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Mitologías
Por
Hay que detener al hombre que se equivoca en todo antes de que arruine España
¿Y si nos estamos inventando dramas? ¿Y si el debate público se está centrando en problemas que no tenemos? ¿Es nuestra vida una sucesión implacable de no-polémicas?
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Hay un hombre que no tiene la razón en España. Es el que se ha ofendido ante el cartel de 'Madres paralelas', el que insultó a Simone Biles cuando se retiró, el que no quiere vacunarse y el que se pone la mascarilla con la nariz por fuera. Es el negacionista de las vacunas y el censurador, el que se indigna ante cosas por las que nadie se ha indignado. Es la persona de la que todo el mundo habla, aunque tal vez ni siquiera exista. Es el hombre que se equivoca en todo. No soy yo, no eres tú.
Por supuesto, si uno dedica un cierto tiempo y esfuerzo a encontrar a esa persona que mantiene alguna de las opiniones anteriormente expuestas, lo va a encontrar. Una de las maravillas de la era de las redes sociales es que siempre es posible encontrar a algún idiota manteniendo alguna opinión estúpida que refuerce nuestra tesis de que la gente no tiene ni idea. Otra de las excepcionalidades de nuestra era es haber llevado al centro del debate a esos exabruptos machistas y racistas que en otras circunstancias no habrían trascendido la barra del bar. Marcan agenda. La gente debate sobre ellos. Hemos encontrado al tonto útil.
Necesitamos buscar opiniones que se salgan del consenso para mostrar nueva virtud
En las últimas semanas me he encontrado algún que otro ejemplo que corrobora esta fascinación que sentimos por buscar, identificar y vocear la opinión controvertida y ofensiva, tal vez porque es un aburrido verano y necesitamos echarle un poco de picante. Muy pocas personas piensan de verdad que Biles es una floja por retirarse, pero sí he visto infinidad de mensajes criticando a los que critican a la gimnasta. La respuesta antes que la pregunta, la reacción antes que la acción. Convertir en general lo excepcional.
Otro ejemplo es el del sorprendente momento en el que se puso sobre la mesa la posibilidad de obligar a la gente a vacunarse en España, uno de los países donde más dispuesta está la gente a pincharse. Como muy bien observaba mi compañero Antonio Villarreal, importar esta medida que puede tener sentido en países donde la cobertura se ha estancado es abrir un debate que no es tal. Fernando Simón añadía días después que tampoco estaba a favor de la medida porque no era un verdadero problema en España y, además, nos quitaba armas para un hipotético momento posterior en el que pudiese resultar útil. Pues tenía razón.
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¿Y si nos estamos inventando dramas? ¿Y si el debate público se está centrando en problemas que no tenemos? ¿Es nuestra vida una sucesión implacable de no-polémicas que dicen menos de esos hombres de paja que supuestamente nos rodean que de nosotros mismos, que de esa manera reforzamos positivamente nuestra imagen de tipos majos que apoyamos la salud mental (en la práctica ya es otra cosa), nos vacunamos sin dudarlo y respetamos a los demás? ¿Hemos dejado que ese hombre que se equivoca en todo sea quien decida de lo que debatimos, mientras las grandes cuestiones se olvidan y el futuro nos arrasa?
Una hipótesis: siempre existe y existirá la gente que defiende posiciones que se salen del consenso social, entendido como todo aquello en lo que nos podemos y debemos poner de acuerdo (consenso social es que el odio a las minorías es moralmente reprobable, por ejemplo). Sin embargo, nunca antes habían determinado tanto nuestro marco mental 'lakoffiano'. Anticipamos el disenso antes de que ocurra, pensamos en ese alguien que pensará de manera diferente. El elefante no existe. Lo hemos creado nosotros, como una hiperstición.
Debatir lo que ya se había superado hace décadas es dar un paso atrás
Porque una de las cosas que hemos comprobado es que se puede crear un programa político a partir de la reivindicación de lo socialmente tabú, como ha ocurrido con Vox. Una lógica perversa sugiere que la gente se hace racista porque se combate el racismo, como si la intolerancia ante la intolerancia sirviese para justificar la defensa de ideas racistas o sexistas. Pero lo que sí es cierto es que colocar en el centro del debate aquellas opiniones y argumentos que se habían superado hace décadas es dar un paso atrás, volver a abrir las compuertas a debates zanjados. No es que nos hayan conquistado los bárbaros, es que les hemos abierto las puertas porque su vulgaridad nos ofrece en espejo una versión más bella de nosotros mismos.
La falsa polarización
Una de las consecuencias de esta dinámica es la sensación de que cada vez estamos más polarizados. No solo eso, sino que ya resulta imposible ponerse de acuerdo incluso en las cuestiones más elementales. Hay que volver a negociar todo. Por eso tenemos la sensación de que vivimos en un país, una sociedad y un planeta más dividido que nunca, porque dedicamos demasiado tiempo en buscar y promocionar los discursos más extremistas (pero minoritarios, como tendemos a olvidar) hasta que un buen día los vemos nuevamente legitimados.
Necesitamos que alguien esté siempre equivocado, porque es lo que nos da la razón
¿Y si en realidad esa polarización no fuese real? El sesgo de falsa polarización señala que tendemos a sobrevalorar el nivel de desacuerdo entre los que defienden ideas políticas contrarias a las nuestras, a pensar que los demás mantienen ideas más extremas y que la imagen que tienen de nosotros es negativa. Como aseguraba un artículo del 'Harvard Business Review', "la tendencia a asumir que los demás nos odian más de lo que realmente lo hacen es un fenómeno psicológico universal, producido no por ningún contexto político específico, sino por una mentalidad natural de 'nosotros' contra 'ellos'".
El resultado es irónico, prosiguen los autores, porque produce aún más polarización, ya que eso que pensamos sobre los demás nos reafirma en nuestras propias posiciones. Así visto, necesitamos que alguien esté siempre terriblemente equivocado, porque es lo que nos da aún más la razón. Incluso en temas en los que no hace falta, porque solían generar consenso. En un estudio publicado hace unos años en la revista 'Nature', España era el país, después de Puerto Rico, donde este efecto era más acentuado.
Quick! Quick! Somebody on the internet is wrong! pic.twitter.com/4XKrFwTlRb
— Steven Digby (@Azven) August 11, 2021
El resumen del estudio resulta muy oportuno para la próxima vez que estemos tentados en soñar con intolerantes artificiales en nuestra búsqueda de la rectitud moral: "Este estudio demuestra que las inexactitudes en las metapercepciones grupales son un fenómeno generalizable a escala internacional, en la medida en que los individuos que se identifican con un grupo definido sobreestiman ampliamente la negatividad de las opiniones mantenidas por la gente de fuera de su grupo". En aquella legendaria ilustración de xkcd, una mujer le preguntaba a su marido por qué no iba a la cama y este le respondía que estaba haciendo algo importante: "Hay alguien equivocado en internet". Hoy todos nos hemos convertido en esa persona, desvelados para detener al hombre que nunca tiene razón.
Hay un hombre que no tiene la razón en España. Es el que se ha ofendido ante el cartel de 'Madres paralelas', el que insultó a Simone Biles cuando se retiró, el que no quiere vacunarse y el que se pone la mascarilla con la nariz por fuera. Es el negacionista de las vacunas y el censurador, el que se indigna ante cosas por las que nadie se ha indignado. Es la persona de la que todo el mundo habla, aunque tal vez ni siquiera exista. Es el hombre que se equivoca en todo. No soy yo, no eres tú.