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Recuerdo de Cambó para evitar otro enfrentamiento nacional
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José Antonio Zarzalejos

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Recuerdo de Cambó para evitar otro enfrentamiento nacional

Los expertos coinciden en que la sentencia del TC sobre el Estatuto de Cataluña, sea cual sea su sentido, va a determinar el modelo de Estado.

Los expertos coinciden en que la sentencia del TC sobre el Estatuto de Cataluña, sea cual sea su sentido, va a determinar el modelo de Estado. Porque si el Tribunal avala la ley orgánica, otras autonomías emularán a la autonomía catalana tanto en lo simbólico como en lo competencial; y si no lo hace, el catalanismo transversal, de CiU al PSC, pasando por el secesionismo de ERC, entrará en una dinámica de difícil control para el propio Estado, y el Gobierno de la Nación quedará lesionado en su credibilidad porque en su momento apoyó el texto legislativo ahora impugnado. La resolución del TC se espera para el mes de febrero. Es inmediata la convocatoria por María Emilia Casas de una sesión plenaria que resultará prácticamente definitiva.

Joan Puigcercós ha mostrado, desde este momento, su discurso más radical: “El TC va a reforzar nuestras tesis independentistas” porque el dirigente de ERC asume que “la sentencia no será positiva. Zapatero no ha cumplido sus compromisos (…) Ahora tocarán elementos simbólicos o la arquitectura institucional. ERC ya tiene otro camino, pero para el PSC la sentencia marca un punto final, la pared definitiva del camino autonómico, el hasta aquí.” (Diario Público de 10 de enero de 2010).

Así las cosas, y con los artículos que se están escribiendo en la prensa catalana (“La rara unidad catalana” de Francesc-Marc Álvaro y “Nación, Estado, proyecto” de Ferran Mascarell, ambos en La Vanguardia) es preciso enfriar el ambiente y racionalizarlo al máximo para evitar un, al parecer inevitable, choque de trenes. El catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Barcelona y presidente del instituto de Estudios Catalanes, Salvador Giner, ya ha comenzado a lanzar criterios de conciliación en su artículo “Orígenes del pactismo republicano” (El País de 13 de enero pasado).

Ni política asimilista ni separatista

Pero el texto que adquiere auténtica y renovada vigencia es el de Francisco Cambó titulado “Por la concordia”. He releído una edición publicada en 1927 –valía entonces cuatro pesetas—editada en Madrid. El texto del político catalán, máximo representante del regionalismo catalanista materializado en la Lliga, regresa con fuerza, por su lucida sensatez.

En “Por la concordia”, Cambó diagnostica el problema catalán como un “hecho diferencial inconfundible e indestructible, cuya solución no está ni en una política asimilista practicada por el resto de España, ni en una política separatista. Ambas soluciones no lo son porque el “asimilismo quiere destruir el hecho diferencial catalán” y el separatismo quiere “suprimir  el hecho de la unidad española de la manera más radical en lo que afecta a Cataluña: separándola de España”.

El dirigente de la Lliga considera que el “separatismo es en Cataluña más un sentimiento que una convicción, y es, esencialmente, un sentimiento reflejo”. Y añade: “Una Cataluña  independiente no subsistiría  mucho tiempo. Habría de acabar siendo francesa o española y entre esas dos eventualidades el interés de Cataluña estaría a favor de una Cataluña española.”

Cambó, sin embargo, reivindica lo que podría denominarse un amplio autogobierno, pero hace un llamamiento para encontrar un clima político y social que favorezca una solución pacífica y cívica. Él lo llama concordia. A tal fin apela a la acción de los “intelectuales castellanos y catalanes para hacerla posible y fácil”. Y lo escribe así: “A ellos digo que un deber de patriotismo  les obliga a colaborar en la acción de hacer armoniosamente compatible el hecho definitivo de una personalidad catalana  con el ideal de una gran España, sentida por todos con igual efusión. Hablo también a aquellos catalanes en quienes la pasión está subordinada a la reflexión.”

El líder catalán cree en la fuerza decisiva de la Monarquía (“el rey no es de algunos solamente, es de todos; no es el instrumento de una hegemonía sino el lazo de una concordia. Es él quien hace que la unidad política pierda la frialdad y la esterilidad de un pacto bilateral y tenga una base sentimental, efusiva”), y advierte que debe imponerse “el reconocimiento sincero del derecho que tienen los catalanes a conservar su personalidad colectiva y a elegir su vida interior en plenitud de atribuciones y responsabilidades, de derechos y obligaciones. Esto puede lograrse dentro de una España unitaria y dentro de una España federal o puede ser pieza de un sistema aplicado a todo el Estado español. No hemos de ser los catalanes quienes hagamos la opción: son lo no catalanes quienes han de decir la solución que les resulte más grata y fácil”.

Para Cambó, “las bases de una gran concordia son dos: la consagración de la unidad de Cataluña mediante la creación de organismos centrales que engloben directamente todo el territorio catalán y el reconocimiento definitivo de que la lengua catalana es la lengua propia de los catalanes con derecho a otorgarle las máximas consagraciones y los máximos honores en la vida interior de Cataluña”. El libro “Por la concordia” se cierra con esta frase: “Yo no puedo admitir que en España la inconsciencia pueda ser general y pueda ser eterna”.

Estatuto para la discordia

Desde que se escribiera este libro, la evolución histórica de la España democrática ha reintegrado a Cataluña su Generalidad secular; ha amparado la lengua catalana hasta lograr casi el bilingüismo; Cataluña dispone de todas las competencias que precisa para su más amplio autogobierno (enseñanza, sanidad, infraestructuras, medios públicos de comunicación); puede proyectarse en el exterior con su propia personalidad en tanto que nacionalidad, dándose así las condiciones de la concordia que Francisco Cambó reclamaba en la década de 1920-30. Pero no es posible avanzar más sin romper el Estado y la estructura constitucional de 1978. Nación es la española; los símbolos nacionales son los de España que a todos acogen; el poder judicial es único y la soberanía reside en el conjunto del pueblo español.

En la conservación de todos estos valores e intereses, entre sí compatibles y  complementarios, se encuentra la emergencia de la concordia a la que Cambó convocaba y que involucra en el presente a intelectuales, a  instituciones, a medios de comunicación y al conjunto de la sociedad. La ley –en este caso la Constitución— no puede quedar postergada, subordinada o adaptada a la conveniencia de éstos o de aquéllos. La concordia consiste en un sistema emocional y político de equilibrios, comprensiones y compensaciones recíprocos, en conllevar personalidades colectivas diferentes en una unidad básica –nacional— que no debe quebrarse por implosión por la intransigencia de los radicalismos.

En Cataluña hay mucha gente y muchos dirigentes políticos y sociales que piensa como Cambó; y en el resto de España, otros tantos dispuestos a recoger el guante que por la concordia preconizaba el dirigente de la Lliga. Ese es ahora el desafío que consiste en la aceptación de las reglas de juego –las leyes y la jurisdicción de los Tribunales que las aplican— sin cuyo cumplimiento no hay concordia posible. Vamos a instalarlos en el asunto catalán –allí y fuera de allí— en la moderación de la concordia y en el acatamiento a la ley, una vez que la  historia ha hecho posible aquella y democrática ésta. De lo contrario, lo vamos a pasar mal. Porque, como bien sospecha Puigcercós, el TC no va dictar una sentencia “positiva” para un Estatuto que pareció hecho para justamente lo contrario de lo que Cambó quería: la discordia en vez de la concordia.

Los expertos coinciden en que la sentencia del TC sobre el Estatuto de Cataluña, sea cual sea su sentido, va a determinar el modelo de Estado. Porque si el Tribunal avala la ley orgánica, otras autonomías emularán a la autonomía catalana tanto en lo simbólico como en lo competencial; y si no lo hace, el catalanismo transversal, de CiU al PSC, pasando por el secesionismo de ERC, entrará en una dinámica de difícil control para el propio Estado, y el Gobierno de la Nación quedará lesionado en su credibilidad porque en su momento apoyó el texto legislativo ahora impugnado. La resolución del TC se espera para el mes de febrero. Es inmediata la convocatoria por María Emilia Casas de una sesión plenaria que resultará prácticamente definitiva.

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