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El niño y el agua de la bañera
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El niño y el agua de la bañera

Los británicos y los españoles, indignados con el funcionamiento de algunas instituciones, deben elegir entre reforma y ruptura cuyas consecuencias nadie puede prever

Foto: Papeleta del referéndum del 23 de junio en el que los británicos escogerán entre permanecer o salir de la Unión Europea. (Reuters)
Papeleta del referéndum del 23 de junio en el que los británicos escogerán entre permanecer o salir de la Unión Europea. (Reuters)

En la semana que hoy empieza van a darse dos citas con las urnas que tienen en común más de lo que parece a primera vista. El jueves 23 los británicos votarán en un referéndum en el que se les pregunta si quieren seguir en la Unión Europea o si prefieren marcharse. Y el domingo 26 los españoles votaremos, por segunda vez en seis meses, a nuestros representantes en el Congreso y en el Senado.

¿Y qué pueden tener en común dos votaciones que, por la materia que se dirime y por los países en que se celebran, son aparentemente tan dispares como éstas?

La principal característica que comparten estas dos citas electorales es que, entre los ciudadanos llamados a las urnas en el Reino Unido y en España, existe un indisimulable estado de malestar hacia el funcionamiento de algunas de las Instituciones que regulan la vida política de los dos países.

Hoy son bastantes los ciudadanos y políticos británicos profundamente críticos con el funcionamiento de las instituciones de la Unión Europea. Hay que tener en cuenta que Gran Bretaña es el país de mayor tradición y solera democráticas y que allí a los ciudadanos les molesta, les inquieta y les fastidia enormemente perder el control sobre sus representantes y sobre la marcha de las Instituciones que pagan con sus impuestos. En definitiva, los británicos son unos defensores acérrimos de lo que llaman la 'accountability' de todas las actividades de sus políticos y de sus funcionarios. Para un ciudadano del Reino Unido la 'accountability', que podemos traducir como el compromiso estricto de rendir cuentas de lo que se hace, es no solo una obligación de los servidores públicos, sino un derecho fundamental de cualquier ciudadano.

Ese celo que los británicos ponen en controlar a sus políticos me parece admirable y es otra de las causas de la sana envidia que su manera de entender la política me provoca.

A muchos británicos no les gusta que los burócratas de Bruselas tomen decisiones que después resultan trascendentales en sus vidas sin que puedan controlarlos como controlan a sus políticos en Westminster. Y no les gusta eso porque consideran que así pierden control sobre su soberanía.

Y tienen una gran parte de razón, que podemos compartir muchos europeos no británicos.

Pero, ¿la solución es el Brexit, es irse de la Unión Europea, esa institución que, pese a sus fallos, tanto ha hecho por la paz, la libertad y el progreso de los europeos, en la que los 'british' llevan casi cincuenta años y provocar una crisis económica, política y social de consecuencias imprevisibles pero muy graves? ¿No sería más sensato y lógico dar, en unión de todos los europeos que también somos críticos con el funcionamiento de la Unión, la batalla por su reforma en profundidad, antes que romper la baraja de forma unilateral?

Podemos pretende la ruptura con el marco de convivencia que nos dimos los españoles en la Constitución de 1978

Pues bien, la situación ante las elecciones generales de España es muy parecida. También aquí hay hoy muchos ciudadanos que, legítimamente, están muy descontentos –por no decir indignados- con el funcionamiento de algunas de nuestras instituciones políticas. Especialmente, aunque no sólo, ese descontento tiene como objeto a los políticos y a los partidos políticos, y los casos de corrupción en que se han visto envueltos.

Este descontento, entre otras, es la razón del crecimiento de un partido político, Podemos, que, aunque en los últimos tiempos intente disimularlo, pretende la ruptura con el marco de convivencia que nos dimos los españoles en la Constitución de 1978. Una Constitución que, de forma admirable, cerraba más de medio siglo de convulsiones y anomalías en la historia de España.

Podemos, como los partidarios del Brexit, rechazan la posibilidad de reformar las instituciones y preconizan una ruptura cuyas consecuencias nadie puede prever. Aunque el caso español es mucho más preocupante porque el modelo de los del Brexit es la recuperación –más o menos quimérica- de una Gran Bretaña, aislada pero grande, mientras que el modelo que Podemos tiene para España es el viejísimo comunismo ataviado con los ropajes del populismo venezolano.

Las dos situaciones, la británica y la española, me recuerdan la metáfora del agua sucia de la bañera donde bañamos a un niño. Hay que cambiar el agua, sin duda, pero hay que hacerlo con cuidado para que el niño no se nos vaya también por el desagüe.

Es imprescindible, ineludible y urgente cambiar el agua sucia que se ha acumulado en las instituciones europeas y en las españolas, pero sería una catástrofe que, al cambiar el agua, se fueran con ella dos niños que tanto ha costado crear, la Unión Europea y el régimen constitucional español.

Por eso, todos los europeos –no sólo los británicos- tenemos que impulsar la reforma de la Unión, y todos los partidos constitucionalistas españoles tenemos que defender inequívocamente nuestro marco constitucional frente a los que quieren cargárselo. Y la manera de defenderlo es afrontar con urgencia drásticas medidas de regeneración, como exigen los ciudadanos.

En la semana que hoy empieza van a darse dos citas con las urnas que tienen en común más de lo que parece a primera vista. El jueves 23 los británicos votarán en un referéndum en el que se les pregunta si quieren seguir en la Unión Europea o si prefieren marcharse. Y el domingo 26 los españoles votaremos, por segunda vez en seis meses, a nuestros representantes en el Congreso y en el Senado.

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