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Por la corrupción y la soberbia
Tras las elecciones, toca mover ficha a los dos partidos que hasta ayer encarnaban “la vieja” política y corresponde a los que dicen representar “la nueva” demostrar la responsabilidad
Ayer la sociedad española en los comicios municipales y autonómicos imprimió dos giros a la trayectoria del país. Por una parte, se deslizó a la izquierda, despegándose de la opción popular y, por otra, sentenció que la política española ya no es un juego del PP y del PSOE sino también de Podemos y Ciudadanos. España por lo tanto ha quedado ubicada políticamente en la izquierda y ha quebrado el bipartidismo. La suma -en el caso de que rigurosamente pudiera hacerse- entre el PP y Ciudadanos es mucho más débil que la del PSOE con Podemos que convergen en el objetivo común de desalojar a los conservadores del poder sin que –porque no quiera o no pueda- el partido de Albert Rivera lo evite.
Volaron las mayorías absolutas en todas las autonomías y municipios de relevancia; se quebraron carreras políticas como la de Esperanza Aguirre y nacieron otras como las de Ada Colau o Manuela Carmena. Y ocurrió una cosa más y muy importante: el proceso soberanista catalán no es mayoritario -ni lejanamente- en la ciudad de Barcelona en la que CiU ya no fue la fuerza más votada. Con todo eso, y como estaba previsto, el sistema de 1978 ha entrado en una nueva fase.
Toca mover ficha a los dos partidos que hasta ayer encarnaban “la vieja” política y corresponde a los que dicen representar “la nueva” demostrar la responsabilidad, que ellos denuncian, no tienen ni el PP ni el PSOE. Vamos directos a una política de pactos y de transacción porque la ciudadanía se ha cansado de los comportamientos de aquellos partidos a los que ha habilitado durante décadas con extraordinarios poderes. El PSOE y el PP -y el PP de Mariano Rajoy de una manera más grave al ostentar el poder con mayoría absoluta- han incurrido en prácticas corruptas que en plena crisis económica han irritado a los ciudadanos hasta extremos exasperantes y se han conducido con una enorme soberbia en sus políticas de gestión de la depresión económica.
Vamos a una política de pactos, la ciudadanía se ha cansado de los comportamientos de partidos a los que ha habilitado con extraordinarios poderes
Si el PP de Rajoy y el propio Gobierno hubieran reaccionado de inmediato ante los casos de corrupción que de forma constante le han venido concerniendo –al igual que el PSOE con los suyos- y hubiese adecuado sus políticas contra la crisis a modulaciones más sociales y empáticas, los resultados del 24-M hubieran sido otros. Desde hace mucho tiempo -desde 2012- el Gobierno del PP se adentró por la vereda equivocada sin detectar y procesar los profundos cambios generacionales, de valores, de percepción y de expectativas que se registraban en la sociedad española, instalándose en la prepotencia. Ciudadanos ha sido la alternativa casi explosiva a la que ha migrado buena parte de su electorado (otra, se quedó ayer en casa), y Podemos ha sido el aliviadero de una izquierda socialdemócrata sumida durante demasiado tiempo en la perplejidad paralizada.
Todo lo que ayer ocurrió y lo que va a ocurrir -¿o es que no hay nada que el presidente Rajoy pueda hacer al respecto, además de valorar la conveniencia de hacer mutis por el foro al final de la legislatura?- era perfectamente previsible, incluso del todo razonable, lógico, históricamente inevitable. La democracia –cuando en ella intervienen los ciudadanos- es incompatible con la corrupción y reactiva a las actitudes soberbias de los gobernantes.
Es necesario que esta derrota electoral haga entrar en crisis a los 'populares' para que el partido tenga oportunidad de recuperarse desde la decencia
El desplome, el batacazo, el hundimiento e, incluso, la debacle del PP han sido más ostensibles que los muy regulares resultados del PSOE porque los populares han caído de una torre más alta que fue la que alcanzaron el 22 de mayo de 2011. Es necesario que esta derrota electoral haga entrar en crisis a los populares para que el partido tenga oportunidad de recuperarse desde la decencia, la nueva sintonía con los ciudadanos, la conexión con las nuevas generaciones y el combate decidido contra realidades insoportables como la desigualdad, la pobreza y la exclusión que la crisis ha provocado en nuestro país.
El presidente del Gobierno habrá podido comprobar que el electorado demanda un discurso político que no incurra permanentemente en la tecnocracia y el burocratismo; que los ciudadanos quieren proximidad y comprensión; que la gente espera que se respeten sus impuestos y que se administren con probidad; pretenden, en definitiva, que las instituciones sean gobernadas pero no poseídas por el partido de turno. Reclaman, pues, que se cree una conciencia de servicio público en la clase política. O en otras palabras, una nueva cultura política que supere la actual, vieja, viciada e ineficaz. Por eso se votó como ayer se hizo en unas elecciones a las que les cuadra el adjetivo de históricas.
Ayer la sociedad española en los comicios municipales y autonómicos imprimió dos giros a la trayectoria del país. Por una parte, se deslizó a la izquierda, despegándose de la opción popular y, por otra, sentenció que la política española ya no es un juego del PP y del PSOE sino también de Podemos y Ciudadanos. España por lo tanto ha quedado ubicada políticamente en la izquierda y ha quebrado el bipartidismo. La suma -en el caso de que rigurosamente pudiera hacerse- entre el PP y Ciudadanos es mucho más débil que la del PSOE con Podemos que convergen en el objetivo común de desalojar a los conservadores del poder sin que –porque no quiera o no pueda- el partido de Albert Rivera lo evite.