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El futuro era recibir en media hora el libro que no leerás hasta dentro de 5 años
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Héctor G. Barnés

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El futuro era recibir en media hora el libro que no leerás hasta dentro de 5 años

La industria del comercio 'online' ha conseguido reducir hasta el delirio el tiempo de espera para recibir cualquier producto, pero, paradójicamente, seguimos sin tener tiempo de nada

Foto: Foto: Reuters/Guglielmo Mangiapane.
Foto: Reuters/Guglielmo Mangiapane.

¿Con qué rapidez necesitamos satisfacer nuestras necesidades? Ser humano consiste en descubrir que con mucha menos de lo que pensábamos. El perro que se agita porque quiere que lo saquen de paseo es incapaz de entender que existe un momento posterior —dentro de diez minutos, dentro de dos horas— en el que su deseo se verá satisfecho, así que se dejará la garganta ladrando. Envejecer es recordar, a base de acumular frustraciones, de que casi nunca se puede conseguir lo que uno desea, pero tarde o temprano se consigue lo que se necesita.

Si el budismo tenía tanto éxito entre los adultos de clase alta agotados de tenerlo todo y tan poco entre los adultos de clase baja que nunca han tenido nada es porque la gran lección que aprende el 'yuppie' insatisfecho tras años de excesos es que somos más felices eliminando deseos que satisfaciéndolos todos. Ni el pobre proletario ni el asalariado de clase media (es decir, media-baja) había vivido la experiencia de chasquear los dedos y que se materialice ante él su objeto de deseo, así que no necesitaba que el budismo le recordase que eso era veneno para el alma.

Es la promesa de recuperar parte de todo ese tiempo que nos roban cada día, un pequeño ajuste de cuentas con el universo

Eso era así hasta hace relativamente poco, cuando el comercio 'online' ha democratizado (como si la democracia tuviese que ver con el consumo privado) saber qué se siente al acortar hasta el delirio la distancia temporal entre el deseo y su cumplimiento. La industria de externalización de marrones, como he denominado en alguna ocasión a todos esos atajos que nos invitan a sentirnos bien pagando para que los demás hagan el trabajo sucio por nosotros, se basa esencialmente en intentar que a uno no se le pase el calentón entre que desea algo y lo adquiere. Cada segundo que pasa es un consumidor menos.

Estos días Casa del Libro va a comenzar a ofrecer un servicio de reparto urgente a través de Glovo, pero es solo un ejemplo más de la larga lista de productos a domicilio que han explotado a raíz de la pandemia. Es una grandísima idea y, como todas las grandes ideas —como las naves espaciales, el teléfono o la bomba atómica—, es fantástica y terrible al mismo tiempo. Lo confieso: en más de una ocasión he soñado con poder conseguir un libro en cuestión de minutos, para documentar un artículo que tenía que salir al día siguiente, por ejemplo, o simplemente, porque sí.

placeholder Foto: Reuters/Benoit Tessier.
Foto: Reuters/Benoit Tessier.

Para la mayoría de la población, comprar un libro raramente es tan urgente como puede serlo meterse entre pecho y espalda un rollito de primavera acompañado por un táper de cerdo agridulce, ese pionero de la satisfacción inmediata del impulso reptiliano por el glutamato. Seamos sinceros. Nadie va a utilizar Glovo para pedir un libro por una necesidad imperiosa de culturizarse, sino por ventilar rápidamente los regalos navideños. No es el qué, es el cómo. Es la promesa de recuperar parte de todo ese tiempo que nos roban cada día. Un pequeño ajuste de cuentas con el universo.

El problema es que aún no hemos encontrado a ese ladrón de nuestro tiempo. Eso sí, tenemos una larga lista de candidatos: tu empresa, tu jefe, el teléfono móvil, tu pareja, la serie tonta de moda, tu hijo, los datos del coronavirus, tu madre, el vídeo de un perro despertándose de la siesta, el capitalismo, el comunismo, cualquier cosa… menos uno mismo.

Leerte una pizza sin que se enfríe

Me autocito: "La aceleración de la vida ha terminado provocando una situación paradójica en la cual debemos trabajar más para ganar más dinero que nos permita pagar más servicios que nos ayuden a ahorrar el tiempo que no tenemos porque estamos trabajando mucho". Con lo que no contaba entonces es que una pandemia conseguiría proporcionar una justificación moral adicional a la satisfacción del deseo a distancia. El eslogan "Quédate en casa" es, entre otras cosas, la mejor campaña publicitaria que los grandes del comercio 'online' han tenido nunca, y se la han hecho desde el Gobierno y las administraciones públicas.

Queremos recibir rápidamente el libro porque pensamos que eso nos dará más tiempo para leer

Lo llamativo del nuevo 'delivery' es que intenta dar respuesta a un tiempo muy diferente al de los productos con los que nacieron esta serie de servicios, es decir, la comida a domicilio que satisfacía una necesidad básica, urgente y repetitiva (tenemos la mala costumbre de zampar al menos tres veces al día). El tiempo del libro es un tiempo de largo consumo, como atestiguan las decenas de libros a medio leer que tenemos por casa. Lo cual quiere decir que si con la comida rápida apenas teníamos tiempo para darnos cuenta de que estábamos ya llenos, con la literatura lo más natural es que arruguemos el morro antes de llegar a la página 10.

Pedir un libro y que te llegue en 30 minutos es convertir en Tinder lo que en realidad es Meetic. La urgencia por poseer entra en contradicción con la larga y en ocasiones fatigosa carga que es acabar un libro. Pero esta paradoja parte de una de las contradicciones tan propias de nuestra era: queremos recibir rápidamente el libro porque pensamos que eso nos dará más tiempo para leer. Sabemos que no es así. El problema de nuestra relación con el tiempo es que cuando subcontratamos nuestros marrones para tener más tiempo libre, el resultado termina siendo el opuesto: no ganamos tiempo, sino que lo rellenamos con más basura.

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Foto: Reuters/Kim Hong-Ji.

Así que no es más que una promesa de Año Nuevo, el impulso del urbanita frustrado que dice "hoy sí, hoy toca leer". La diferencia entre los amantes y las personas es que estos no tienen la costumbre de marcharse del dormitorio por la mañana, sino que se quedan hasta que alguien los saque de ahí. Es una relación de amor de larga duración, salvo aquellos libritos de bolsillo de Alianza que costaban 20 duros. Llegar hasta el final de un libro no requiere tanto enamorarse del autor como aprender a aguantarlo en la salud y en la enfermedad, en los capítulos brillantes y en los pasajes farragosos.

Paradójicamente, lo que el consumo actual ha logrado es acabar con el deseo. No es que seamos animales buscando constantemente que nos saquen de paseo, es que vivimos en un campo de oportunidades donde nos hemos aburrido de tener todo a nuestra disposición. Ya no sentimos el cosquilleo de acceder a algo con lo que hemos fantaseado durante meses, sino que nos sentamos a ver o pedir algo que hemos descubierto cinco minutos antes, devoramos en dos horas y olvidamos al instante. El tiempo ha desaparecido, y con él, el anhelo. Somos Buda empachado.

El comercio 'online', privado y nada igualitario, se basa en que el tiempo de todas las personas no tiene el mismo valor

En 'Cómo ser anticapitalista en el siglo XX' (Akal), uno de esos libros que sí pueden leerse en menos de lo que uno tarda en ver 'Lawrence de Arabia', el añorado Erik Olin Wright defiende las bibliotecas como una de las utopías realizadas del mundo moderno. "Los libros de una biblioteca se racionan de acuerdo con el principio profundamente igualitario de que un día en la vida de todas las personas es de igual valor", escribe en su libro póstumo. "Una biblioteca bien dotada de recursos utilizará entonces la longitud de la lista de espera como indicador de la necesidad de pedir más ejemplares de un libro. Las bibliotecas constituyen por lo tanto un mecanismo de distribución que encarna el ideal igualitario de proporcionar a todos el mismo acceso a los recursos necesarios para llevar una vida próspera".

El problema se encuentra en que el comercio 'online', privado y nada igualitario, elimina ese acto de democracia que es que todos esperemos por igual y, sobre todo, nos recuerda que el tiempo de todas las personas no tiene el mismo valor. Solo hay una solución: que todos volvamos a aprender a esperar.

¿Con qué rapidez necesitamos satisfacer nuestras necesidades? Ser humano consiste en descubrir que con mucha menos de lo que pensábamos. El perro que se agita porque quiere que lo saquen de paseo es incapaz de entender que existe un momento posterior —dentro de diez minutos, dentro de dos horas— en el que su deseo se verá satisfecho, así que se dejará la garganta ladrando. Envejecer es recordar, a base de acumular frustraciones, de que casi nunca se puede conseguir lo que uno desea, pero tarde o temprano se consigue lo que se necesita.

Comida a domicilio Trabajo Glovo