Es noticia
Comunicación "tóxica"
  1. España
  2. Notebook
José Antonio Zarzalejos

Notebook

Por

Comunicación "tóxica"

Hemos comunicado mal. Han fallado, desde luego, los reguladores, las agencias de rating, los Bancos Centrales. Se ha producido, en definitiva, una catástrofe en el sistema

Hemos comunicado mal. Han fallado, desde luego, los reguladores, las agencias de rating, los Bancos Centrales. Se ha producido, en definitiva, una catástrofe en el sistema de vigilancia financiera. Pero la comunicación –concepto general que engloba la información y, en particular, la gestión del conocimiento—ha registrado un doble fracaso: por una parte no ha detectado con una cierta prospectiva y anticipación que la crisis se venía encima y que sus proporciones eran inmensas; por otra, no ha advertido que ha ido cuajando una ética cívica según la cual el enriquecimiento especulativo y vertiginoso debía ser observado con reparo y distanciamiento.

La comunicación financiera no ha logrado distinguir lo opaco de lo transparente; lo sólido de lo fútil; lo riguroso de lo frívolo y, en definitiva,  lo fiable de lo inverosímil. Por eso estamos en un “11-S financiero” o en la “Segunda Gran Depresión” con una “operación rescate” de Wall Street que ha hecho trizas los fundamentos de la ideología más ultra liberal en la que se basaba el mismísimo sistema de Gobierno –republicano-- de los Estados Unidos y ha rehabilitado las versiones ideológicas y las prácticas políticas más recelosas hacia la capacidad del mercado de regularse de manera autónoma.

La comunicación juega en estas crisis un papel importante bien como heraldo que la anuncia y lanza admoniciones con oportunidad y buen sentido, bien como mecanismo de control que, con otros, contribuye, con su ausencia de perspicacia, a hacerlas más sorpresivas. Los medios no hablaban de la crisis hace un año; ni siquiera hace ocho meses. Los medios –los mecanismos de la comunicación de masas en general—estaban participando de esa “fiesta” que, según Nancy Pelosi, “se ha acabado ya”, en la que el dinero se obtenía fácilmente, se gastaba alegremente y en la que cundía el espejismo de una sensación generalizada de riqueza. Todo ese tinglado se ha venido abajo y con él, entre las pavesas del incendio, ha quedado, maltrecha, la credibilidad de la calidad de la comunicación, incapaz como ha sido de dar la voz de alarma, de emitir el ladrido –“los periódicos son los perros guardianes de la democracia”—de advertencia, distraída de lo fundamental que era la denuncia dura y rotunda de los abusos de los precios, de las retribuciones desmesuradas y los blindajes desproporcionados de los grandes ejecutivos, de las enormes plusvalías obtenidas en operaciones improbables, de las fortunas sobrevenidas y de los dispendios insolidarios.

 Algo ha fallado en el rol que la propia sociedad de mercado asigna a la comunicación para que la crisis tampoco haya sido detectada desde observatorios cuya obligación es, justamente, hacerlo. Quizás la comunicación esté más controlada por los poderes económicos de lo que habíamos supuesto; quizá haya una inconsciente connivencia entre los comunicadores y los plutócratas; acaso no se ha sabido discernir entre el empresario de ley, el financiero honrado, y el oportunista o el logrero; tal vez la embriaguez de la abundancia ha oxidado los mecanismos hipercríticos que toda comunicación, para serlo, ha de conllevar. Tal ha ocurrido que la comunicación ha podido ser en esta crisis una factor más toxicidad, un activo del sistema de libre mercado que también ha mostrado sus debilidades coadyuvando involuntariamente a que el desastre se produjese.

No sólo, en consecuencia, habría que revisar el sistema de regulación y vigilancia financieras. No sólo habría que examinar la procedencia ética de las conductas financieras. La campanas de la gran depresión de 2008 tañen también por una comunicación incapaz de advertirla y que ha convivido sin enterarse con el acido corrosivo empaquetado bonitamente en activos envenenados incrustados como minas explosivas en las cuentas de resultados de entidades financieras que, con centenarios a sus espaldas, no han podido soportar la cicuta letal del enriquecimiento fácil y rápido. Y han caído con un estrépito que interpela a los que, desde la independencia de criterio, debieron advertir que el tsunami era inevitable.

José Antonio Zarzalejos es Vicepresidente Ejecutivo para Corporate Affaires de Llorente&Cuenca

 

Hemos comunicado mal. Han fallado, desde luego, los reguladores, las agencias de rating, los Bancos Centrales. Se ha producido, en definitiva, una catástrofe en el sistema de vigilancia financiera. Pero la comunicación –concepto general que engloba la información y, en particular, la gestión del conocimiento—ha registrado un doble fracaso: por una parte no ha detectado con una cierta prospectiva y anticipación que la crisis se venía encima y que sus proporciones eran inmensas; por otra, no ha advertido que ha ido cuajando una ética cívica según la cual el enriquecimiento especulativo y vertiginoso debía ser observado con reparo y distanciamiento.

Bancos centrales Finanzas Medios de comunicación Marketing Crisis