y que, si el sentido común y el espíritu de reconciliación no lo impiden, van a seguir cometiendo tropelías.

Y otro día hablaremos de los titiriteros, que es un asunto que tiene mucho que ver con todo esto.

El pasado 29 de enero, unos operarios a las órdenes del Ayuntamiento de Madrid, y luego veremos quién les dio las órdenes, se fueron a la tapia del Cementerio Parroquial de Carabanchel y, sin siquiera avisar a la Iglesia, que es la propietaria de ese camposanto, arrancaron la lápida que recordaba a ocho jóvenes religiosos carmelitas (con edades entre los 18 y los 23 años) que, después de haber sido expulsados de su convento en Castellón y haberse escondido en Madrid, fueron fusilados por milicianos contra la tapia de ese cementerio el 18 de agosto de 1936.

Ayuntamiento de Madrid Memoria histórica