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Yolanda Díaz y los cristales rotos
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José Antonio Zarzalejos

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Yolanda Díaz y los cristales rotos

La vicepresidenta no tiene alternativa a la coalición actual, pero Podemos sí: hacer la revolución pendiente contra las derechas porque Iglesias ya dijo que estar en el Gobierno no es tener el poder

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. (EFE/Mariscal)
La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. (EFE/Mariscal)
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"A la izquierda del PSOE solo hay cristales rotos". Esta es la descripción —seguramente acertada— de un veterano periodista no lejano a las tesis socialistas que ha dejado arrumbados los apriorismos ideológicos y que se expresa en términos de esa sinceridad luminosa que solo es posible a una edad en la que se relativizan los principios que en la juventud fueron categóricos.

Efectivamente, puede que el PSOE ralentice su retroceso electoral, según las encuestas, y haya superado el registro de los 100 escaños. Pero si a su izquierda no dispone de efectivos parlamentarios para completar una mayoría suficiente que sume con los independentismos y nacionalismos, la fórmula actual que preside Sánchez no será viable. Parece evidente que mucho tendrían que cambiar las cosas —entre ellas, el deterioro económico— para que se reproduzca la coalición actual en el Consejo de ministros, cuyos socios acaban de derogar el reglamento del que se dotaron para resolver sus discrepancias.

Ante las municipales y autonómicas del próximo 28 de mayo, Yolanda Díaz no ha recompuesto ese espacio. Incluso podría haberlo empeorado

Además del retroceso del socialismo de Sánchez —que no se desfondará, sin embargo— lo que falla ostensiblemente es el proyecto de Yolanda Díaz. La vicepresidenta segunda del Gobierno no ha logrado hacer simbiosis con Podemos, no pertenece a Izquierda Unida y su relación con la dirección del PCE es problemática. Tampoco otros partidos territoriales como Compromís atraviesan por buen momento, y alguno, como Más Madrid-Más País, han interiorizado la solvencia de su marca, lo que impide su dilución en el proyecto Sumar, que sería la marca-plataforma de la política gallega. Esos son los cristales rotos que se hicieron añicos en las elecciones autonómicas celebradas en esta legislatura y, en especial, en las andaluzas del 19-J que resultaron especialmente esquivas para la izquierda radical, entre otras razones, por la hostilidad irreductible entre grupos y grupúsculos. Este fin de semana los morados están haciendo la guerra preelectoral por su cuenta, al margen de la delfina galaica, en su denominada Universidad de otoño, en la que ni Garzón ni ella intervienen ni comparecen.

Ante las municipales y autonómicas del próximo 28 de mayo, Yolanda Díaz no ha recompuesto ese espacio. Podría, incluso, afirmarse que lo ha empeorado. La sombra de Pablo Iglesias es constante proyectada desde los medios de comunicación. Retiene su discurso la legitimidad fundacional de Podemos pese a sus gruesos errores y enormes fracasos: ni es ya vicepresidente del Gobierno, ni diputado, ni fue capaz de fortalecer a su formación en las autonómicas madrileñas de mayo de 2021 en las que resultó vapuleado por la candidata de Íñigo Errejón, Mónica García, e, incluso, por el del PSOE, Ángel Gabilondo.

La izquierda más radical en nuestro país no acepta la transición porque la considera una rendición al franquismo

Pero los morados —con Belarra formalmente al frente de la organización, ayudada/vigilada por Irene Montero— se han replegado sobre sí mismos, se mantienen en el Gobierno contra viento y marea y no están en absoluto dispuestos a entregar a Díaz su estructura organizativa territorial —escasa pero no nimia— ni sus mejores nombres en candidaturas en la que el morado no sea el color dominante. Y sin izquierda extrema, sin izquierda a la izquierda del PSOE, a Pedro Sánchez le falta dramáticamente un soporte esencial. De tal manera que el enfisema pulmonar de la coalición se producirá, simultáneamente, por el bajón del PSOE —ya veremos de qué proporciones— y por el erial en el que puede convertirse el espacio de Unidas Podemos, que hoy por hoy es esencial en su proyecto.

En esa izquierda, además, y al contrario de algunas tesis como la del profesor Pérez Garzón, catedrático emérito de Historia Contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha, que ha escrito una meritoria Historia de las izquierdas en España (*) editada por Catarata, existe una alternativa a su actual posición de poder: la revolucionaria en los términos del siglo XXI que no son los del veinte.

La izquierda radical en España no acepta la transición porque la considera una rendición al franquismo; los nietos de los abuelos que hicieron la Constitución no asumen su legado y el anacronismo de Podemos, que tantas veces queda desvergonzadamente al aire en las soflamas de Iglesias o de Montero, indican que la derrota electoral está presentida, pero no así la misión de seguir acosando al "régimen del 78" para el que cuenta con sectores no menores del socialismo de Sánchez.

Para los morados, salir del Gobierno ante una mayoría de derechas es una oportunidad para intentar la revolución pendiente

En ese contexto, Yolanda Díaz sigue pareciendo más que una protagonista a la izquierda del PSOE, un complemento al socialismo gobernante en el que asemeja representar un ala, un sector o una corriente, mucho más que un liderazgo cuajado y personal. Se comporta, además, con unas formas y emplea unos tiempos, incompatibles ambos, con la aspiración de representar un papel diferente a ese de mera muleta de Sánchez. Como comunista ortodoxa, además, le atrae cierto sentido del orden y la institucionalización y su vinculación a los sindicatos —entes reconocidos explícitamente en la Constitución (artículo 28.1)— le aparta de esa revolución identitaria de Podemos y de la nadería ideológica de Izquierda Unida.

Tampoco parece bien avenida con el secretario general del PCE, Enrique Santiago, que escribió —lo reproduzco del libro citado del profesor Pérez Garzón— en 2012 este párrafo terrible (página 462): "el régimen de la Constitución de 1978 se ha convertido en la coartada de un sistema criminal concebido y ejecutado por élites nacionales y extranjeras, dirigido contra todos los españoles que no pertenecen al reducido grupo de las oligarquías financieras, las plutocracias establecidas o sus servidores. Un plan criminal —perfectamente legal, según la Constitución— que continúa ejecutándose en la absoluta impunidad […]". Santiago ha sido con Belarra secretario de Estado de la agenda 2030 y ahora es diputado con vara alta en el grupo de Unidas Podemos. Ese texto lo firmó también el ahora ministro de Consumo, Alberto Garzón. Dos pedazos de constitucionalistas, Enrique Santiago y Alberto Garzón.

Yolanda Díaz no tiene alternativa a Sumar —todo o nada— pero Podemos sí. Porque para los morados salir del Gobierno ante una mayoría de derechas es una oportunidad para intentar la revolución pendiente. Especialmente, desde que Pablo Iglesias constató que estar en el Gobierno no siempre implica ostentar el poder.

(*) Escribe el profesor Pérez Garzón que "la revolución que tantas cuitas y letra impresa había acumulado durante dos siglos se ha quedado para los libros de historia y la ‘reforma’ de la Constitución de 1978, de momento, se comenta en reducidos círculos con una limitada trascendencia" (página 475).

"A la izquierda del PSOE solo hay cristales rotos". Esta es la descripción —seguramente acertada— de un veterano periodista no lejano a las tesis socialistas que ha dejado arrumbados los apriorismos ideológicos y que se expresa en términos de esa sinceridad luminosa que solo es posible a una edad en la que se relativizan los principios que en la juventud fueron categóricos.

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