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El matrimonio de los Príncipes: crisis o “percepción” de crisis
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José Antonio Zarzalejos

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El matrimonio de los Príncipes: crisis o “percepción” de crisis

Él y ella, Don Felipe y Doña Letizia, lanzaron en noviembre de 2003 todo un órdago a la institución de la Corona. Por primera vez en la historia de España, el heredero decidía eludir la Pragmática Sanción de Carlos III (1776) y contraer matrimonio desigu

Foto: Don Felipe y Doña Letizia, en los Premios Príncipe de Asturias del pasado año. (Reuters)
Don Felipe y Doña Letizia, en los Premios Príncipe de Asturias del pasado año. (Reuters)

Él y ella, Don Felipe y Doña Letizia, lanzaron en noviembre de 2003 todo un órdago a la institución de la Corona. Por primera vez en la historia de España, el heredero decidía eludir la Pragmática Sanción de Carlos III (1776) y contraer matrimonio desigual con mujer divorciada (2004). De un plumazo, la norma interna de aplicación en la dinastía se derogaba por el Príncipe de Asturias. No lo hizo su padre al contraer matrimonio con Sofía de Grecia (1968), ni su abuelo al hacerlo con Doña María de las Mercedes Borbón y Orleans, infanta de España y Princesa de las Dos Sicilias (1935). Sus tías, las infantas Pilar y Margarita, lo hicieron al casarse la primera con Luis Gómez Acebo (1967) y la segunda con Carlos Zurita (1972), pero las dos renunciaron a los derechos dinásticos por sí y por sus descendientes.

La boda de los Príncipes de Asturias, aunque polémica, logró un alto grado de aceptación en la sociedad española en la medida en que se interpretó como una profunda renovación de los usos dinásticos y una mal denominada democratización de la Monarquía. Otros príncipes y princesas europeas se comportaban, además, como Don Felipe, sin mayores problemas ni convulsiones. Pero entre mayo de 2004, boda de los Príncipes de Asturias en la catedral madrileña de la Almudena, y el presente, media un trecho histórico insalvable. La Familia Real ha explosionado sin remisión: el matrimonio de los Reyes es un puro formalismo (ahora Doña Sofía está en Mallorca y Don Juan Carlos en Madrid), se rompió el matrimonio de la infanta Elena y no parece que el de la infanta Cristina sea sólido cuando ella está haciendo las maletas para trasladarse a Ginebra con sus hijos en tanto el Duque consorte de Palma permanece en España pendiente del proceso judicial penal que le atribuye la comisión de varios delitos.

La boda de los Príncipes de Asturias, aunque polémica, logró un alto grado de aceptación en la sociedad española en la medida en que se interpretó como una profunda renovación

El pasado día 18, el diario ABC, fundacionalmente monárquico y con terminales informativas en la Zarzuela y fuera de ella de alta calidad, aferrado habitualmente al silencio en lo negativo y al elogio en lo positivo en lo relativo a la Corona, se descolgó a toda página con este titular: “Señales de crisis entre los Príncipes de Asturias”, añadiendo que comenzaban sus vacaciones privadas “mientras crecen los rumores de un distanciamiento entre ambos”. La crónica, firmada por una profesional del mayor crédito y experiencia como es Almudena Martínez-Fornés, explicaba cómo Doña Letizia viajó a Mallorca tres días después que su marido y regresó tres días antes, sin asistir al almuerzo que los Reyes y los Príncipes ofrecen tradicionalmente al presidente del Gobierno, este año el pasado 9 de agosto.

La periodista, auscultando la opinión del entorno del Príncipe, aseguraba que estas idas y venidas de Doña Letizia carecían de “motivo alguno que las justificase” y advertía de que el Príncipe lo “está pasando mal” por la inadaptación de su esposa a los deberes que comportan su condición, incompatibles con la creación por ella de “un espacio propio fuera de la familia”. Además, la Princesa estaría siendo “impermeable a consejos y sugerencias” de tal modo que se está extendiendo la creencia de que es “una Princesa de ocho a tres”. ABC -y eso es lo propio de un periódico seriamente monárquico- recordaba a Doña Letizia sus obligaciones libremente contraídas al casarse con Don Felipe y subrayaba “la extraña excepción entre las familias reales” de no conocer el lugar en que el heredero, su esposa y las infantas Leonor y Sofía pasan sus vacaciones privadas.

En menos de 48 horas, el mismo entorno -o sea, la Casa del Rey- reaccionaba y ABC recogía velas en su edición del día 20: “No hay una crisis matrimonial sino una crisis en la percepción pública del matrimonio, motivada por la interpretación errónea de determinados hechos”. En vez de un discreto silencio, la Zarzuela -o su larga mano- prefería acudir al eufemismo edulcorado. Ni los medios ni la opinión pública parecen entender e interpretar hechos que son tan inequívocos como las presencias y ausencias de la consorte del heredero, sus entradas y sus salidas. Pero como la torpeza corteja a los portavoces de la Familia Real, de sus palabras se deducía que existen circunstancias equívocas que han sido asumidas como críticas en el matrimonio de los Príncipes.

La Princesa no se adapta a sus obligaciones y se percibe en sus gestos y en su rostro; se le nota incómoda en los eventos representativos, y, casi siempre, impaciente y remisa

Bueno es regresar a la claridad: la relación entre Doña Letizia y Don Felipe no es la que fue; la Princesa no se adapta a sus obligaciones y se percibe en sus gestos y en su rostro; se le nota incómoda en los eventos representativos, y, casi siempre, impaciente y remisa. No logra la simpatía general que era esperable; antes, al contrario. Puede estar ocurriendo lo que naturalmente se pensaba que podía acontecer: que este matrimonio prosaico -tan prosaico como la Monarquía que entre todos hemos construido- no estuviese preparado para cargar con el fardo de las responsabilidades constitucionales que se le avecinan. El Rey -se admita o no- abdicará pronto (si Don Felipe no falla) porque no está condiciones ni políticas ni físicas para seguir en la Jefatura del Estado y la resolución del caso Urdangarin será un durísimo golpe a la Corona que diluirá a las infantas y atomizará aún más a la Familia Real.

La institución depende de los Príncipes de Asturias que deben, ahora más que nunca, cuando es obvio que su matrimonio está en crisis (según la Zarzuela en “percepción de crisis”), aplicarse el principio de la ética de la responsabilidad. Si falla el matrimonio del heredero, España se enfrentaría sin duda de género alguno a un debate sobre la forma de Estado en que el que la Monarquía partiría en clara desventaja. El asunto concierne a los dos. Tolstoi escribió que el matrimonio era como una barca que hunde un movimiento brusco de uno de los cónyuges. García Márquez aducía que el matrimonio hay que “volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno”, y Balzac consideraba que marido y mujer debían controlar “al monstruo que todo lo devora: la costumbre”. Tomen nota el heredero y su esposa porque si su proyecto pincha, fallará la arquitectura institucional del Estado que ya presenta serias fisuras y condenarían al Rey a una penosa permanencia en la primera magistratura del Estado, más allá de sus fuerzas y de sus capacidades actuales. Asuman, pues, la ética de la responsabilidad. 

Él y ella, Don Felipe y Doña Letizia, lanzaron en noviembre de 2003 todo un órdago a la institución de la Corona. Por primera vez en la historia de España, el heredero decidía eludir la Pragmática Sanción de Carlos III (1776) y contraer matrimonio desigual con mujer divorciada (2004). De un plumazo, la norma interna de aplicación en la dinastía se derogaba por el Príncipe de Asturias. No lo hizo su padre al contraer matrimonio con Sofía de Grecia (1968), ni su abuelo al hacerlo con Doña María de las Mercedes Borbón y Orleans, infanta de España y Princesa de las Dos Sicilias (1935). Sus tías, las infantas Pilar y Margarita, lo hicieron al casarse la primera con Luis Gómez Acebo (1967) y la segunda con Carlos Zurita (1972), pero las dos renunciaron a los derechos dinásticos por sí y por sus descendientes.

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