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Bildu-Sortu y los 44 'Terneras'
Este asunto no va de normas, va de decencia, de ética cívica y democrática. Va de higiene intelectual y de recto criterio moral. Los bildutarras y sus asistencias plantearán el debate en el terreno jurídico. Es una trampa
El diccionario de la Real Academia Española define el bumerán como "arma arrojadiza formada por una lámina de madera curvada de tal manera que, lanzada con movimiento giratorio, puede volver al punto de partida". ETA es todavía un bumerán. O sea, que de una forma o de otra, regresa al punto de partida, al protagonismo oscuro, no tanto porque disponga de fortaleza propia cuánto porque aprovecha la ajena, la de aquellos que por ignorancia, falta de escrúpulos o banalidad caen en la trampa de suponer que se puede alterar la naturaleza de las cosas y, especialmente, de aquellas personas que han despreciado la vida y la integridad de otras, han arruinado sus patrimonios, han secuestrado y chantajeado y que siguen considerando esos comportamientos odiosos como la acreditación de su patriotismo e, incluso, como el cumplimiento de su ominoso deber.
Exactamente, eso es lo que ocurre, no con Bildu (el nombre de una falsa coalición), sino con Sortu, el partido nuclear de ese conglomerado atrincherado con otros dos menores e irrelevantes, en el que se han guarnecido desde hace años miembros de la banda terrorista ETA y que, además, forman parte de su dirección. Es cierto, sin embargo, que Otegi no ha engañado a nadie porque él y sus conmilitones han persistido en su negativa a condenar los crímenes de los etarras y han expuesto con meridiana claridad sus pretensiones: la excarcelación de los presos y la rehabilitación de su infame indignidad mediante el reconocimiento de su normalización política en la gestión pública y representativa en el País Vasco y en el conjunto de España a través de sus cinco diputados en el Congreso.
Bildu-Sortu está presente en el Parlamento Vasco (es la segunda fuerza política), en las Juntas Generales de los tres territorios forales, mantiene un pacto estable con el Gobierno socialista de Navarra y ha alcanzado varios con el Gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez. Pero la contrapartida siempre ha consistido en el rescate de ETA de su propio naufragio y el de sus activistas. Ya dijo Otegi que aprobarían todos los presupuestos que fueran necesarios si cesaba la dispersión penitenciaria (ha cesado), si se excarcelaban a presos a buen ritmo (se ha hecho) y si se reconocía que sus escaños, conjurados con los de ERC, eran decisivos para mantener a Sánchez en la Moncloa y sostener la mayoría de la investidura (se ha reconocido)
No es nuevo este desafío a la decencia: Josu Ternera, alias de José Antonio Urruticoetxea, un asesino de hechuras, jefe político de la banda en los años centrales de la década de los ochenta, se presentó en las listas de la luego ilegalizada Euskal Herritarrok (uno de los disfraces que los etarras guardaban en su camerino) y obtuvo escaño en el Parlamento autonómico el 25 de octubre de 1998. Increíblemente, y con los votos de su formación y los del PNV, fue designado (¡qué escarnio!) miembro de la comisión de derechos humanos de la Cámara legislativa vasca. Huyó en 2002 cuando tuvo noticia de que la Audiencia Nacional le citaba para comparecer y declarar por el atentado en el cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza en 1987 que causó una masacre: once asesinados, cinco de ellos niños. Finalmente, fue detenido en una operación conjunta de la Gendarmería francesa y la Guardia Civil en enero de 2020. Lo que ahora hace su partido (Bildu-Sortu) es taza y media: presenta a cuarenta y cuatro Terneras en sus listas. Los argumentos que amparaban la candidatura de Urriticoetxea eran en 1998 los mismos que ahora en 2023: la ley lo permite.
Así que los exterroristas, que no se han arrepentido, la mayoría, que no han pedido perdón a las víctimas, que no han colaborado —ni lo harán— con la Justicia para desvelar la autoría de más de 300 atentados, sean cargos electos y cobren del erario común, no es en absoluto novedad. Lo es la normalización política que han obtenido en esta legislatura al formar parte de la llamada mayoría de la investidura, aunque el PSOE de Sánchez —sus dirigentes, los ministros y él mismo— mantengan un atronador silencio que está a medio camino entre la vergüenza y la complicidad táctica.
Sería un error colosal plantear en términos de legalidad la presencia en las listas de los etarras o de Bildu-Sortu en las instituciones. Este asunto no va de normas, va de decencia, de ética cívica y democrática. Va de higiene intelectual y de recto criterio moral. Los bildutarras y sus asistencias solícitas plantearán en el terreno jurídico el debate. Es una trampa. La describió en un ensayo luminoso el filósofo Aurelio Arteta en 2010. Se titulaba Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente (Alianza Editorial). Arteta escribió este párrafo que sigue golpeando conciencias: "Es la innegable degradación política y moral de aquella sociedad [se refiere a la vasca] la que a mí me invitó durante años a pensar en la parte de responsabilidad que en ella han tenido y aún tienen tantos silencios, ambigüedades, ignorancias, concesiones y demás cobardías. O sea, en la prolongada y extensa complicidad que allí ha nutrido y adensado el horror".
Pedro Sánchez ha actuado en sus pactos con Bildu con temeridad e, incluso, con dolo, y ya no puede rectificar porque la toxicidad de esos acuerdos es irreversible. Por eso sería deseable que su liderazgo concluya en las próximas elecciones generales. Su yerro fundamental no está principalmente en sus políticas públicas, sino en las alianzas indeseables para sostenerlas. El bumerán etarra le ha golpeado justo cuando Bildu-Sortu ha deseado que lo hiciera. Porque esos tipos —ellas y ellos— saben que el electorado del socialismo, más allá de quién lo dirija ahora, es la némesis de lo que significa la secuela de la banda terrorista ETA y de lo que representó en los trágicos años de su actividad criminal. Los pactos con Bildu-Sortu insultan a una gran parte de los votantes del PSOE, afrentan al conjunto de la sociedad y degradan la política española.
El diccionario de la Real Academia Española define el bumerán como "arma arrojadiza formada por una lámina de madera curvada de tal manera que, lanzada con movimiento giratorio, puede volver al punto de partida". ETA es todavía un bumerán. O sea, que de una forma o de otra, regresa al punto de partida, al protagonismo oscuro, no tanto porque disponga de fortaleza propia cuánto porque aprovecha la ajena, la de aquellos que por ignorancia, falta de escrúpulos o banalidad caen en la trampa de suponer que se puede alterar la naturaleza de las cosas y, especialmente, de aquellas personas que han despreciado la vida y la integridad de otras, han arruinado sus patrimonios, han secuestrado y chantajeado y que siguen considerando esos comportamientos odiosos como la acreditación de su patriotismo e, incluso, como el cumplimiento de su ominoso deber.
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