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Los obispos, la comunicación y el 'síndrome Benetton'
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José Antonio Zarzalejos

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Los obispos, la comunicación y el 'síndrome Benetton'

El 28 de diciembre de 2007 compartí en San Justo, la sede arzobispal de Madrid, un almuerzo con el cardenal Rouco Varela y el obispo auxiliar

El 28 de diciembre de 2007 compartí en San Justo, la sede arzobispal de Madrid, un almuerzo con el cardenal Rouco Varela y el obispo auxiliar de la archidiócesis, César Franco. Estaba allí -y no era la primera vez sino la novena o décima en los últimos siete años- en mi condición entonces de director del ABC. Relaté al arzobispo de la capital y a su auxiliar, encargado de relación con los medios, los muchos comentarios que me habían llegado acerca de la necesidad de mejorar el fondo y forma la revista Alfa y Omega que, editada por una fundación católica del arzobispado, se distribuía con el periódico todos los jueves del año menos los de agosto. Obvié cualquier comentario sobre la COPE por la esterilidad comprobada de hacerlo: el prelado lo oiría -aquellos días, no meses después como se ha comprobado- como el que oyese llover.

Trasladé también a Antonio María Rouco Varela la disposición de algunos empresarios católicos a contribuir a la muy difícil financiación de la revista mediante aportaciones sólo condicionadas a que la publicación se despolitizase y ganase en calidad y amplitud. Mis mandantes me autorizaban a ofrecer, incondicionalmente y de forma inmediata, una cantidad para subvenir las necesidades más urgentes. El cardenal me escuchó con aparente atención pero sin darme respuesta alguna que remitió a tiempo después.

Por mi parte, el 2 de enero de 2008, envié al prelado auxiliar un resumen de la propuesta planteada en el almuerzo. César Franco me contestó en un carta sin fecha -conservo todo estos documentos- en la que decía agradecerme en nombre del cardenal y en el suyo propio la oferta que, sin embargo, declinaban porque los “presupuestos o condiciones en las que se basa (la aportación económica) no terminan de satisfacernos pues afectan a la autonomía y libertad en la dirección del semanario”. Y no hubo más.

Personalmente trataba de rescatar a Alfa y Omega de un peligro que le acechaba -el económico-, y de una tentación en la que caía de forma constante: el integrismo, la politización, el lenguaje arcaico, el culto a la personalidad del cardenal de Madrid, el reduccionismo en la observación de la Iglesia, la mediocridad de sus textos y el síndrome Benetton en el que Rouco Varela había introducido a la jerarquía católica en España. Es decir, en una forma de comunicación convulsiva y apocalíptica liderada por la COPE de Jiménez Losantos y César Vidal, a los que el prelado amparaba frente a la mayoría de los demás obispos, y secundada en parte por el semanario que distribuía ABC.

La política de relación de Rouco Varela con la sociedad y con los poderes públicos se basaba -ahora ya se ha visto que de forma errónea- en un lenguaje emocional y estresante, repleto de inquietud y perentoriedad. El cardenal-arzobispo de la capital, indiscutible líder fáctico de los prelados españoles, entendía la comunicación como Benetton su publicidad: desde impactos convulsivos. El arzobispo quería transmitir los valores morales como, salvando las distancias, lo intentó hacer la textil italiana Benetton, esto es, con publicidades polémicas y abrasantes (recuerden: el sidoso en coma rodeado de la familia; el beso en los labios de un sacerdote y una religiosa, ambos vestidos con hábitos). Eran mensajes muy ruidosos y polémicos, pero estomagantes y tan excesivos que resultaban indigeribles.

No se daba cuenta el prelado de que, al optar por esa alternativa, estaba jugando al corto plazo porque sus instrumentos de comunicación -Alfa y Omega, y determinadas estrellas de la COPE- entraban cada día y en cada número en autocombustión mediante la pérdida progresiva de reputación y credibilidad. Y así ha sido: cuando el colegio episcopal ha examinado la cuenta de pérdidas y ganancias tras esta política de comunicación de choque  (una ley más agresiva del aborto, matrimonio homosexual, divorcio sin causa o express, educación para la ciudadanía, píldora poscoital sin prescripción médica, endose de las indemnizaciones de los profesores de religión a las arcas de la Iglesia…), Rouco Varela ha tenido que dar un paso atrás y dejar caer a Jiménez Losantos y Vidal.

Ahora no le quedará más remedio también que revisar Alfa y Omega porque no es soportable que el primer semanario católico avale un análisis como éste: “Cuando se banaliza el sexo, se disocia de la procreación y se desvincula del matrimonio, deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal”. Las frases de marras están en la mejor sintonía con el síndrome Benetton comunicacional que ha amparado el cardenal de Madrid. Arrojan un resultado inquietante y desolador por su manipulación ética. Eso sí: logran notoriedad, como la publicidad -ya arrumbada- de la firma italiana.

Lo malo es que el amateurismo de los prelados en general -ahí están las declaraciones, innecesarias y torpes, del cardenal Cañizares jerarquizando la gravedad del aborto y de la pedofilia- es recalcitrante y tozudo. Pretenden dirigirse a una sociedad como la actual con un lenguaje pulpitar en vez de hacerlo como lo hizo el taranconismo de la Transición democrática en los finales setenta y principio de los ochenta. Entonces, el cardenal Tarancón puso la oreja a la ciudadanía y caminó con ella sin perder un ápice de ortodoxia moral y teológica. En aquel tiempo, la jerarquía, o buena parte de ella, supo traducir a conceptos civiles los de carácter moral -cosa que ha ignorado Cañizares, por cierto- y aprendió a desvincularse de la emocionalidad y del pesimismo antropológico.

No es extraño, así, que en la encuesta publicada en el diario El Mundo el 21 de agosto del año pasado -dentro de una serie de chequeos a las tres décadas de democracia- la Iglesia tuviese muchos más detractores que afines y que su influencia en la vida social española hubiera caído en picado. Todo esto es, en buena medida, consecuencia de rouquismo, una tendencia en las antípodas del taranconismo. En otra ocasión escribiré -también con citas documentales- la angustia y desazón con las que no pocos prelados han vivido este año signado por el síndrome Benetton en la comunicación eclesiástica.   

*José Antonio Zarzalejos es director general en España de Llorente & Cuenca.

El 28 de diciembre de 2007 compartí en San Justo, la sede arzobispal de Madrid, un almuerzo con el cardenal Rouco Varela y el obispo auxiliar de la archidiócesis, César Franco. Estaba allí -y no era la primera vez sino la novena o décima en los últimos siete años- en mi condición entonces de director del ABC. Relaté al arzobispo de la capital y a su auxiliar, encargado de relación con los medios, los muchos comentarios que me habían llegado acerca de la necesidad de mejorar el fondo y forma la revista Alfa y Omega que, editada por una fundación católica del arzobispado, se distribuía con el periódico todos los jueves del año menos los de agosto. Obvié cualquier comentario sobre la COPE por la esterilidad comprobada de hacerlo: el prelado lo oiría -aquellos días, no meses después como se ha comprobado- como el que oyese llover.

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