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Yihadismo terrorista: Al Qaeda y el Estado Islámico
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Jorge Dezcallar

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Yihadismo terrorista: Al Qaeda y el Estado Islámico

Lo mejor que nos puede ocurrir es que estas dos organizaciones nunca unan sus fuerzas y a ello debemos dedicar las nuestras

Foto: Combatientes del Frente Al Nusra (filial de Al Qaeda en Siria) avanzan hacia sus posiciones cerca del pueblo de Al-Zahra en 2014. (Reuters).
Combatientes del Frente Al Nusra (filial de Al Qaeda en Siria) avanzan hacia sus posiciones cerca del pueblo de Al-Zahra en 2014. (Reuters).

Oriente Medio está en llamas. Allí se enfrentan sunitas contra chiítas, árabes contra persas, turcos contra kurdos, israelíes contra palestinos e islamistas contra laicos. Lo que menos hay son demócratas. Este desorden ha sido exacerbado por tres acontecimientos: las frustraciones derivadas de la Primavera Árabe, la invasión americana que rompió la columna vertebral de Irak y la revuelta contra la dictadura siria de Bachar al Asad, que ha degenerado en una guerra civil abierta con 250.000 muertos, 6 millones de desplazados y 4 millones de refugiados. Este es el caldo de cultivo donde florece y desde donde se expande el terrorismo yihadista de Al Qaeda y del Estado Islámico. No son lo mismo aunque estén emparentados. De hecho ambos fenómenos están enfrentados a muerte y eso es bueno para nosotros.

Michael Hayden, ex director de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), me dijo en cierta ocasión que durante la guerra fría el enemigo era conocido pero difícil de destruir, mientras que ahora su destrucción resulta relativamente fácil pero su localización mucho más difícil. Tiene razón. De entrada, el Estado Islámico se emparenta con Hizbulá y Al Shabab, pues todas son organizaciones terroristas. Pero son más que eso, pues además de hacer atentados y de contar con milicias armadas, constituyen embriones de estructuras políticas más ambiciosas que surgen de la debilidad o implosión de Líbano, Somalia, Siria o Irak, para rellenar un vacío en el ámbito político, de seguridad o de asistencia social. No ocurre lo mismo con Al Qaeda.

Dejando al margen a Hizbulá, muy centrado en la lucha contra Israel para recuperar las granjas de Sheba, o Al Shabab, que opera en África oriental, los dos principales enemigos a los que nos enfrentamos son Al Qaeda (AQ) y el Estado Islámico (EI). Ambas son organizaciones terroristas con base sunita que se benefician tanto de la marginación de esta minoría por la mayoría chiíta de Irak, que venga así su propia subyugación durante la dictadura de Sadam, como de los agravios acumulados por la mayoría sunita en Siria bajo la tiranía alauíta (chiíta) de los Assad.

Ambos grupos comparten una raíz común, pues fue un militante de AQ, Al Zarkawi, quien creó en 2003 Al Qaeda de Iraq (AQI) como franquicia de la primera. AQI se estrenó con un ataque contra la mezquita chiíta del Imam Al-Askari ese mismo año, demostrando así que el odio hacia los chiítas estaba inscrito en su ADN desde los mismos orígenes. Esta pugna es reflejo del antagonismo que a nivel regional capitalizan Arabia Saudí e Irán y que se extiende por todo el Medio Oriente desde Líbano hasta Yemen. Pero pronto surgieron importantes diferencias entre AQ y AQI y esta última concentró sus energías en aprovechar la situación para hacerse con una base territorial en zonas sunitas de Siria e Irak. Así nació el Estado Islámico de Irak y El Sham (Siria), que ellos llaman Al Dawla (el Estado), nosotros llamamos Estado Islámico y los árabes Daesh.

La ruptura del EI con AQ se consumó en 2004, antes de la muerte de Zarkawi bajo las bombas norteamericanas en 2006. No deja de ser curioso que a pesar de ello AQ siga considerándole como un mártir propio, como ha recordado recientemente su máximo dirigente Ayman Al Zawahiri.

Las diferencias entre AQ y EI son de tipo ideológico y estratégico. Desde un punto de vista ideológico, AQ considera al EI como una desviación del verdadero Islam en su estricta versión wahhabita, le acusa de sectarismo, de malinterpretar los textos sagrados, de ignorar la Ley Islámica, de matar a hermanos musulmanes, de nombrar a un Califa sin previo acuerdo de otros grupos yijadistas y, en definitiva, de deteriorar la imagen del Islam en el mundo. Pero también tienen desacuerdos estratégicos importantes, pues AQ centra sus objetivos terroristas en Occidente por el apoyo que da a los que considera regímenes impíos en el mundo árabe y por difundir "costumbres indecentes", mientras que el EI centra sus esfuerzos en crear un estado islámico donde reviva la pureza del Islam primitivo dirigido por un Califa con autoridad política y religiosa sobre todos los musulmanes del planeta, desde Marruecos hasta Indonesia, sin olvidar otras tierras irredentas como Al Andalus. La enemistad entre ambas organizaciones se salda a bombazos hoy entre el EI y la filial de AQ en Siria, el Frente Al Nusra, cuya revista Al Rissalat (La carta) anima al asesinato del Califa. Además de esta pugna táctica e ideológica hay otra no menos importante por los apoyos económicos de instituciones piadosas del Golfo y por los mismos militantes.

Porque los jóvenes se decantan hoy por la bandera negra del EI sobre la verde de AQ. El Daesh controla un territorio similar a media península Ibérica con una población de 6,5 millones de habitantes y ejerce un poderoso atractivo sobre millares de jóvenes a los que ofrece una identidad, un objetivo en la vida, una dignidad, un sentido de pertenencia y unas ventajas morales y materiales de las que carecen en regímenes árabes corruptos o en las periferias degradadas y sin expectativas laborales de las grandes ciudades europeas.

No es poco, y por eso el Estado Islámico atrae a un millar de jóvenes cada mes que le permiten reponer con creces las bajas que sufre en la lucha, cuenta hoy con unos 100.000 combatientes, 30.000 de ellos extranjeros (4.500 son occidentales) que han acudido al llamamiento de sus banderas negras con el mismo entusiasmo -salvando todas las distancias- con el que años atrás se nutrieron las Brigadas Internacionales de la Guerra Civil española. Es comprensible la preocupación con la que los servicios de inteligencia occidentales contemplan este fenómeno, ante el temor de que algunos puedan regresar a Europa aún más radicalizados y con una experiencia militar que les convierte en avanzadas máquinas de matar (sus mandos son antiguos oficiales de Sadam Hussein). El que algunos se puedan "colar" entre las actuales riadas de refugiados solo aumenta la preocupación.

El EI se ha extendido a Nigeria (Boko Haram), Libia, Sinaí, Afganistán y Yemen pero ha perdido ímpetu y hoy está a la defensiva en fronteras muy largas

El Estado Islámico se financia con petróleo de zonas bajo su control en Siria (44.000 barriles/día) e Iraq (4.000 b/d), que exporta a Turquía, Kurdistán y la misma Irak. También obliga a pagar impuestos en los territorios que domina, vende las antigüedades que no destruye y cobra rescates por los prisioneros. Con eso le basta para crear un remedo de administración con rudimentarios servicios básicos y algunos modestos programas sociales, e incluso paga unos 300 euros mensuales a sus combatientes y pone a su disposición esclavas sexuales yazidíes. Sus teólogos han concluido que los yazidíes no son musulmanes apóstatas sino paganos y por lo tanto no reos de muerte por blasfemos sino meramente susceptibles de esclavitud, práctica que ellos han revivido junto con otras como la crucifixión propias del Islam primitivo. Finalmente, el Daesh hace un uso muy inteligente tanto del terror que inspira como de la propaganda que le dan otras barbaridades como la destrucción de restos arqueológicos en Jatra o Palmira, y de internet y otras redes sociales que dominan con pericia y que occidente no logra neutralizar.

Con estos mimbres el EI se ha extendido a Nigeria (Boko Haram), Libia, Sinaí, Afganistán y Yemen pero al hacerlo ha perdido ímpetu y hoy está a la defensiva en fronteras demasiado largas cuyo mantenimiento les cuesta enorme esfuerzo y donde es objeto de duro castigo por la coalición internacional, que pretende "degradar y al final derrotar" a ese monstruo que ha nacido en el corazón de Oriente Medio como un proyecto milenarista que hace saltar por los aires las fronteras diseñadas por los acuerdos Sykes-Picot hace ahora un siglo (1916).

Mientras, AQ está de capa caída tras la muerte de Osama bin Laden, no ha sido capaz de crear nuevas franquicias sino que mantiene las ya existentes en el Magreb (AQMI), Al Shabab en Somalia, en la península arábiga (AQPA), y el Frente Al Nusra en Siria, todas ellas muy centradas en los conflictos locales (Al Nusra ha dicho claramente que su prioridad es expulsar a Bachar al Asad y que no les interesa atacar a occidente). Su discurso, más abstracto, resulta mucho menos atractivo para los jóvenes, como puede comprobar cualquiera que escuche y compare los mensajes de al Zawahiri con los del Califa.

De forma que cabría concluir que ambas organizaciones terroristas están hoy en retroceso aunque ambas siguen vivas. Al estar el EI concentrado en las tareas de crear un Estado y conquistar eventualmente Estambul para dar así paso al fin del mundo, es AQ la que lleva sobre sus hombros el peso de las actividades terroristas en occidente y a ella cabe achacarle los últimos atentados en Europa y los EEUU (puede que el reciente atentado de Ankara sea obra del Daesh pero eso no invalida el argumento, pues sería consecuencia de la involucración turca en el conflicto sirio). AQ está muy debilitada pues ha sufrido ataques muy duros, sus comunicaciones están muy comprometidas y Al Zawahiri no tiene el carisma de Bin Laden ni su mensaje el atractivo que para los jóvenes ofrece el Califato. En todo caso, lo mejor que nos puede ocurrir es que estas dos organizaciones nunca unan sus fuerzas y a ello debemos dedicar las nuestras.

El reciente desembarco ruso en Latakia y sus acuerdos con Irán, Iraq y Siria, de carácter puramente táctico, han descolocado tanto a la diplomacia como a la estrategia americana y se echa de menos una iniciativa diplomática europea (a la que habría luego que intentar sumar a americanos y rusos) para encontrar una solución negociada al conflicto de Siria, principal bandera de enganche del EI, que tantos problemas nos está causando en el viejo continente en forma de decenas de millares derefugiados que huyen de tanta muerte y destrucción.

Oriente Medio está en llamas. Allí se enfrentan sunitas contra chiítas, árabes contra persas, turcos contra kurdos, israelíes contra palestinos e islamistas contra laicos. Lo que menos hay son demócratas. Este desorden ha sido exacerbado por tres acontecimientos: las frustraciones derivadas de la Primavera Árabe, la invasión americana que rompió la columna vertebral de Irak y la revuelta contra la dictadura siria de Bachar al Asad, que ha degenerado en una guerra civil abierta con 250.000 muertos, 6 millones de desplazados y 4 millones de refugiados. Este es el caldo de cultivo donde florece y desde donde se expande el terrorismo yihadista de Al Qaeda y del Estado Islámico. No son lo mismo aunque estén emparentados. De hecho ambos fenómenos están enfrentados a muerte y eso es bueno para nosotros.

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