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El imposible ‘better together’ en Cataluña
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José Antonio Zarzalejos

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El imposible ‘better together’ en Cataluña

En Escocia, que celebrará un referéndum independentista el 18 de septiembre del año que viene, los tres grandes partidos británicos, el laborista, el conservador y el

Foto: Cadena por la independencia en Cataluña. (EFE)
Cadena por la independencia en Cataluña. (EFE)

En Escocia, que celebrará un referéndum independentista el 18 de septiembre del año que viene, los tres grandes partidos británicos, el laborista, el conservador y el liberal demócrata, han constituido una plataforma denominada Better Together (Mejor Juntos), no frente al secesionista SNP, sino a favor de propugnar la superioridad de la unidad en todos los terrenos frente al separatismo del partido de Salmond. Allí –como acaba de recordar Tom Burns Marañón— la cuestión escocesa se plantea desde la valoración de los intereses (las practicalities) de unos y de otros y los costes de la secesión. Se han embridado los sentimientos y se han puesto encima de la mesa las variables económico-sociales, políticas e internacionales de la eventual separación de Escocia. Aquí ni siquiera hemos sido capaces de racionalizar el impulso independentista catalán, argumentar desde la frialdad y aunar posiciones a favor y en contra de la independencia de Cataluña, sin necesidad de frentismo alguno.

El Gobierno y el PP están poniendo en marcha un mecanismo de reacción ante los pasados y próximos acontecimientos en Cataluña –hoy y mañana serán días importantes con el debate de política general en el Parlamento catalán— cuando las posiciones de los partidos parecen consolidadas y son contradictorias, tanto entre las formaciones catalanas como entre las de implantación nacional. La iniciativa del PP de formar una suerte de “frente” para que Cataluña “no quede aislada” ha durado lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Si en Génova creían que después de año y pico de inacción se podría retomar la iniciativa en veinticuatro horas, erraban.

Todos tienen una postura definida, sea o no realista o practicable, y no se ve la manera de que haya plataformas conjuntas de debate y contraste. Los socialistas hacen una doble apuesta: no al derecho a decidir (González tildó el lunes de “imposible” la independencia de Cataluña, y Zapatero hizo lo propio en artículo de opinión repleto de tópicos) y sí a una reforma de la Constitución para federalizar el Estado autonómico y mantener unida a España, como ayer proclamó Rubalcaba. El problema para el PSOE es que su hermano, el PSC, dice sí a una inverosímil (política y jurídicamente) consulta “legal y pactada” que en Ferraz no se asume, aunque los unos y los otros estén de acuerdo en el proyecto federal al que tanto IU como UPyD se suman con algunos matices. En Cataluña CDC, ERC y CUP son abiertamente independentistas; en absoluto PP y Ciutadans, y tanto el PSC como Unió y ICV quieren una consulta para votar en ella un no a la independencia pero un sí a cambiar el statu quo de Cataluña en la España constitucional de 1978.

Durán Lleida escribió el lunes en La Vanguardia un artículo interesante en el que propugnaba una tercera vía que no sea “ni la secesión ni la asimilación y sumisión”, en lo que se adivina como una tesis que defendería un Estado confederal. Sólo el Gobierno y su partido creen que no hay nada que modificar en la Constitución –y en casi ningún otro ámbito más allá del socio-económico y fiscal— y que bastaría rectificar para Cataluña el sistema de financiación y planificar algunas concesiones para que el suflé independentista se venga abajo. Están por completo confundidos.

hubiese sido razonable que todos los partidos que no quieren la independencia de Cataluña hubieran constituido hace mucho tiempo una plataforma argumental hilada con un denominador común: mantener la superioridad en todos los terrenos de mantener la unidad a separarnos. Es lo que están haciendo en Escocia los partidos británicos, con resultados excelentes a tenor de las encuestas.

Como decía Durán Lleida en su citado artículo, los políticos “no existimos simplemente para administrar sentimientos legítimos y justificados. Se tienen que racionalizar tanto como respetarlos”. Exacto. Y desde esa perspectiva hubiese sido razonable que todos los partidos que no quieren la independencia de Cataluña hubieran constituido hace mucho tiempo una plataforma argumental hilada con un denominador común: mantener la superioridad en todos los terrenos de mantener la unidad a separarnos. Es lo que están haciendo en Escocia los partidos británicos, con resultados excelentes a tenor de las encuestas.

Cuando se ha planteado que Cataluña quedaría fuera de la Unión Europea, y de las Naciones Unidas, si se separase de España –es decir, cuando se ha percibido uno de los costes de la secesión-, se ha notado seria inquietud en Barcelona. Hasta el punto de que, por primera vez, Oriol Junqueras ha cometido un error de bulto: pretender incluir en su plan independentista la doble nacionalidad, española y catalana. Quién iba a decirlo. Igualmente, los inversionistas del gran complejo BCN World han trazado una línea roja: la iniciativa se diluirá si Cataluña no forma parte de la Unión Europea.

Las opciones para Cataluña no consisten ni en el unamuniano catalanizar España” que propugnó en Barcelona Esperanza Aguirre ni en bombardear cada cincuenta años la ciudad Condal “para mantenerla a raya”, como aconsejaba Baldomero Espartero tras el amotinamiento catalán de 1842.

Lo adecuado parece que sería: a) reconocer que el movimiento independentista es importante aunque, probablemente, no mayoritario; b) que la realidad no conviene negarla sino afrontarla y ofrecerle salidas en las que unos y otros dejen pelos en la gatera; 3) que la unidad constitucional de España no puede someterse a escrutinio de los ciudadanos catalanes porque sólo es disponible para el conjunto del cuerpo electoral español; 4) que Rajoy y Mas sólo pueden pactar aspectos que no vulneren la Constitución; 5) que Cataluña tiene recursos propios, políticos y jurídicos, para plantear su demanda: desde unas elecciones plebiscitarias a la iniciativa legislativa de su Parlamento ante las Cortes Generales para una reforma de la Constitución, y 6) que no podemos aspirar a solucionar de raíz la cuestión catalana (la independencia no sólo no la resolvería sino que la empeoraría) sino a paliarla renovando en ritmos cíclicos las relaciones entre Cataluña y el Estado, como ocurre en todos aquellos que padecen tensiones centrífugas como Canadá, Reino Unido, Bélgica o Italia, por citar los países de nuestra cultura política. Sin olvidar que el éxito del domingo de Merkel se ha basado, entre otras razones, en la profunda reforma del Estado Federal alemán (con el Estado libre de Baviera dentro) llevada a cabo en los primeros seis años de este siglo XXI.

En Escocia, que celebrará un referéndum independentista el 18 de septiembre del año que viene, los tres grandes partidos británicos, el laborista, el conservador y el liberal demócrata, han constituido una plataforma denominada Better Together (Mejor Juntos), no frente al secesionista SNP, sino a favor de propugnar la superioridad de la unidad en todos los terrenos frente al separatismo del partido de Salmond. Allí –como acaba de recordar Tom Burns Marañón— la cuestión escocesa se plantea desde la valoración de los intereses (las practicalities) de unos y de otros y los costes de la secesión. Se han embridado los sentimientos y se han puesto encima de la mesa las variables económico-sociales, políticas e internacionales de la eventual separación de Escocia. Aquí ni siquiera hemos sido capaces de racionalizar el impulso independentista catalán, argumentar desde la frialdad y aunar posiciones a favor y en contra de la independencia de Cataluña, sin necesidad de frentismo alguno.

Oriol Junqueras Barcelona Cataluña
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