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España no soporta un Varufakis (los tres avisos del PNV)
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José Antonio Zarzalejos

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España no soporta un Varufakis (los tres avisos del PNV)

Ortuzar advierte de que si Iglesias opta por ser un Varufakis, "todo puede saltar por los aires", reprocha las especulaciones sobre golpismo y avisa: el que se acerca a Bildu "se quema"

Foto: El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, en el Congreso. (EFE)
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, en el Congreso. (EFE)
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El Gobierno de coalición que preside Sánchez es tan contradictorio y desquiciante como para aunar en el Consejo de Ministros a una candidata a la presidencia del Eurogrupo (Nadia Calviño) y al líder de un partido de extrema izquierda sin homologación en la Unión Europea (Pablo Iglesias). No estamos ante un ejercicio de pluralidad cohesiva, sino ante un ejemplo de incoherencia. Si la situación política y socioeconómica discurriese en la normalidad, este constructo político quizá podría tener algún recorrido, pero, dadas las circunstancias que hemos vivido, estamos viviendo y viviremos en un futuro inmediato, un Ejecutivo integrado por ministros yuxtapuestos buscará de forma natural su implosión.

Al Gobierno no lo va a 'tumbar' la oposición, porque su heterogeneidad es tan incoherente como la del propio Gabinete y su aritmética en el Congreso es más precaria que la mayoría parlamentaria que sostiene a Sánchez. Además, la derecha carece de estrategia y empatía para inspirar mayor confianza que la coalición de la Moncloa. El grave problema de la política en nuestro país consiste en la simetría de incapacidades de los unos y de los otros. De tal manera que no hay salida si no se abdica de la confrontación de bloques y no se abren pasillos de colaboración, entendimiento y no cuajan propósitos firmes para la exclusión de los radicalismos. O en otras palabras, si no hay un regreso a la coherencia política.

Sánchez y Casado se acusan mutuamente de fomentar la crispación

En la política española, un pequeño partido como el PNV, con solo seis escaños en el Congreso y 377.423 votos el 10-N, ha conseguido una difícil y valiosa condición prescriptora y una influencia determinante en las decisiones gubernamentales. En el País Vasco, según el último sondeo de la Universidad de Deusto, la aspiración independentista se reduce al 14% de los consultados, un porcentaje muy menor respecto al de los que prefieren el autogobierno actual y aún mayor, pero no la aventura anacrónica del separatismo. Esta estructura de opinión pública en Euskadi tiene que ver con el modelo de gestión del Gobierno vasco, en manos de la nueva generación de dirigentes del nacionalismo, representados por el presidente del EBB del PNV, Andoni Ortuzar, y el lendakari, Iñigo Urkullu. Este partido incrustado en la mayoría de investidura que sostiene al Ejecutivo de Sánchez y al que impone un peaje constante para concurrir a su apoyo —no es reprochable que lo haga, porque la política es una transacción constante— se ha convertido en una instancia que, sin 'potestas', ha adquirido 'auctoritas'.

El pasado martes, el presidente del PNV, en una entrevista en 'El Economista', ofrecía unas opiniones-guía que no han alcanzado la repercusión que merecen. Andoni Ortuzar lanzó con claridad meridiana serias advertencias sobre los tres puntos débiles del Gobierno. “Sánchez es consciente del error que cometió al pactar con Bildu”; “El experimento con Bildu salió muy mal”; “El acuerdo con Bildu se quedó en agua de borrajas esa misma noche”; “Era una auténtica barbaridad decir con esa alegría que se derogaba toda la reforma laboral”; “Ese pacto con Bildu fue un error garrafal”; “El que se acerca a Bildu se quema”.

Foto: Otegi y Ortuzar, acompañados de la candidata 'abertzale' a lendakari, Maddalen Iriarte, juntos en el acto para celebrar el fin de ETA en mayo de 2018. (EFE)

Ortuzar, después de afirmar que “en el Gobierno hay voces, propuestas y comentarios que nos parecen fuera de la realidad”, advierte también de que “Iglesias va a tener la disyuntiva de elegir entre ser el Tsipras de la segunda época o Varufakis (…) porque si opta por ser un elemento estilo Varufakis, puede saltar todo por los aires. Europa no va a regalar su dinero y van a ser muy vigilantes con la eficacia en el gasto (…) no podemos convertirnos en un país de subsidiados”.

Y por fin, otra referencia al líder de Podemos: “No hay riesgo de golpe de Estado, en absoluto. Iglesias está haciendo un flaco favor al Gobierno con este tipo de polémicas. Eso no es propio de un vicepresidente (…) Iglesias no está a la altura de las circunstancias. No es lo mismo ser vicepresidente que líder de un partido de la oposición con tendencias antisistema (…)”.

Foto: Pablo Iglesias, vicepresidente segundo del Gobierno, este 29 de mayo en la Moncloa. (EFE)

Ninguna de las opiniones del presidente del PNV es sorprendente, pero todas tienen el valor del cómo y del cuándo están dichas (personalizadas y concretas). También porque previenen sobre las actitudes gubernamentales necesarias en muy pocos meses, cuando la crisis económica y social desate sus peores efectos y haya que elaborar unos Presupuestos Generales del Estado alineados con las exigencias que comportará beneficiarse de las ayudas de la Unión Europea.

Si en ese contexto, Iglesias persiste en la estrategia de manifestarse ora como vicepresidente ora como líder de un partido de oposición con “tendencias antisistema” o pretende reencarnar los comportamientos de Varufakis, sucederá exactamente lo que advierte Andoni Ortuzar: “Todo puede saltar por los aires”. Letra y música del PNV para descodificar las inquietudes que atenazan una sociedad zarandeada que reclama, más allá de opciones ideológicas, sensatez, solidaridad y serenidad.

El Gobierno de coalición que preside Sánchez es tan contradictorio y desquiciante como para aunar en el Consejo de Ministros a una candidata a la presidencia del Eurogrupo (Nadia Calviño) y al líder de un partido de extrema izquierda sin homologación en la Unión Europea (Pablo Iglesias). No estamos ante un ejercicio de pluralidad cohesiva, sino ante un ejemplo de incoherencia. Si la situación política y socioeconómica discurriese en la normalidad, este constructo político quizá podría tener algún recorrido, pero, dadas las circunstancias que hemos vivido, estamos viviendo y viviremos en un futuro inmediato, un Ejecutivo integrado por ministros yuxtapuestos buscará de forma natural su implosión.

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