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Los votos grises
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José Antonio Zarzalejos

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Los votos grises

El peor procedimiento para atraerse a los electores indecisos, incluso a los indolentes, y, en todo caso, a los más independientes, consiste en la articulación de

El peor procedimiento para atraerse a los electores indecisos, incluso a los indolentes, y, en todo caso, a los más independientes, consiste en la articulación de un discurso con más decibelios y mayor carga explosiva contra el adversario. Pues bien, justamente en ese error han incurrido McCain y Palin en la campaña presidencial de los Estados Unidos. Mientras, Obama encajaba con resignación y sentido táctico las descalificaciones de los republicanos –“amigo de los terroristas”, “musulmán”, “socialista”—y alcanzaba los últimos tramos de la pelea electoral con una notable ventaja sobre su oponente.

Son los llamados votos grises –dubitativos, independientes, indolentes—los que darán (o, eventualmente, quitarán) la victoria al candidato demócrata.  Los asesores de McCain parecen haberse confundido. Como se confunden sistemáticamente aquellos que en una tesitura dificultosa para sus expectativas políticas optan por una huida verbal trotando por los senderos de la descalificación o el insulto al adversario o al competidor.

El recurso a la brocha gorda –siempre más fácil de manejar que el pincel—lejos de atraer a aquellos que se sitúan en los bordes de las decisiones –sea en política, sea en otras materias de naturaleza pública--, los alejan porque los votos grises son habitualmente moderados, frecuentemente escépticos y con un grado de compromiso perfectamente descriptible. Es evidente que sus sufragios se ganan más por la persuasión que con los argumentos groseros.

Sele suceder, sin embargo, que este error de comunicación es recurrente. ¿Por qué? Porque la descalificación es  argumentativamente más fácil de construir que el discurso contradictorio y porque el insulto satisface a los más convencidos que con su aprobación halagan el ego de quién lo lanza. La descalificación y el insulto suelen ser síntomas inequívocos de pereza intelectual y de agotamiento argumental.

Y eso es, exactamente, lo que les ha ocurrido a McCain y Palin cuya campaña se ha desplomado en su ecuador cuando, con serenidad, algunos de los errores perpetrados por el aspirante republicano todavía eran corregibles. Lo eran sus dudas acerca del plan de rescate del secretario de Estado Paulson; lo era el discurso ad hominen de la candidata a la vicepresidencia contra Obama; lo era su incapacidad para despegarse de la gestión de Bush. Desde hace días se hizo tarde ya para recomponer esos yerros y los republicanos optaron por utilizar el mayor calibre semántico disponible en sus arsenales. Y los votos grises han huido, casi despavoridos, hacia la opción que representa Obama que se ha dado un baño de humanidad al suspender su campaña para acudir a los pies del lecho de su abuela mortalmente enferma.

Sentimiento e intuición; empatía y sensibilidad, esas son las ecuaciones que –sin merma de la claridad y de la energía—funcionan en el discurso público, más aún cuando éste va al encuentro de una masa humana cuyos denominadores comunes resultan muy elementales con factores de coincidencia y consenso más bien escasos.

Creo que la campaña electoral a la presidencia de los Estados Unidos, además de otras lecciones, deja dos en el orden de la semiótica. Por una parte, la selección del lenguaje como instrumento de convicción; por otra, la utilización de la Red como insustituible –inevitable—soporte para la difusión del conocimiento y del mensaje político. Que cunda.

El peor procedimiento para atraerse a los electores indecisos, incluso a los indolentes, y, en todo caso, a los más independientes, consiste en la articulación de un discurso con más decibelios y mayor carga explosiva contra el adversario. Pues bien, justamente en ese error han incurrido McCain y Palin en la campaña presidencial de los Estados Unidos. Mientras, Obama encajaba con resignación y sentido táctico las descalificaciones de los republicanos –“amigo de los terroristas”, “musulmán”, “socialista”—y alcanzaba los últimos tramos de la pelea electoral con una notable ventaja sobre su oponente.

Sarah Palin