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Cuando todas las personas te parecen tóxicas, quizá el tóxico eres tú
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Héctor G. Barnés

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Cuando todas las personas te parecen tóxicas, quizá el tóxico eres tú

Nos preocupamos tanto por encontrar los rasgos que definen a las personas venenosas que hemos dejado de preguntarnos si no seremos nosotros los verdaderamente tóxicos

Foto: Una mujer sentada en un parque de la Barceloneta. (Reuters/Albert Gea)
Una mujer sentada en un parque de la Barceloneta. (Reuters/Albert Gea)

¿Qué estarías dispuesto a perdonar a tu pareja y qué no? ¿Dónde están los límites? ¿El maltrato físico, una infidelidad, una falta de respeto? Bajando de nivel, ¿desentenderse de las labores del hogar, odiar a su familia, imponer sus preferencias? Ninguna pareja negocia estos límites de manera explícita salvo que se vea obligada a hacerlo, ni se sienta a tachar casillas con lo que sí y lo que no, aunque con el paso del tiempo empieza a sospecharse. Otros, sin embargo, van tensando la cuerda hasta que se rompe. O, peor aún, no se rompe y alguien sigue aguantando eternamente.

Para evitar que esto ocurra están las 'red flags', esas "líneas rojas" que se han puesto de moda en forma de meme en las últimas semanas y que resumen todo aquello que no estamos dispuestos a tolerar en una potencial pareja. Creo que todos podemos ponernos de acuerdo en lo que resulta intolerable en todos los casos. El abuso físico (y mental, ¿aunque qué es abuso mental y cómo nos damos cuenta de él?), tal vez unos cuernos (y cada vez menos), etc. Pero incluso lo obvio resulta cada vez más gris.

Nos sentimos bien al ver que no es cosa nuestra, que hay gente así por el mundo

Las "líneas rojas" son una forma irónica y humorística de encontrar esos límites, ya no de manera negociada, sino individual. Algunos ejemplos con los que me he topado por internet: "Que le haga gracia Joaquín [el jugador de fútbol]"; "Que tus amigos digan 'no te avisábamos porque pensábamos que no querías venir, jaja'"; "Shrek 2 no es tan buena"; "Que tus amigos queden con tu pareja en lugar de contigo". Por supuesto, las marcas también se han subido al carro. Andalucía Directo tuiteaba "es que el acento andaluz me gusta pero me cuesta entenderlo"; Netflix publicaba "que te dé una bolsa con piedras", promocionando 'El juego del calamar'; y Lego, que diga "eres demasiado viejo para jugar con Legos".

A mí también me hace gracia el espíritu original del meme, que es el que recoge frases como "el que dice que le gusta la música buena". Es divertido porque lo que hace es estimular nuestros recuerdos sobre esos arquetipos de personas dañinas que hemos conocido. Cuando se caricaturiza a alguien como alguien "que le gusta la música buena", "que prefiere salir con menores de 30" y "que le gustan mucho los libros de Historia de la Segunda Guerra Mundial" sabemos bastante bien a qué clase de persona nos referimos. A esa clase de persona que a lo mejor no querríamos como amigo, mucho menos como pareja.

Nos gusta porque nos damos cuenta de que los demás también se han cruzado con personas parecidas en su recorrido vital, que eso de que hay ciertos rasgos peliagudos no está solo en nuestra cabeza. Hay, no obstante, otros ejemplos que a uno le hacen levantar una ceja. "Que tu pareja quede con tus amigos en lugar de contigo". ¿Perdón? Otro ejemplo: "No le gustan las películas de terror". A este tuit, una avispada usuaria responde: "Creo que no entendéis el concepto de 'red flag'"

Debajo de la coña hay algo sospechoso, que se refleja sobre todo en los comentarios de los más jóvenes, que se educan emocionalmente a base de estos comentarios. ¿De verdad es un límite insalvable que tu pareja quiera quedar algún día con tus amigos en lugar de contigo? ¿Y si más bien la bandera roja es que alguien piense que está mal que prefiera quedar con sus amigos? En otras palabras, ¿cuándo empieza esa voluntad a darse la vuelta y convertirse en una actitud hostil hacia las preferencias de los demás, o sus meras peculiaridades y rarezas? ¿No son estos límites arbitrarios (si no te gusta el cine de terror no te ajunto) un comportamiento alarmante de por sí?

Juzgamos a los demás a partir de un solo rasgo, y así reducimos su complejidad

Sospecho que al Premio Nobel Daniel Kahneman le daría un jamacuco con todo esto. Entre muchas otras cosas, lo que Kahneman ha contado en su obra junto a Amos Tversky es que realizamos juicios sobre los demás de manera precipitada e intuitiva, los conocidos como heurísticos. Son atajos mentales que se centran tan solo en un aspecto de un problema y obvian otros. Por lo general, funcionan, porque no podemos analizar continuamente la realidad de manera lenta y detallada. En otras ocasiones, nos llevan a tomar decisiones precipitadas.

Uno de los ejemplos más conocidos es el de la falacia de conjunción, que Kahneman y Tversky ilustran a partir de la parábola de Linda. "Linda tiene 31 años, está soltera, es honesta y brillante. Estudió Filosofía. Como estudiante, le preocupaban la discriminación y la justicia social, y también participaba en manifestaciones antinucleares" era el enunciado. A continuación, preguntaban a los participantes en el estudio que eligiesen entre dos opciones. Opción 1: Linda es cajera de banco. Opción 2: Linda es cajera de banco y feminista.

placeholder Daniel Kahneman. (EFE/Fernando Alvarado)
Daniel Kahneman. (EFE/Fernando Alvarado)

Obviamente, la mayoría de participantes elegía la opción 2. ¿Por qué obviamente? Porque en la descripción hay ciertas características, como su preocupación por la justicia social y su activismo antinuclear, que nos lleva a pensar que muy probablemente también sea feminista. Sin embargo, es una opinión incorrecta, porque es menos probable que una persona sea dos cosas al mismo tiempo que una sola. Matemáticamente la opción 2 es más improbable, pero nos parece más representativa de esa Linda mental que nos hemos creado que la 1.

¿No es eso exactamente lo que hacemos cuando hablamos de "líneas rojas"? Esto se ve mucho en las personas que utilizan aplicaciones para ligar y terminan aburridas porque, pasado un tiempo, terminan encontrando iguales a todos los candidatos. El típico pesado, el típico flipado, el típico aburrido, el típico típico. La gran pregunta es si esta manera de entender a los demás no nos está llevando a simplificarlos, obviando que un rasgo no define por completo a una persona. ¿Y si los tóxicos con los que habría que tener cuidado somos nosotros?

Cómo librarte de los demás

Hace ya una década que se publicó en España 'Gente tóxica: las personas que nos complican la vida y cómo evitar que sigan haciéndolo'. El libro desvelaba que vivimos rodeados de personas que nos hacen infelices, y que comparten ciertos rasgos: "Jefes autoritarios y descalificadores, vecinos quejosos, compañeros de trabajo o estudio envidiosos, parientes que siempre nos echan la culpa de todo, hombres y mujeres arrogantes, irascibles o mentirosos".

Ante cualquier rasgo que no nos encaja, preferimos darle boleto a la otra persona

Para muchos (entre los que me incluyo) fue una revelación, porque nos dimos cuenta de que esos problemas que teníamos con muchas personas no era nuestro, sino suyo. Cuando leíamos los rasgos de esas personas tóxicas —por ejemplo, que se quejan todo el tiempo— rápidamente venían a nuestra mente ejemplos de nuestro día a día. Un jefe, un amigo, una novia. Eureka: si nos sentíamos mal, decaídos, furiosos o tristes, tan solo teníamos que identificar a esos vampiros emocionales y darles boleto.

Ojo, estoy de acuerdo en que una de las bases de la felicidad moderna consiste en deshacernos de imbéciles, como contaba recientemente. Pero conviene preguntarse si esa creciente intolerancia no ha terminado dando la vuelta a la tortilla y en realidad nosotros somos los intolerantes, que ante cualquier rasgo o comportamiento de otra persona que no nos termina de encajar preferimos calificarla de "persona tóxica" y dejar de contar con ella, a veces haciendo un 'ghosting' bastante feo.

Foto: ¿Un debate sobre salud mental o sobre cómo los depredadores sexuales campan a sus anchas? (Reuters/Brendan McDermid) Opinión

Todos conocemos a esa clase de personas que siempre tienen problemas con sus amigos, compañeros de piso o parejas. "Es que esta estaba loca", "es que este era un egoísta", "es que aquel de más allá es un guarro". La estadística es sospechosa. ¿Con cuánta gente tóxica podemos encontrarnos hasta darnos cuenta de que los tóxicos somos nosotros? Porque lo que está claro es que hoy que todo el mundo sabe lo que es una persona tóxica o un vampiro emocional, estos son siempre los demás, nunca uno mismo.

Tal vez todos estemos tan preocupados en encontrar a la gente tóxica e identificar los rasgos problemáticos para no mirarnos a nosotros mismos y darnos cuenta de que en realidad también somos defectuosos, que tenemos aficiones que los demás pueden considerar estúpidas o que, oh dios mío, somos demasiado viejos o demasiado jóvenes o demasiado 'boomers' o demasiado 'gen Z'. Que incluso nosotros mismos traspasamos en algún momento u otro los límites que nos ponemos.

Pensamos que los demás son tóxicos para poder deshacernos de ellos

Quizá esa sea la máxima expresión de la era de la subjetividad, en la que lo importante no es la realidad sino nuestra reacción frente a ella. En un momento en el que las relaciones son un mercado y tienen fecha de caducidad, podemos pasar nuestra vida buscando los rasgos tóxicos de los demás para tener una justificación cuando nos deshagamos de ellos cuando ya no nos interesen, nos aburramos o se conviertan en una carga demasiada pesada. Cualquier cosa antes que pensar que todos somos el vampiro emocional de alguien.

¿Qué estarías dispuesto a perdonar a tu pareja y qué no? ¿Dónde están los límites? ¿El maltrato físico, una infidelidad, una falta de respeto? Bajando de nivel, ¿desentenderse de las labores del hogar, odiar a su familia, imponer sus preferencias? Ninguna pareja negocia estos límites de manera explícita salvo que se vea obligada a hacerlo, ni se sienta a tachar casillas con lo que sí y lo que no, aunque con el paso del tiempo empieza a sospecharse. Otros, sin embargo, van tensando la cuerda hasta que se rompe. O, peor aún, no se rompe y alguien sigue aguantando eternamente.

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