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Su patriótico penúltimo servicio a España
Fue el hombre clave en la aprobación por el grupo socialista de la ley de abdicación de Don Juan Carlos y sin la gestión entonces de Pérez Rubalcaba la historia pudo haber sido diferente
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Cuando Alfredo Pérez Rubalcaba anunció su despedida de la política ante los elogios que recibía, echó mano de su inteligente ironía y afirmó con media sonrisa –la suya habitual- que “los españoles enterramos muy bien”. El que fuera varias veces ministro, vicepresidente del Gobierno y secretario general del PSOE expresaba así el regusto, quizás un poco amargo, en el que resumía su trayectoria pública. El fallecido político cántabro se merece el mejor de los elogios necrológicos para reconocerle sus méritos con agradecimiento y, sobre todo, con veracidad.
[Muere Alfredo Pérez Rubalcaba]
Pérez Rubalcaba –con el que me vinculó desde los años noventa un sincero y recíproco afecto- no fue ese “príncipe de las tinieblas” que algunos propalaron; tampoco un “Maquiavelo de Madrid” como otros le motejaron. Fue un político que combinó en sus justas dosis el pragmatismo y la vigencia de los valores en los que creyó. Y creyó en España, en el socialismo en el que militó rectilíneamente y en las instituciones del Estado democrático que ayudó a desarrollar y fortalecer y a las que sirvió con una lealtad férrea. Él ha sido uno de los representantes más integradores y lúcidos de la izquierda española y uno de los referentes históricos del PSOE.
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Su trayectoria no se puede describir y, mucho menos, glosar en unas pocas líneas. Pero su penúltimo servicio a España, al sistema Constitucional y a la Corona, fue su papel imprescindible en un momento crítico de nuestro país: la abdicación del Rey Juan Carlos en junio de 2014. Si él no hubiese sido el secretario general del PSOE en aquellas fechas quizás el curso de la historia reciente de España no hubiese sido como fue. Gracias a su extraordinaria gestión, el grupo parlamentario socialista votó favorablemente la ley orgánica 3/2014 de 18 de junio por la que se hizo efectiva la abdicación de D. Juan Carlos I.
La renuncia del padre de Felipe VI fue uno de los momentos políticos más delicados de la democracia española. Pérez Rubalcaba, con discreción, mano izquierda, capacidad de persuasión, convenció a sus diputados –no pocos de pulsión republicana- de que había que dar cobertura a la Corona, respaldar la ley de abdicación y facilitar la sucesión en la persona del entonces Príncipe de Asturias. Apeló a la responsabilidad, al esfuerzo de la transición, a la conciliación entre los españoles, a la integridad institucional. Lo hizo, además, sin ínfulas ni grandiosidades dialécticas. Y no se colgó ninguna medalla.
Si él no hubiese sido el secretario general del PSOE en aquellas fechas quizás el curso de la historia reciente de España no hubiese sido como fue
Muchos intervinieron en la preparación de la renuncia de Juan Carlos I, pero el remate se lo trabajó con un espíritu patriótico –ya mostrado en otros momentos difíciles- el fallecido y querido Alfredo Pérez Rubalcaba. Fue su penúltimo servicio a España y a la Constitución. El último: su leal apartamiento a la vida privada regresando a su puesto en la Universidad. No traspasó el umbral de ninguna puerta giratoria. Y no le faltaron ofrecimientos para que lo hiciera.
Con los años, el cántabro se hizo todavía más amplio, más cálido, más conversador, más amigo y más entrañable. Sin dejar ni un instante de manejar la ironía, la observación perspicaz, la opinión brillante y la generosidad de juicio. Tuvo de continuo altura intelectual, fue abundante en lecturas, amó la Universidad y la investigación, era un auténtico “profesional” en el escrutinio de los contenidos de los medios de comunicación y amasó la palabra como vehículo de expresión de su fuerza y energía políticas.
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Con seguridad el Rey estará en las honras fúnebres que se celebren. Porque Felipe VI, como Jefe del Estado y titular de la Corona, debe representarnos a todos los españoles de buena voluntad en la despedida a un hombre que se ha ganado el elogio sincero. Merece un entierro que sea también un homenaje nacional, de la izquierda y de la derecha, de los unos y de los otros. De todos.
Cuando Alfredo Pérez Rubalcaba anunció su despedida de la política ante los elogios que recibía, echó mano de su inteligente ironía y afirmó con media sonrisa –la suya habitual- que “los españoles enterramos muy bien”. El que fuera varias veces ministro, vicepresidente del Gobierno y secretario general del PSOE expresaba así el regusto, quizás un poco amargo, en el que resumía su trayectoria pública. El fallecido político cántabro se merece el mejor de los elogios necrológicos para reconocerle sus méritos con agradecimiento y, sobre todo, con veracidad.