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Enero de 2016-18: de la autoliquidación de Mas a la de Puigdemont
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José Antonio Zarzalejos

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Enero de 2016-18: de la autoliquidación de Mas a la de Puigdemont

El separatismo catalán ha amortizado a dos presidentes más por autoliquidación de los propios personajes. Ambos se entregaron a la extrema izquierda. Y lo están pagando

Foto: Los expresidentes de la Generalitat Carles Puigdemont (i) y Artur Mas. (EFE)
Los expresidentes de la Generalitat Carles Puigdemont (i) y Artur Mas. (EFE)

Tal día como hoy hace dos años, Artur Mas cedió. O le hicieron ceder. Era un sábado. En 24 horas vencía el plazo máximo para intentar la investidura y de no producirse se convocarían nuevas elecciones. En las del 27 de septiembre del año anterior, la coalición entre CDC, ERC e independientes, bajo la denominación de Junts pel Sí, había logrado solo 62 escaños sobre los 135 del Parlamento catalán. A seis de la mayoría absoluta. La investidura de Mas dependía de los votos de la CUP, que irrumpió en la Cámara con 10 escaños. Los antisistema se negaron una y otra vez a respaldar una nueva presidencia del convergente. No hubo modo de convencerlos. Querían su cabeza política y la obtuvieron.

Mas y su partido, en vez de afrontar unas nuevas elecciones, se entregaron a la extrema izquierda. El líder de CDC quedaba descartado y para sustituirle fue llamado urgentemente Carles Puigdemont, alcalde Girona y diputado. Al día siguiente, 10 de enero, mañana hará dos años, el ahora huido a Bruselas fue investido. La CUP tenía la llave del proceso y había logrado que los convergentes y el propio interesado se autoliquidasen y entregasen la presidencia de la Generalitat a un separatista de pedigrí. El político-periodista de Amber lo era de toda la vida. No se trataba de un barcelonés al uso. Era de una menestralía de raíces carlistas, del interior catalán, de familia con oficio comercial, de las que en la Cataluña profunda se encomiendan a diario a San Pancracio.

Autoliquidado Artur Mas, el gran responsable de lo que ocurre (para mal) en Cataluña, la CUP llevó del ronzal a su sucesor hasta el mismo día 27 de octubre pasado, cuando declaró unilateralmente la independencia de la comunidad y, 36 horas después, huyó a Bélgica. Los antisistema, con mando en plaza, no tuvieron excesivas dificultades en encaminar a Puigdemont hacia otra autoliquidación. El expresidente de la Generalitat puso en ese afán todo su empeño. Ahora, en este enero de 2018, dos años después de aquellos acontecimientos, el secesionismo catalán ha devorado a dos presidentes por más que Puigdemont reclame no se sabe qué legitimidades.

No será presidente porque erró en su alocada carrera secesionista, subestimando al Estado e incurriendo presuntamente en gravísimos delitos

A nuestro hombre de Bruselas le está ocurriendo exactamente igual —salvando la coreografía— que a su predecesor. Quiere volver a ser presidente de la Generalitat. Y quiere serlo con los votos, imprescindibles, de la CUP (cuatro escaños que con los 66 de ERC y JxCAT hacen 70) y por el procedimiento más inenarrable de cuantos puedan imaginarse: por vía telemática. El entorno de Puigdemont dice que si es investido así, volvería a España y retaría a la Justicia: “A ver si Llarena se atreve”. La cuestión es que al de Girona le ocurrirá lo mismo que a Mas: no será presidente de la Generalitat porque erró, de distinta forma que el exconvergente, en su alocada carrera secesionista, subestimando al Estado e incurriendo presuntamente en gravísimos delitos.

Escribí el pasado 2 de enero que en “Cataluña se va a cometer un fratricidio”. Junqueras y ERC, 'hermanos' secesionistas de JxCAT, votarán a Puigdemont si regresa, que es tanto como invitarle a que se dirija directamente a Estremera. Alternativamente, saben a la perfección que si invisten telemáticamente al huido, el Gobierno impugnaría de inmediato la designación ante el Tribunal Constitucional, que suspendería la designación. Este asunto, por más vueltas que se le dé, no tiene una salida practicable.

Cabe una alternativa, un Gobierno de “carácter técnico” que cubra una legislatura de cuatro años

El separatismo catalán, de enero de 2016 a este de 2018, ha amortizado a dos presidentes de la Generalitat mucho más por autoliquidación e insensatez de los propios personajes que por otras razones. Ambos se entregaron a la extrema izquierda. Y ambos lo están pagando.

Cabe una alternativa sugerida con sentido común por el que fuera 'conseller' de Economía con Artur Mas, Andreu Mas Colell, que ha planteado un Gobierno de “carácter técnico” que cubra una legislatura de cuatro años. Es tan razonable lo que esgrime este reputado economista, también secesionista, que excede a la capacidad de comprensión de los partidos del 'procés', entregados a la irrealidad. No aprendieron nada del episodio del 9 y 10 de enero de 2016, cuando empezó la debacle, y es de temer que tampoco ahora reflexionen sobre el disparate telemático para investir presidente a un político definitivamente pasado de vueltas, ideológicas y emocionales. Ni Mas en enero de 2016, ni Puigdemont en este enero de nevadas de 2018.

Tal día como hoy hace dos años, Artur Mas cedió. O le hicieron ceder. Era un sábado. En 24 horas vencía el plazo máximo para intentar la investidura y de no producirse se convocarían nuevas elecciones. En las del 27 de septiembre del año anterior, la coalición entre CDC, ERC e independientes, bajo la denominación de Junts pel Sí, había logrado solo 62 escaños sobre los 135 del Parlamento catalán. A seis de la mayoría absoluta. La investidura de Mas dependía de los votos de la CUP, que irrumpió en la Cámara con 10 escaños. Los antisistema se negaron una y otra vez a respaldar una nueva presidencia del convergente. No hubo modo de convencerlos. Querían su cabeza política y la obtuvieron.

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