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Verdades y mentiras sobre un Papa que intriga a la izquierda y desconcierta a la derecha
La decisión de Francisco, si sale del grave trance de salud que padece, es continuar, pero su tiempo se acaba, mientras el debate sobre su pontificado es muy controvertido por su perfil social y pastoral
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"La salud del Papa preocupa a los no católicos más, quizá, que a los católicos". Esta rotunda afirmación la pronunció hace solo unos días en una radio argentina la biógrafa del Papa Francisco, Elisabetta Piqué, periodista italoargentina y cercana al Pontífice desde que en 2001 le entrevistó cuando fue creado cardenal por Juan Pablo II siendo arzobispo de Buenos Aires. La reflexión podría ser excesiva si es malinterpretada, pero sería también coherente con un signo del actual papado: Jorge Mario Bergoglio representa en la Iglesia, después de sus dos predecesores de signo conservador, aunque no por ello menos innovadores —Juan Pablo II y Benedicto XVI, polaco y alemán, respectivamente— una sensibilidad personal y pastoral cercana a lo que se denomina progresismo, un término que ni siquiera el propio Bergoglio asumiría como característico en él.
Mientras se afirma que el Papa está ahormado por su procedencia argentina y su experiencia pastoral en una gran metrópolis como es Buenos Aires, lo que es cierto, otros análisis más profundos afirman que "también es un Papa europeo". Efectivamente, es hijo de emigrantes italianos, vivió en su familia las consecuencias de la II Guerra Mundial y se educó en la literatura contemporánea tanto latinoamericana como italiana, alguna de cuyas expresiones artísticas —como la ópera— le son muy queridas. Habla el italiano piamontés, un dialecto aprendido en su hogar. A Francisco, sin embargo, no se le atribuye la condición de intelectual como a su predecesor, Benedicto XVI, con el que convivió desde su renuncia en 2013 hasta su fallecimiento en 2022, ni siquiera como de hombre especialmente culto. Tampoco este estereotipo de Papa, solo pastoral, sería exacto para retratarle. Ocurre que el Pontífice se "conduce y habla de manera diferente". Es muy coloquial, impulsivo y rehúye la sofisticación verbal y gestual.
Es un revolucionario en las formas papales. Son detalles categóricos. Ha renunciado a determinados signos ornamentales propios (calza zapatos ortopédicos) de los Papas y ha asumido pautas de comportamiento impensables cuando fue elegido en el Cónclave de 2013. No habita los apartamentos del Palacio Apostólico y se ha instalado en Santa Marta; evita comer solo y lo hace en compañía; ha ordenado ser enterrado no en las grutas vaticanas en la basílica de San Pedro, sino en Santa María la Mayor, lo cual no es excepcional pero sí diferente a las disposiciones funerarias de Juan Pablo II y de Benedicto XVI.
Dos mujeres en la cúpula vaticana
Ha publicado cuatro encíclicas (el mismo número que las emitidas por Benedicto XVI, pero lejos de las 14 de Juan Pablo II); ha nombrado a la primera prefecta de uno de los 15 Dicasterios —el que se encarga de los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica—, sor Simona Brambilla. Desde ayer, primero de marzo, ha tomado las riendas de la gobernatura del Vaticano, con jurisdicción sobre 2.000 empleados, otra mujer, la franciscana sor Raffaella Petrini que sucede en el cargo al cardenal español Francisco Vérgez Alzaga. Ambos nombramientos no tienen precedente en la historia de la Iglesia y no han sido acogidos con unanimidad en la Santa Sede. De modo tal que, aunque Francisco no ha avanzado en la posibilidad del diaconado de la mujer, y mucho menos en la de su acceso al sacerdocio, ha querido testimoniar su inquietud ante el papel femenino en la Iglesia, siempre subordinado.
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Bergoglio, que siente una indiferencia absoluta por su salud, que se ha cuidado poco desde que a los 21 años padeciera una grave enfermedad pulmonar y que desde 2022 ha perdido movilidad al desplazarse en silla de ruedas, ha acumulado un peso corporal que compromete seriamente su estado físico y que converge con un tratamiento con corticoides que le ha inflamado el rostro hasta casi desfigurarle. Esa despreocupación por su salud es también un signo de identidad del Papa con el que quiere enviar un mensaje a las sociedades del bienestar, medicalizadas y obsesionadas por la longevidad. Su énfasis, sin embargo, está más en la 'justicia climática' —de eso trató su primera encíclica— y en la resolución de conflictos bélicos, que en aspectos puramente doctrinales en los que ha mantenido la ortodoxia (aborto, matrimonio homosexual), pero desde una perspectiva antropológica novedosa. En expresión de una de las personas que mejor le conoce, "el Papa se ha acercado a la frontera" y ha superado "la Iglesia como aduana" para hablar abiertamente con gais, lesbianas, transexuales y prostitutas. Francisco es un Papa que viene de la periferia del sur, Argentina, y desea acudir a las 'periferias' de la Iglesia.
El Papa de la periferia
Esta contestación a los usos tradicionales papales le ha llevado a un programa viajero peculiar (47 viajes a 66 países). Ni ha visitado su país, ni lo ha hecho a otros que parecía obvio acudiera, por ejemplo, España, lo que en versión de prelados españoles no "implica animadversión" sino "coherencia con un programa de desplazamientos alternativo al de sus predecesores". Hubiese viajado a Canarias como lo hizo a Lampedusa para encontrarse con los inmigrantes, pero en sus planes no ha estado recorrer los territorios europeos más tradicionales, subrayando así un hecho poco cuestionable: el centro de gravedad del catolicismo no es ya Europa, sino el sur y oriente. No habría en este planteamiento componentes ideológicos. Francisco no atiende a quienes le suponen 'peronista', a los que le creen militante en tesis más propias de la izquierda que del conservadurismo. Se afirma en el mensaje evangélico: la ayuda a los pobres, la asistencia a los vulnerables, la comprensión —"no ha podido hacer más, los cambios doctrinales en la Iglesia se producen mediante procesos de maduración muy largos"— hacia colectivos apartados de la comunión eclesial.
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Es cierto que desconfía de los 'mesías políticos', de aquellos dirigentes que invocan las creencias religiosas como patrimonio ideológico y electoral, lo que le enfrenta a las nuevas corrientes políticas con "anzuelos confesionales en sociedades con capitalismos sin compasión". Cuando era arzobispo-cardenal de Buenos Aires, los Kirchner le consideraban "el jefe de la oposición". Francisco ha considerado la corrupción política como "el pecado que, en lugar de ser reconocido como tal y de hacernos humildes, es elevado a sistema, se convierte en una costumbre mental, en una manera de vivir. Ya no sentimos la necesidad de perdón y misericordia". Su larga entrevista con Andrea Tornielli sobre la misericordia de Dios, es todo un alarde de humanidad evangélica y de calidez moral.
Francisco, los abusos y la Curia
Ha soportado el Papa la falsedad de su supuesta connivencia con la dictadura argentina, un bulo que se propaló en el Cónclave de 2005 que eligió al cardenal Josep Ratzinger, siendo él el segundo más votado para ocupar el papado tras Juan Pablo II. Es cierto que, después de ser provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, fue desterrado a la ciudad de Córdoba, pero ha recompuesto sus relaciones con su congregación, que ahora son cordiales. Es cierto también que ha desmantelado la prelatura personal del Opus Dei mediante un 'motu proprio', pero no ha perdido la sintonía con el propósito de la Obra fundada por Escrivá de Balaguer, en la que corrientes internas entienden la decisión del Papa como una oportunidad de renovación.
En sus recepciones a dirigentes políticos —ha recibido a Pedro Sánchez y a Yolanda Díaz— expresa su criterio más que con palabras, con la transparencia que ofrece su seriedad o su sonrisa y mantiene una relación diversificada con los medios de comunicación. Sabía quién era Jordi Évole cuando le concedió la entrevista para La Sexta en abril de 2019, cadena de la que se informó previamente acerca de su línea editorial. Pero lo hizo con plena conciencia de aproximarse a otra 'frontera', la mediática.
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Es un hombre muy resistente a las actitudes resignadas y, por eso, ha abordado la depuración de responsabilidades por los abusos pedófilos en la Iglesia ordenando la apertura de oficinas en todas las diócesis que se encargan de recibir las denuncias, ha renunciado a la prescripción de los delitos para no eludir las indemnizaciones y ha indicado que se tengan por responsables, no solo a los autores de los abusos y agresiones, sino también a los encubridores, sean prelados (ha destituido y apartado a más de una docena de obispos y arzobispos y algún cardenal), y reclamado cuentas a los laicos que hayan presidido instituciones católicas.
La reforma de la Curia ha sido profunda. En un futuro cónclave se reunirán 138 cardenales electores (menores de 80 años), 117 de los cuales han sido creados por el Papa Francisco, lo cual no condiciona necesariamente el pontificado de su sucesor, pero sí asegura que la cosmovisión de Bergoglio ha echado raíces y que, determinadas cuestiones que él ha manejado durante su mandato no serán reversibles. Él es todavía el 265 Sumo Pontífice de la Iglesias Católica, pero aletea la percepción de que su tiempo, que arrancó en 2013, se acaba. Concluirá cuando su mente interpele a su conciencia y le indique el final, si supera el actual y gravísimo trance de salud. Por eso, ahora es de justicia entenderle en su esfuerzo y llegar a la objetiva conclusión de que no ha sido ni de derechas, ni de izquierdas, ni peronista, ni conservador. Que ha sido un Papa libre —quizá el más libre en muchas décadas— en el ejercicio de su compromiso moral, profundamente humanista. Las leyendas sobre él no le hacen justicia y sus verdades, como ocurre siempre, están todavía por descubrir plenamente. Quedan para la historia. Por eso, su figura ha intrigado a la izquierda moralmente inquieta y ha desconcertado a la derecha confesional.
"La salud del Papa preocupa a los no católicos más, quizá, que a los católicos". Esta rotunda afirmación la pronunció hace solo unos días en una radio argentina la biógrafa del Papa Francisco, Elisabetta Piqué, periodista italoargentina y cercana al Pontífice desde que en 2001 le entrevistó cuando fue creado cardenal por Juan Pablo II siendo arzobispo de Buenos Aires. La reflexión podría ser excesiva si es malinterpretada, pero sería también coherente con un signo del actual papado: Jorge Mario Bergoglio representa en la Iglesia, después de sus dos predecesores de signo conservador, aunque no por ello menos innovadores —Juan Pablo II y Benedicto XVI, polaco y alemán, respectivamente— una sensibilidad personal y pastoral cercana a lo que se denomina progresismo, un término que ni siquiera el propio Bergoglio asumiría como característico en él.