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Ciudadanos, ¿un futuro incierto? (el 25-S y el 1-O)
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José Antonio Zarzalejos

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Ciudadanos, ¿un futuro incierto? (el 25-S y el 1-O)

Ciudadanos no es UPYD —con todo el respeto que merece el que fuera partido de Rosa Díez—, ni constituye tampoco un episodio similar al del CDS

Foto: El líder de Ciudadanos, Albert Rivera. (Reuters)
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera. (Reuters)

En pleno tsunami del PSOE, crecidas las posibilidades electorales del PP y con un Podemos menos consistente que hace unos meses, ¿cómo se perfila el futuro de Ciudadanos? Para muchos observadores, se percibe incierto. Por una razón: la imprevisibilidad de los comportamientos del electorado. El partido de Rivera tiene ahora una función sustancial (32 escaños que apoyarían una investidura 'viable' de Rajoy). Pero el país está en una lógica de polarización que podría contraer su espacio natural en la zona central del espectro político si se celebrasen elecciones generales en diciembre. Entre un PP fortalecido por las elecciones gallegas y vascas y un PSOE arrasado por la crueldad de su crisis interna y el acoso de Podemos, el futuro de Ciudadanos depende no solo de la presión de los dos bloques ideológicos principales, sino también de su necesario rearme argumental tras el mal resultado el 25-S en Galicia y Euskadi.

Los escasos 48.000 votos que el partido naranja obtuvo en los comicios gallegos y los poco más de 21.000 en los vascos están por debajo de todas las expectativas, no ya de lograr representación parlamentaria en ambas Cámaras autonómicas, sino de aproximarse consistentemente a obtenerla. Las causas del fracaso del 25-S resultan bastante obvias: 1) Ciudadanos es un partido joven que ha tenido que atender demasiados compromisos electorales en un corto espacio de tiempo, lo que no le ha permitido asentar su implantación territorial; 2) el discurso de Ciudadanos en el País Vasco y en Galicia resultó demasiado estandarizado, cuando aquellas comunidades se caracterizan por una idiosincrasia electoral-social específica, y 3) los cabeza de lista eran desconocidos y su voluntariosa irrelevancia la cubrió Albert Rivera, una sustitución que nunca ha funcionado en aquellas tierras. El 25-S ha sido malo para C´s, pero no premonitorio necesariamente de un frenazo irreversible, ni siquiera determinante.

Puede convertirse en el receptor de los votos que no desean que las desgracias socialistas expandan artificialmente al PP y de los que abandonan al PSOE

Ciudadanos no es UPYD —con todo el respeto que merece el que fuera partido de Rosa Díez—, ni constituye tampoco un episodio similar al del CDS. El partido que preside Rivera, además de haber conseguido en las últimas elecciones 32 diputados en el Congreso (perdiendo ocho respecto del 20-D y tras una campaña en la que señoreó el discurso del voto útil), está presente en 11 parlamentos autónomos (suma total de escaños: 93) y ha colocado a 1.527 concejales, la mayoría en Andalucía (166), Madrid (137), Comunidad Valenciana (223), Castilla y León (478) y Cataluña (176). Es particularmente importante en el Parlamento catalán, asumiendo el liderazgo de la oposición con 25 escaños; en Madrid, en donde sostiene al Gobierno de Cifuentes con sus 17 diputados, y en la Andalucía de Díaz, a la que apoya con sus nueve escaños. Estas cifras dan la dimensión de una formación joven, pero anclada ya en el mapa de las instituciones.

Los acontecimientos del pasado 1-O (la histórica reunión del comité federal del PSOE) hacen crecer las expectativas del PP —bien para un pacto, bien para unos nuevos comicios—, pero han roto el socialismo español y ocluido la comunicación de este con la derecha y, seguramente, también a la inversa. Y eso, por mucho que al frente de la gestora en Ferraz se haya situado a Javier Fernández, que es la viva imagen de la sensatez y de la integridad en un político inequívocamente de izquierdas. Ciudadanos, que juega en una zona central, además de establecer un corredor de comunicación entre las dos formaciones, tiene la oportunidad de convertirse en el receptor de los votos que no desean que las desgracias socialistas expandan artificialmente al PP y de los que abandonan a un PSOE que, incapaz de gobernarse a sí mismo, inspira escasísima confianza para ostentar a corto plazo decisivas responsabilidades institucionales.

Ayer se publicaron dos encuestas según las cuales Ciudadanos obtendría en unas nuevas elecciones 37 escaños ('El Español') o 25 ('ABC'). Los sondeos están —aquí y en casi todas las sociedades democráticas— en cuarentena. Pero son siempre tendenciales: Ciudadanos, aun en un escenario de máximo estrés (terceras elecciones con una confrontación extraordinaria), seguiría logrando en las urnas un resultado determinante, porque los populares en ningún caso alcanzarían otra mayoría absoluta. El partido naranja atemperaría así —si hubiera, insisto, nuevos comicios— algunas soberbias y podría remediar algunos posibles desamparos. Y delimitaría —y esto es de la máxima importancia— un espacio político e ideológico respirable y superador de los condicionantes sectarios que nos tienen, como país, paralizados y un tanto perplejos. Dicho todo lo cual, a Ciudadanos —aunque bregado, todavía con grandes retos de consolidación por delante— le convendría que la investidura de Rajoy fuese 'viable'.

En pleno tsunami del PSOE, crecidas las posibilidades electorales del PP y con un Podemos menos consistente que hace unos meses, ¿cómo se perfila el futuro de Ciudadanos? Para muchos observadores, se percibe incierto. Por una razón: la imprevisibilidad de los comportamientos del electorado. El partido de Rivera tiene ahora una función sustancial (32 escaños que apoyarían una investidura 'viable' de Rajoy). Pero el país está en una lógica de polarización que podría contraer su espacio natural en la zona central del espectro político si se celebrasen elecciones generales en diciembre. Entre un PP fortalecido por las elecciones gallegas y vascas y un PSOE arrasado por la crueldad de su crisis interna y el acoso de Podemos, el futuro de Ciudadanos depende no solo de la presión de los dos bloques ideológicos principales, sino también de su necesario rearme argumental tras el mal resultado el 25-S en Galicia y Euskadi.

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