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José Antonio Zarzalejos

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Cuanto antes, presidente

El tiempo, que hasta ahora corría a favor de Sánchez, deja ya de hacerlo. El líder socialista debería alejarse de los voluntarismos que sentenciaron a su predecesor

Foto: Pedro Sánchez en una imagen del pasado miércoles. (EFE)
Pedro Sánchez en una imagen del pasado miércoles. (EFE)

Pedro Sánchez fue muy realista cuando, inmediatamente antes de acceder a la presidencia del Gobierno, anunció que las elecciones generales serían "cuanto antes". En su primera entrevista (RTVE el 18 de junio pasado), el presidente ya había cambiado de opinión: las elecciones se convocarían en 2020 y, así, se culminaría la legislatura. El jueves, ante Emmanuel Macron, en la Moncloa, y cuando ya era previsible el fracaso gubernamental en la aprobación de la senda de déficit en el Congreso, el jefe del Ejecutivo insistió en que las elecciones se celebrarían al finalizar la legislatura. Es de suponer —pero no es seguro— que el revés parlamentario sufrido por el Gobierno ayer, con el abandono de sus socios en la moción de censura, haga reflexionar a Sánchez y regrese a su idea inicial: elecciones "cuanto antes".

¿En qué momento pensó el secretario general del PSOE que con una mayoría reactiva que lo que pretendía era echar a Rajoy pero no designarle a él podía acabar la legislatura? El buen cálculo en la presentación de la moción de censura; el acierto en detectar el hartazgo insufrible con el Gobierno de Rajoy y el éxito de la recepción por la opinión pública y publicada a su equipo de Gobierno, parece que alteró la percepción de la realidad del presidente. Porque tras ese corto tiempo triunfal —con una ocupación de espacios fulminante— la dura realidad de su minoría parlamentaria se ha ido imponiendo. El Gobierno está atado de pies y manos y su tendencia es la misma que la de Rajoy: recurrir a los decretos leyes para salir de situaciones comprometidas.

Foto: María Jesús Montero, ministra de Hacienda, este 27 de julio en el Congreso. (EFE)

El trayecto del decreto ley para proveer de una dirección provisional a RTVE —y que ha acabado con el nombramiento de una administradora única en la persona de Rosa María Mateo— ha consumido ocho plenos del Congreso y no ha logrado que prospere la estructura tradicional consistente en un consejo de administración y una presidencia de la corporación. Estratégicamente, ha sido una operación desastrosa. Se anuncia que la exhumación de los restos de Franco —un asunto torpemente sobredimensionado por el propio Ejecutivo— se implementará también a través de un decreto ley a finales de verano. Y la vicepresidenta del Gobierno ha sugerido que el veto del Senado —previsto en una ley orgánica— a la senda de déficit podría levantarse mediante otro decreto ley, lo cual es técnicamente impresentable. De tal manera que no estaríamos ante un Gobierno parlamentario, sino ante un equipo ejecutivo que, muy minoritario, se mantiene driblando constantemente al Congreso y empleando recursos de evitación del procedimiento legislativo ordinario.

Pese a la mano tendida de Sánchez, Puigdemont no ha hecho otra cosa que acrecentar su radicalismo

La política de "desinflamación" de Sánchez en Cataluña ha estado orientada por una evidente buena voluntad que, sin embargo, no ha sido correspondida por los propósitos dinamiteros de Carles Puigdemont. El expresidente huido de la Generalitat ha "pasado por la quilla" (en expresión utilizada por el periodista catalán Luis Mauri) a Marta Pascal, que impulsó en el PDeCAT el voto de censura contra Rajoy y, al tiempo, ha engullido en su Crida por la República al partido sucesor de CDC para iniciar así la conquista populista, trasversal y radical del independentismo. Pese a la mano tendida de Sánchez, Puigdemont no ha hecho otra cosa que acrecentar su radicalismo que amenaza, incluso, al resto de las formaciones independentistas. Soy de los que piensa —ahí están las declaraciones indubitables de Josep Borrell— que Sánchez y el Gobierno no mercadearán con el independentismo —en asuntos sustanciales— a cambio de mantenerse unos meses más en la Moncloa.

Por lo demás, Podemos es una organización que interioriza dos pulsiones: una de implosión interna (véase lo que le está ocurriendo en Andalucía) y otra de destrucción del sistema constitucional de 1978. En tanto no se impongan —y eso no ha ocurrido todavía— las tesis institucionalistas de Íñigo Errejón, los morados no soportarán un pacto con el PSOE sin contrapartidas exorbitantes. Eso es lo que ocurrió ayer y volverá a ocurrir si Sánchez no convoca elecciones. Tampoco hay que engañarse con el modelo de relación de los populistas con el independentismo catalán porque ambos convergen en un objetivo inmediato: un proceso constituyente que afecte al modelo territorial (confederación) y a la forma de Estado (república).

El líder socialista debería alejarse de los voluntarismos y de la administración de los tiempos que sentenciaron a su predecesor

Mientras, el PP se ha renovado estableciendo contrafuertes para mantener las esencias de la derecha sin desplazamientos, al menos hasta el momento, hacia el centro político. Los populares han cerrado la etapa del marianismo y abierto otra de recomposición ideológica. Por su parte, y pese a un cúmulo de análisis funerarios respecto de Albert Rivera y Ciudadanos, lo cierto es que el líder catalán y su partido reciben el respaldo de los hechos y tanto Sánchez como Casado los recolocan en la centralidad al tiempo que las encuestas —conocidas y por conocer— sostienen a los liberales por encima del 20% de voto estimado. Rivera no ha sufrido en estos dos meses —tras la moción de censura— ningún "bajón" como se ha escrito con profusión, desconociendo la huella resistente de la escuela política catalana en la que se ha curtido el líder naranja.

El "cuanto antes" de Sánchez está de nuevo sobre la mesa. El tiempo, que hasta ahora corría a su favor, deja ya de hacerlo. El líder socialista debería alejarse de los voluntarismos y de la administración de los tiempos que sentenciaron a su predecesor en la Moncloa, atrapado en la contemplación social y política de una realidad paralela. La auténtica es que el presidente cuenta con 84 escaños y unos socios coyunturales que no le van a permitir una gestión gubernamental mínimamente exitosa. La moción de censura constructiva era para un propósito político diferente al interpretado por Sánchez. Exigía, justamente, lo que el secretario general del PSOE verbalizó: ir a las urnas cuanto antes. Y es que la primera, es, casi siempre la mejor y más acertada idea.

Pedro Sánchez fue muy realista cuando, inmediatamente antes de acceder a la presidencia del Gobierno, anunció que las elecciones generales serían "cuanto antes". En su primera entrevista (RTVE el 18 de junio pasado), el presidente ya había cambiado de opinión: las elecciones se convocarían en 2020 y, así, se culminaría la legislatura. El jueves, ante Emmanuel Macron, en la Moncloa, y cuando ya era previsible el fracaso gubernamental en la aprobación de la senda de déficit en el Congreso, el jefe del Ejecutivo insistió en que las elecciones se celebrarían al finalizar la legislatura. Es de suponer —pero no es seguro— que el revés parlamentario sufrido por el Gobierno ayer, con el abandono de sus socios en la moción de censura, haga reflexionar a Sánchez y regrese a su idea inicial: elecciones "cuanto antes".

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