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La agonía de la coalición (cinco razones)
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José Antonio Zarzalejos

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La agonía de la coalición (cinco razones)

No es demasiado importante que haya una fractura formal en el Gobierno, porque la quiebra es más elocuente y evidente que el espejismo de continuidad que se quiere transmitir

Foto: Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, en una imagen de archivo en el Congreso de los Diputados. (Europa Press/Alberto Ortega)
Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, en una imagen de archivo en el Congreso de los Diputados. (Europa Press/Alberto Ortega)
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Son un insulto a la inteligencia de los ciudadanos las declaraciones que aseguran que el Gobierno de coalición no está extinto. El enroque del PSOE, al no prescindir de Unidas Podemos, y de los morados, al no marcharse pese a la indignidad de seguir en el Consejo de Ministros, tiene que ver solo con el coste que ambas partes calculan tendría la ruptura para sus expectativas electorales, porque el que rompe pierde, una convicción inicialmente acertada, pero que ya no es de aplicación al Ejecutivo de Sánchez, que es un remedo de coalición en el que ni sus integrantes ni la ciudadanía creen. Este encastillamiento es juzgado también como la evitación de la pérdida del modus vivendi de ministros que fuera del cargo quedarían reducidos a la nada laboral y profesional.

La coalición progresista se encuentra en una penosa agonía política que se debe a cinco razones evidentes y, en alguna medida, también previsibles. Serían estas:

1) La distancia táctica y estratégica entre el PSOE y Unidas Podemos la verbalizó el propio Pedro Sánchez antes de las elecciones del 10 de noviembre de 2019 y lo hizo reiterada y enfáticamente. Dijo no querer a Podemos en la Moncloa y garantizó no pactar con los independentistas. Pero como la repetición de los comicios el 10 de noviembre de 2019 —por los insatisfactorios resultados del PSOE en abril de ese año— fue un fracaso, el secretario general socialista prefirió aliarse con los que antes denostó que perder el poder.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, durante una sesión de control en el Senado. (EFE/Mariscal)

2) El programa de la coalición progresista —así se autodenominó— se elaboró sobre el preacuerdo de 13 de noviembre de 2019 y se firmó el 30 de diciembre de ese año. En mes y medio, con una notable precipitación, los objetivos gubernamentales quedaron recogidos en 50 páginas que suscribieron Sánchez e Iglesias. No se dieron el tiempo razonable para profundizar en las ambiciones programáticas que se han ido demostrando maximalistas y contradictorias (política internacional, listado legislativo, reformas sociales y un largo etcétera de cuestiones críticas). El actual Gobierno de coalición tripartita alemán tardó 100 días en concluir su programa, mucho más realista y sobrio que el español.

3) El 8 de enero de 2020, representantes de los grupos parlamentarios socialista y confederal de Unidas Podemos firmaron un documento de seguimiento del pacto creando una comisión ad hoc que nunca se puso en marcha. Todas las discrepancias mutuas se han ventilado en público y se han manifestado crudamente en los medios y, por supuesto, en el propio Congreso. Así, la desavenencia ha sido la tónica general, mucho más cuando acontecimientos como la guerra de Ucrania o la revisión clandestina de la política española respecto de Marruecos a propósito del Sáhara han acreditado una perspectiva radicalmente diferente entre el PSOE y UP. Por no hablar —todo está dicho— de la ley del solo sí es sí.

Foto: El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Fernando Alvarado)

4) La dimisión de Pablo Iglesias en marzo de 2021 de la vicepresidencia segunda del Gobierno y su renuncia al acta de diputado, para encabezar la lista electoral de UP en las autonómicas de Madrid de 4 de mayo de ese año, rompieron la interlocución más operativa entre ambas fuerzas, que hasta entonces fiaban la estabilidad del Gabinete en el contacto permanente entre Sánchez e Iglesias. Cuando este último reparó en el error, ya era tarde y al pretender enmendarlo desde algunos minaretes mediáticos empeoró la situación del Ejecutivo.

5) La designación precipitada de Yolanda Díaz por Iglesias como su sucesora al frente de las listas moradas fue un yerro de bulto que la vicepresidencia segunda se ha encargado de demostrar concluyentemente. La gallega —solo con el carné del Partido Comunista, pero no afiliada a Izquierda Unida ni a Podemos— fue urdiendo, en complicidad tácita (y a veces expresa) con Pedro Sánchez, un plan autónomo de Iglesias y de la nueva secretaria general de Podemos, Ione Belarra, y de la lideresa Irene Montero. De una parte, Díaz escindió a los ministros Subirats (Universidades) y Garzón (Consumo) de las titulares de Igualdad y Agenda 2030, dejándolas en minoría, al tiempo que ella montaba el artefacto Sumar para intentar revalidar la coalición sobre fundamentos diferentes a los pactados en el programa de 30 de diciembre de 2019; de otra parte, se ha vinculado con los partidos —como Más Madrid/Más País de Íñigo Errejón— detestados por Podemos. Díaz está fuera de control, y no solo de la dirigencia de Podemos, sino también del que quisiera ejercer el propio Sánchez.

placeholder Yolanda Díaz, el día que presentó su candidatura a la presidencia. (Reuters/Isabel Infantes)
Yolanda Díaz, el día que presentó su candidatura a la presidencia. (Reuters/Isabel Infantes)

Aunque los hooligans progresistas del Gobierno han pretendido que los ciudadanos absorbiesen como normales estos enfrentamientos ("ensalada de hostias"), anticipando la ignorancia nacional de la cultura política que implica la coalición, la primera en democracia, el señuelo no ha prosperado. En Europa gobiernan coaliciones en Alemania (tres partidos, ahora con algunos disensos públicos por parte de los liberales), en Italia (tres partidos), en Suecia (dos partidos), en Dinamarca (seis partidos), en Noruega (dos partidos)… y las relaciones entre los socios se conducen conforme a unas pautas de lealtad recíproca —no sin apartar antes las discrepancias insalvables— que contrastan con el guirigay de la coalición progresista española.

No es ya demasiado importante que se produzca una fractura formal en el Gobierno, porque la quiebra es mucho más elocuente y evidente que el espejismo de continuidad que se pretende transmitir. Ahora —pudo ser distinto hace año y medio— el tiempo de la coalición es de basura, improductivo e inútil. Y lo más grave, el arbitraje en este marasmo lo detentan esos socios con los que nunca, según dijo, contaría Sánchez, los secesionistas grupos de ERC y Bildu. Son los que tienen, y tendrán, la sartén por el mango.

Son un insulto a la inteligencia de los ciudadanos las declaraciones que aseguran que el Gobierno de coalición no está extinto. El enroque del PSOE, al no prescindir de Unidas Podemos, y de los morados, al no marcharse pese a la indignidad de seguir en el Consejo de Ministros, tiene que ver solo con el coste que ambas partes calculan tendría la ruptura para sus expectativas electorales, porque el que rompe pierde, una convicción inicialmente acertada, pero que ya no es de aplicación al Ejecutivo de Sánchez, que es un remedo de coalición en el que ni sus integrantes ni la ciudadanía creen. Este encastillamiento es juzgado también como la evitación de la pérdida del modus vivendi de ministros que fuera del cargo quedarían reducidos a la nada laboral y profesional.

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