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Manuel Lozano Argudo: polvo será, mas polvo enamorado
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Juan Soto Ivars

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Manuel Lozano Argudo: polvo será, mas polvo enamorado

Hoy habrían cumplido un año de casados Arancha y Manuel, que falleció el pasado jueves a causa del coronavirus

Foto: Manuel y Arancha. (Foto cedida por Daniel Grandell)
Manuel y Arancha. (Foto cedida por Daniel Grandell)

Me escribe con apremio un chico llamado Daniel Grandell. Quiere que separemos a toda prisa un nombre de la estadística, rescatar una historia del montón de las cifras oficiales. "Si pudieras sacar algo sobre él este domingo —me dice— te lo agradecería en el alma". Pero ¿a qué viene tanta prisa? ¿No sabe Daniel que hay otras personas esperando en la misma situación que él? ¿Qué tiene de especial este domingo?

Pues bien, este domingo sí tiene algo especial. Su prisa está justificada. Manuel Lozano Argudo, caído este jueves a los 66 años por el maldito coronavirus, iba a celebrar hoy, 5 de abril, el primer aniversario de bodas con Arancha, la madre de Daniel. Y este hijo como la copa de un pino intenta darle una pequeña alegría a su madre en un día complicado. ¿Quién soy yo para negarme? Dejad que os hable un poco de Manuel.

Manuel Lozano, oriundo de Ciudad Real, había marchado a Madrid a casarse con su primera mujer, con la que tuvo cuatro hijos: Sandra y las gemelas Olga y Sonia, que le han dado la friolera de seis nietos, e Israel. El matrimonio de Manuel hizo aguas y se separaron. Hace siete años, cuando ya había rebasado los cincuenta, conoció a Arancha en una discoteca de Madrid. Quien los viera, me confiesa Daniel, hubiera jurado que eran agua y aceite. Ella un pájaro nervioso, inquieto, y él un mamífero tirando a dormilón.

Pues, sorpresa, bailaban al compás. No sabría precisaros si fue en la discoteca Ninot o en la Golden, locales de pasodoble y canción melosa, donde empezó a brotar ese amor, pero Daniel me jura, y yo le creo, que la historia de su madre y Manuel le ha enseñado que el amor es querer a la otra persona con sus diferencias, que las ganas de quererse están por encima de todo y que el corazón, como suele decirse, no tiene edad. Es una lección que vale para todos nosotros.

placeholder (Foto cedida por Daniel Grandell)
(Foto cedida por Daniel Grandell)

Manuel apareció como un rayo rojiblanco y consiguió que Arancha volviera a confiar en la vida. Le devolvió la alegría y la sacó en coche de la depresión penosa en la que la había metido su divorcio. La llevaba a diario a su trabajo, en una residencia de ancianos, desde San Sebastián de los Reyes hasta Tres Cantos, y también hacía de chófer para el abuelo de Dani en sus visitas al hospital. Era, por decirlo breve y honestamente, de los que te hacen la mudanza antes de preguntarte si necesitas ayuda.

Y eso que no era la persona que mejor se orienta conduciendo en este mundo: Dani recuerda entre risas y lágrimas cómo se perdían su madre y Manuel cuando iban en el coche. Era algo que podía llegar a ponerte de los nervios, y que no impidió que Manuel empezara a conocer mundo gracias al impulso de Arancha. Fueron de luna de miel a Nueva York y les quedó pendiente visitar París, donde espero que las banderas ondeen a media asta.

Porque Manuel merecía conocer la ciudad del amor. Compartía con Arancha las labores del hogar, escuchaba todas sus cuitas y la cuidó como nadie lo había hecho antes. "Mi madre dice que Manuel ha sido el amor de su vida y que le hubiera gustado tener una hija con él". Pero aunque ya era tarde para andar teniendo hijos, lo cierto es que Manuel consiguió que las dos familias se convirtieran en una. En una escapada, todos arremezclados, fueron al Toboso, comieron allí y después visitaron la laguna de Pedro Muñoz.

Es, me dice Dani, "uno de los recuerdos más hermosos de mi vida". De pronto alguien sacó un micrófono, pusieron la música del coche a todo volumen y rompieron a bailar en el aparcamiento. "Nos daba igual que nos vieran, lo importante era que estábamos juntos y disfrutábamos de ese momento de risas y hacer el tonto". Y, aunque no los conozco, intuyo que esas dos familias han quedado unidas para siempre por un hilo invisible que se llama Manuel.

En fin. Hoy hubieran cumplido un año de casados. Es una circunstancia inhumana para la que solo Quevedo tiene la respuesta:

Cerrar podrá mis ojos la postrera

sombra que me llevare el blanco día,

y podrá desatar esta alma mía

hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,

dejará la memoria, en donde ardía:

nadar sabe mi llama la agua fría,

y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego han dado,

médulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.

Me escribe con apremio un chico llamado Daniel Grandell. Quiere que separemos a toda prisa un nombre de la estadística, rescatar una historia del montón de las cifras oficiales. "Si pudieras sacar algo sobre él este domingo —me dice— te lo agradecería en el alma". Pero ¿a qué viene tanta prisa? ¿No sabe Daniel que hay otras personas esperando en la misma situación que él? ¿Qué tiene de especial este domingo?