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El Gobierno de bonzos de Cataluña abrasa a Sánchez e Iceta
El documento del PSOE y del PSC se perdió mediática y políticamente. Los bonzos-consejeros de Puigdemont abrasaron la propuesta de Sánchez e Iceta antes de que echase a andar
En política tan importante como el qué es el cuándo y el cómo. La denominada 'Declaración de Barcelona. Por el catalanismo y la España Federal', documento-oferta suscrito por las ejecutivas del PSOE y el PSC, se presentó el viernes escoltado por dos actos de radicalidad del secesionismo catalán. A las 11 de la mañana, Puigdemont –vigilado por Junqueras– comunicaba la purga de los consejeros dubitativos de su equipo y su sustitución por bonzos políticos dispuestos a arder en el patriotismo separatista. A las 17 horas, los nuevos titulares de Interior, Educación y Presidencia tomaban posesión de sus cargos. Entre ambos hitos que marcan la determinación de eludir cualquier decisión que no sea la ruptura con el Estado por parte de la Generalitat, Pedro Sánchez y Miquel Iceta glosaban la tercera vía: ni con “la deriva independentista” ni con el “inmovilismo del Gobierno del PP”. Ambos deambularon en el terreno de nadie encarcelados por un mal cálculo de agenda y una peor sintonía con el don de la oportunidad.
La Declaración de Barcelona podía tener sentido –con muchos matices y algunas serias objeciones– en un día distinto al del viernes en el que el sanedrín que rige la Generalitat (Puigdemont, Junqueras, Mas, Vendrell, Madí…) decidió una jornada de cuchillos largos y depuró –¿dónde queda el elogio de la duda tan brillantemente glosado por Victoria Camps?– a aquellos consejeros atrapados en el muy razonable 'síndrome Baiget'. Carles Puigdemont impuso un régimen autoritario en Cataluña e impulsó toda la energía –no sabemos cuánta– de las instituciones catalanas bajo su control contra el Estado español y la Constitución, al mismo tiempo que Jean-Claude Juncker advertía de que la Comunidad quedaría fuera de UE en el supuesto inverosímil de una independencia unilateral.
El presidente catalán no eligió el viernes a los mejores sino a los más fieles, no a los más competentes sino a los más radicales, no a los más sensatos sino a los más imprudentes, no a los más capaces sino a los menos aptos para la política que, como ya es tópico afirmar, no es otra cosa que el arte de lo posible. Con ello envió varios mensajes, unos hacia fuera de Cataluña y otros hacía dentro. El principal es que Puigdemont se considera, y así quieren que se le considere, un kamikaze imbuido de un mesianismo inquietante. A partir de ahí se deducen los demás: impone una Cataluña secesionista minoritaria sobre otra, subordina las instituciones y el dinero público a sus fines ilegales, destroza su partido y prima a los republicanos y a su líder, Oriol Junqueras, y deja nítidamente claro que su opción no pasa por una negociación que no sea un referéndum de autodeterminación.
En ese contexto de explícita voluntad de confrontación y ruptura, el documento del PSOE y del PSC se perdió mediática y políticamente. Los bonzos-consejeros de Puigdemont abrasaron la propuesta de Sánchez e Iceta antes de que echase a andar. De disponer el secretario general de los socialistas de mayor sentido político hubiese realizado un quiebro y llevado la presentación de la Declaración de Barcelona a la próxima semana, una vez la opinión pública hubiera digerido la sinfonía de abrupta radicalidad del secesionismo catalán. El efecto de la propuesta de los socialistas solo se deja notar en un relativo acercamiento a las posiciones de Podemos –es muy vacua la alusión en el documento al “reconocimiento de las aspiraciones nacionales de Cataluña” sin aclarar cómo afectaría y con qué redacción al artículo 2 de la Constitución– y en un desdén de insufrible tozudez del separatismo.
Hay momentos –y este es uno de ellos– en los que hay que dejar que los adversarios (y lo escribe quien ha defendido la denominada “tercera vía”) se asfixien en su propia radicalidad. Ni una sola línea de la declaración del PSOE y del PSC –insisto, que requerirá un análisis a fondo– sirve en este momento más que para el desprecio sobreactuado de los dirigentes secesionistas que no encontrarán en el prólogo ni en ninguno de los siete puntos de la declaración un motivo consistente para alterar su inmovilismo desafiante. Es más: aprovecharán para que la oferta de Sánchez e Iceta se mustie cuanto antes.
Hay momentos en los que hay que dejar que los adversarios (y lo escribe quien ha defendido la “tercera vía”) se asfixien en su propia radicalidad
Lo diré sin ápice de reserva mental: este es el momento de estar del lado del Estado, de la Constitución y de la acción de las instituciones democráticas, también, apoyando al Tribunal Constitucional y al ministerio fiscal y a los tribunales de justicia. La Declaración de Barcelona puede ser útil –antes o después habrá que constituir una subcomisión en la Comisión Constitucional del Congreso– pero no debería servir en ningún caso para la equidistancia (Puigdemont la ha roto) entre la Generalitat y el Gobierno de la Nación, ni para el oportunismo agitador del populismo morado “pablista” que se siente cómodo en el borde externo del sistema, ni para el buenismo dialogante con aquellos que han demostrado que lo desprecian hasta la inmolación de un modelo socio-político de éxito como el autonómico catalán.
Cuando fracase el integrismo 'carlista' del secesionismo catalán, cuando los menestrales de Puigdemont culminen el desastre, cuando se desvele el enorme engaño al que han conducido a Cataluña, será el momento de evaluar responsabilidades, implementar soluciones y, sí, entrar a fondo en muchos de los temas que el viernes se plantearon en la declaración socialista de Barcelona que los consejeros-bonzos, esos pirómanos del sistema bajo el mandado del presidente de la Generalitat y su sanedrín, redujeron a cenizas. Sánchez e Iceta deben entender que su oferta está tan fuera del espacio y del tiempo político en España que resulta excéntrica. El secretario general del PSOE –más extraño resulta en Iceta– persiste en sus comportamientos adolescentes e inmaduros, con lo cual, lejos de rebajar el nivel de riesgo en la situación de España, puede que lo incremente.
En política tan importante como el qué es el cuándo y el cómo. La denominada 'Declaración de Barcelona. Por el catalanismo y la España Federal', documento-oferta suscrito por las ejecutivas del PSOE y el PSC, se presentó el viernes escoltado por dos actos de radicalidad del secesionismo catalán. A las 11 de la mañana, Puigdemont –vigilado por Junqueras– comunicaba la purga de los consejeros dubitativos de su equipo y su sustitución por bonzos políticos dispuestos a arder en el patriotismo separatista. A las 17 horas, los nuevos titulares de Interior, Educación y Presidencia tomaban posesión de sus cargos. Entre ambos hitos que marcan la determinación de eludir cualquier decisión que no sea la ruptura con el Estado por parte de la Generalitat, Pedro Sánchez y Miquel Iceta glosaban la tercera vía: ni con “la deriva independentista” ni con el “inmovilismo del Gobierno del PP”. Ambos deambularon en el terreno de nadie encarcelados por un mal cálculo de agenda y una peor sintonía con el don de la oportunidad.