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Otra Diada “coreana” y la (escasa) movilización del no
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José Antonio Zarzalejos

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Otra Diada “coreana” y la (escasa) movilización del no

Sin la movilización de Barcelona y de su área metropolitana, el sí independentista ganará. Es preciso que la participación alcance una cota inédita: debe estar por encima del 73%

Foto: Manifestación de la Diada, ayer, en la Avenida Meridiana de Barcelona. (EFE)
Manifestación de la Diada, ayer, en la Avenida Meridiana de Barcelona. (EFE)

La de ayer fue una manifestación independentista tan masiva -aunque más explícita en sus intenciones- como las precedentes celebradas en las Diadas de 2012, 2013 y 2014. La fiesta nacional de Cataluña declarada así por el Parlamento del Principado en su primera ley en 1980 no se ha celebrado unitariamente como ha constatado en La Vanguardia Miquel Roca. Ha sido un tour de force del independentismo que ha terminado, no sólo por liquidar el sistema de partidos en Cataluña, sino también la propia festividad de la comunidad en la que participaban todos los estamentos y formaciones con un acto muy simbólico ante la estatua de Rafael de Casanova.

Ahora esa unidad ciudadana e institucional no importa a los secesionistas cuya pretensión fundamental es la movilización de su electorado y -en la medida de lo posible- la intimidación del contrario. Todos estos movimientos de masas, emotivamente inflamados de patriotismo, tienen, además, efectos contagiosos sobre sectores sociales que se instalan en la comodidad, la duda o la ambigüedad y cuyo porcentaje estaría, según la encuesta del CIS del pasado jueves, por encima del 25% del censo electoral.

El independentismo, además, ha ido cambiando sus códigos patrióticos. Es mucho más importante el espacio arqueológico del Borne en Barcelona -los restos arqueológicos de la ciudad tomada por el ejército borbónico el 11 de septiembre de 1714- y la Fosa de las Moreras, que los que hasta ahora venían siendo los tradicionales. El mercado del Borne -un auténtico escenario martirial de los catalanes verdaderos en contraste con los felipistas botiflers (traidores) de la Guerra de Sucesión- ha sido definido por el exdirector del complejo y ahora presidente de Ómnium Cultural, Quim Torra, como “la zona cero de los catalanes”.

Pese a la importancia de la participación en el 27-S todos los indicios apuntan a que el “no” se encuentra en unos niveles discretos de movilización

En otras ocasiones he aludido al buen funcionamiento de la maquinaria de marketing del independentismo catalán, diseñado y ejecutado por la Asamblea Nacional Catalana, Ómnium Cultural y la Asociación de Municipios por la Independencia, además de otras organizaciones menores, todas ellas ayudadas por la Generalitat y el sistema público de medios de comunicación del Principado. La manifestación en La Meridiana de la Ciudad Condal, ayer, reclamando vía libre a una república catalana, con una estética y disciplina cuidadas que el historiador Joaquin Coll denomina “coreanas” ha sido, además, especialmente estratégica: en el inicio de la campaña electoral. Artur Mas buscó las fechas que fueran efemérides para poner toda la carne en el asador electoral del 27-S.

La victoria por mayoría absoluta de las listas independentistas -Junts pel Sí y CUP- no es indefectible (y además, entre ambas hay rencillas que son difícilmente superables) pero sí probable como coinciden todas las encuestas, la última la ya citada del CIS. Sería un triunfo ajustado, pero triunfo al fin y al cabo, suficiente para que la crisis entre Cataluña y el Estado adquiriese más dimensión. Pese a la importancia de la participación en el 27-S todos los indicios apuntan a que el “no” (votos a las demás listas) se encuentra en unos niveles discretos de movilización. Lo constataban esta misma semana en Madrid los directivos de la asociación La Tercera Vía en un almuerzo con periodistas y así lo ratifican los analistas más ecuánimes en Cataluña.

Sin la movilización de Barcelona y de su área metropolitana, el sí independentista ganará. Es preciso que la participación alcance una cota inédita en unas elecciones autonómicas: debe estar por encima del 73% (la participación del 77% que prevé el CIS parece una distorsión demoscópica). Son necesarios mensajes mucho más rotundos sobre la importancia de que el puente de la Mercé -el día 24-, que se celebra sólo en Barcelona y su entorno, dato que a Mas tampoco le ha pasado desapercibido, no sea una excusa de mal pagador para ausentarse del colegio electoral. La abstención es respetable siempre que responda a un comportamiento consciente y coherente del ciudadano, pero no cuando se debe a la desidia o el desistimiento.

Nunca en Cataluña ha habido ocasión de conocer cuántos son los ciudadanos cuya prioridad no es la independencia sino el desempleo o la desigualdad

En Cataluña podría concitarse negativamente dos fenómenos. De una parte, que volviese a producirse la llamada “abstención diferencial” que es muy tradicional allí y que consiste en una afluencia mucho mayor en generales que en autonómicas ya que en éstas determinadas bolsas de electores se sienten menos concernidos. Y de otra, que se aproveche la ocasión -la menos adecuada de todas las posibles- para castigar al Gobierno de Rajoy no tanto por su (no) política en Cataluña como por otros reproches sobre su gestión económica y social.

Los votos secesionistas están prácticamente contados desde el “proceso participativo” del 9-N de 2014. Pero nunca en Cataluña ha habido ocasión de conocer cuántos son los ciudadanos cuya prioridad -o su rechazo a ella- no es la independencia del país sino otros problemas como el desempleo, la desigualdad, la prestación de los servicios públicos básicos y los sociales y la corrupción. Hasta el momento, la campaña recién iniciada formalmente -materialmente estamos instalados en ella desde hace más de un año- pivota sobre los ejes que el independentismo ha establecido como los grades vectores del discurso colectivo.

La Diada de ayer, además de una demostración de potencia movilizadora ciertamente previsible, apuntaló la ventaja política de los impulsores del proceso soberanista e intimidó a los portadores de las propuestas contrarias. En quince días hay que equilibrar -creo imposible revertir- las posiciones de unos y de otros. Y hay que hacerlo por el bien de todos que consiste en lograr el 27-S la fotografía más auténtica de todas las posibles sobre la pulsión ideológica e identitaria de los catalanes.

La de ayer fue una manifestación independentista tan masiva -aunque más explícita en sus intenciones- como las precedentes celebradas en las Diadas de 2012, 2013 y 2014. La fiesta nacional de Cataluña declarada así por el Parlamento del Principado en su primera ley en 1980 no se ha celebrado unitariamente como ha constatado en La Vanguardia Miquel Roca. Ha sido un tour de force del independentismo que ha terminado, no sólo por liquidar el sistema de partidos en Cataluña, sino también la propia festividad de la comunidad en la que participaban todos los estamentos y formaciones con un acto muy simbólico ante la estatua de Rafael de Casanova.

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