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Felipe VI, anfitrión de la OTAN y la UE pero 'no grato' en Girona
Esos 80 miembros del patronato de la Fundación Princesa de Girona, a título personal o en representación de grandes empresas, nombres muy notorios, debieran dedicar una sesión a diagnosticar la razón de su irrelevancia en la sociedad catalana
El independentismo catalán no solo se desmorona en sus luchas intestinas y se desacredita en la falta de probidad de sus líderes (véase el caso de Laura Borrás) sino que, además, frustra el bienestar de Cataluña (véase cómo han fracasado los Juegos de Invierno de 2030) y se distancia de las convenciones democráticas de otros secesionismos (véase la propuesta de nuevo referéndum en Escocia). También hace ruidosamente el ridículo, sin que la clase dirigente supuestamente sensata haga nada para evitarlo, no se sabe si por impotencia o por resignación.
El próximo lunes, la familia real se desplazará a Barcelona para entregar en un auditorio de Cornellá los premios anuales de la Fundación Princesa de Girona, que es uno de los títulos de la heredera de la Corona, Leonor de Borbón y Ortiz. No ha sido posible que los reyes y sus hijas celebren este acto en la ciudad de Girona. No encuentran lugar para la ceremonia y su Ayuntamiento ha declarado no grato al Rey. Marta Madrenas, la alcaldesa, es la responsable de ese acuerdo. Compañera de partido de Laura Borràs. Todo dicho.
De tal manera que el jefe del Estado, el rey Felipe VI, que ha sido el anfitrión de 36 jefes de Estado y de Gobierno en la cumbre de la OTAN y que ha recibido a los altos mandatarios de la Alianza y de la Unión Europea, paseará por Figueres y por la ciudad de Girona, pero no se celebrará allí el acto central de entrega de los premios. Buena afirmación de institucionalidad, pero insuficiente.
La circunstancia sería irritante si, en realidad, no resultase, insisto en el término, ridícula. Es ridículo que el Gobierno sea incapaz de amparar al jefe del Estado en su presencia en cualquier parte de España porque es una cuestión de principio cuyo cumplimiento constitucional le corresponde; es ridículo que el consistorio gerundense dañe a la ciudad con este sectarismo porque la presencia allí de los reyes amplificaría la notoriedad de la urbe, y es ridículo que el plantel de ochenta personalidades que forman el patronato de la Fundación, a título personal o en representación de muy potentes empresas catalanas y del resto de España, sea incapaz de gestionar la presencia de la familia real en la entrega de unos premios que reconocen el emprendimiento y la excelencia, especialmente de los jóvenes. Les ruego, para que lo comprueben, que lean los nombres que integran el patronato que aparecen en la página web de la Fundación y los identifiquen.
No obstante, Felipe VI es un hombre de convicciones institucionales y entregaría los premios de la Fundación Princesa de Girona a todo trance y sea donde fuere. La Corona, desde que él es su titular, se ha abstenido de conceder títulos nobiliarios —y ya son ocho años sin hacerlo— y ha sustituido este reconocimiento por los galardones de las fundaciones Princesa de Asturias y Princesa de Girona.
Es lo contemporáneo y lo que más sintoniza con la sociedad y con la necesidad de que la Jefatura del Estado se sitúe en la vanguardia del reconocimiento a los mejores. Y empatice con la sociedad. Por eso, los reyes también estarán el próximo 10 de julio en Ermua (Vizcaya) con motivo de los veinticinco años del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, perpetrados por la banda terrorista ETA, a cuyo funeral asistió Felipe VI cuando en 1997 era todavía Príncipe de Asturias.
La Corona se comporta desde la abdicación de Juan Carlos I con la dignidad y coherencia que falta en otras instituciones del Estado
El Rey, después de ocho años de reinado, se está empoderando. El día 23 de mayo pasado, ese lunes de larga conversación en la Zarzuela con su padre, ha dejado clara su posición, a la que se atendrá Juan Carlos I. Como anfitrión de la cumbre de la OTAN en Madrid, ha mostrado la mejor imagen —igual que la Reina, que ha dado una lección de la traída y llevada "profesionalidad" de las consortes—, acreditando su preparación diplomática y recibiendo la cordialidad de los líderes europeos y de EEUU y Canadá, así como de los Estados invitados. Las encuestas siguen poniendo en valor (véase la de IMOP en este diario de la pasada semana) connotaciones personales que aluden con nota alta a su profesionalidad, preparación y ejemplaridad. Y las medidas de transparencia y dación de cuentas de su Casa han sido especialmente bien recibidas.
Hay que dejar claro, sin embargo, que el Rey está logrando arraigar su protagonismo como jefe del Estado y mejorando la consideración de la Corona con escasas colaboraciones. La Corona se comporta desde la abdicación de Juan Carlos I con la dignidad y coherencia que falta en otras instituciones del Estado en un momento en el que están siendo zarandeadas por fuerzas extremistas, radicales y nihilistas.
Como sociedad democrática, como país dotado de una Constitución que consagra la forma monárquica parlamentaria, como Estado con un fuerte poder ejecutivo, resignarse a que el Rey no celebre en Girona, con la heredera, una ceremonia de altruismo y de enaltecimiento social de la excelencia, constituye un hecho que, si ridículo para los independentistas, es intolerable desde el punto de vista constitucional y político.
Es el recurrente problema de España: la escasa estatura de sus élites
Quizás, una sesión de esos 90 miembros del patronato, nombres muy notorios en su mayoría, debieran dedicar una sesión a diagnosticar su irrelevancia en la sociedad catalana. Es el recurrente problema de España: la escasa estatura de sus élites.
PD. Estos son las cinco premiadas por la Fundación Princesa de Girona:
María Hervás (Madrid. 1987) Premio a las artes y las letras.
Elisenda Bou-Balust (Barcelona. 1986) Premio empresarial.
Eleonor Viezzer (Viena. 1986) Premio investigación científica.
Claudia Tecglen (Rivas-Vaciamadrid. 1986) Premio a la acción social.
Trang Nguyen (Vietnam. 1990) premio internacional, en este caso por su labor de protección de la naturaleza de su país.
El independentismo catalán no solo se desmorona en sus luchas intestinas y se desacredita en la falta de probidad de sus líderes (véase el caso de Laura Borrás) sino que, además, frustra el bienestar de Cataluña (véase cómo han fracasado los Juegos de Invierno de 2030) y se distancia de las convenciones democráticas de otros secesionismos (véase la propuesta de nuevo referéndum en Escocia). También hace ruidosamente el ridículo, sin que la clase dirigente supuestamente sensata haga nada para evitarlo, no se sabe si por impotencia o por resignación.