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Jorge Dezcallar

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Mal ambiente preelectoral

Lo que esto revela es una sociedad partida en dos mitades que están muy igualadas, aunque con ligera ventaja para los demócratas

Foto: Ivanka Trump, hija y asesora del presidente y candidato republicano a la presidencia. (EFE)
Ivanka Trump, hija y asesora del presidente y candidato republicano a la presidencia. (EFE)

En los últimos 32 años, se han celebrado ocho elecciones en los Estados Unidos, cuatro las han ganado los demócratas y cuatro los republicanos, y en seis ocasiones los primeros han ganado el voto popular, o sea, que les ha votado más gente. Lo que esto revela es una sociedad partida en dos mitades que están muy igualadas, aunque con ligera ventaja para los demócratas.

Y resulta que esa composición de la sociedad norteamericana, avalada por los resultados electorales de los últimos 32 años, no se refleja ni en la figura del presidente, que en las elecciones de 2026 obtuvo menos votos que su rival, ni en la composición del Tribunal Supremo, que desde el pasado 26 de octubre está claramente escorado hacia posiciones conservadoras por una mayoría de seis a tres. La jueza Amy Coney Barrett, de credenciales jurídicas impecables pero ultraconservadora y partidaria de una interpretación 'textual' de la Constitución, es la quinta mujer que llega al alto tribunal en 231 años de historia, y la primera persona que lo hace sin obtener un solo voto del partido que está en minoría en el Senado.

Foto: Foto: Guillermo Riveros. (Farrar, Straus and Giroux)

El nombramiento de Barrett, propuesta por el presidente Trump, ha sido respaldado por 52 senadores republicanos, todos con la excepción de la senadora Susan Collins, de Maine, mientras que los 48 senadores demócratas han votado en contra. Todos. Sin excepciones. Y esto, que ya es grave de por sí, lo es más aún si se considera que los senadores demócratas derrotados representan a 14 millones de americanos más que los republicanos que se han impuesto de forma tan jurídicamente correcta como chirriante desde el punto de vista ético.

Son datos que reflejan que algo anómalo ocurre en la sociedad americana, donde las instituciones se alejan y despegan de una ciudadanía que conoce un grado de polarización política desconocido hasta la fecha. Y es así como el país enfrenta las elecciones del día 3 de noviembre, en medio de una terrible pandemia (muy mal gestionada) que ya ha causado más de 230.000 muertos, y de una crisis racial siempre latente pero que ha estallado en mayo pasado con especial virulencia tras la muerte de George Floyd, un afroamericano asfixiado como consecuencia de la brutalidad policial, y que no cesa desde entonces alimentada por la repetición puntual de hechos similares (el último, esta misma semana en Filadelfia).

placeholder Un familiar de George Floyd habla enfrente de un muro conmemorativo. (Reuters)
Un familiar de George Floyd habla enfrente de un muro conmemorativo. (Reuters)

El país que vota este 3 de noviembre es un país dividido como nunca antes lo había estado, y eso se manifiesta en el ambiente. Estimulados en parte por las restricciones de movimiento y reuniones que trae consigo la pandemia, 74 millones de americanos han votado por correo cuando todavía faltaban siete días para las elecciones, una cifra mucho más alta que en anteriores procesos electorales, y la mitad de ellos lo han hecho en la docena de estados disputados que decidirán el resultado final, con una afluencia de votantes muy superior entre las filas demócratas, lo que no es de extrañar a la vista de las dudas expresadas por el presidente sobre el voto por correo. Y los tribunales están interviniendo en la contienda política: en Pensilvania y en Carolina del Norte, el Tribunal Supremo ha aceptado contar los votos por correo que lleguen algunos días después del 3 de noviembre, siempre que se hayan emitido antes de esa fecha.

Los jueces rechazan así la petición del presidente Trump de que todos los votos se cuenten en la noche electoral. En un tuit señalado por Twitter por inducir a la confusión, Trump escribió: “Grandes problemas y discrepancias con el voto por correo en todos los Estados Unidos. Es imperativo tener el total final el 3 de noviembre”. Trump no para de decir, sin aportar prueba alguna, que el voto por correo no es seguro, y no contento con ello, un presidente que sabe que las encuestas no le favorecen, anima a sus partidarios a presentarse el 3 de noviembre en los lugares de votación en lo que algunos interpretan como un intento de intimidar a los votantes.

Los demócratas saben, con buen fundamento, que a partir de ahora la amplia mayoría conservadora del alto tribunal se manifestará durante muchos años en cuestiones que afectarán la vida diaria y que tienen que ver con el medio ambiente, los derechos civiles, el aborto, los matrimonios entre personas del mismo sexo y otros asuntos igualmente sensibles que dividen la sociedad norteamericana. De hecho, la composición del Tribunal Supremo, con tres jueces conservadores nombrados en los últimos cuatro años, será sin duda alguna el mayor legado del paso de Donald Trump por la presidencia de los Estados Unidos.

Las agencias de Inteligencia advierten de interferencias rusas, chinas e iraníes en el proceso electoral, tratando de deslegitimarlo

Las agencias de Inteligencia advierten de interferencias rusas, chinas e iraníes en el proceso electoral, tratando de deslegitimarlo, provocando confusión e incluso violencia en la noche electoral, y seguramente es verdad, pero yo no creo que haya que ir al extranjero en busca de motivos de preocupación, pues Donald Trump es la principal fuente de desinformación, tanto sobre la gravedad de la pandemia del coronavirus como de la integridad y seguridad del voto por correo, que sin fundamento alguno repite que se presta a un fraude masivo. El resultado, como han escrito Phillip Rucker y Shane Harris en 'The New York Times', es que el presidente “ha erosionado la confianza pública en el Departamento de Justicia, en el de Estado [Exteriores] y en la comunidad de inteligencia; ha menospreciado el liderazgo militar; ha amenazado la libertad de prensa, y se ha enfrentado a los tribunales”, añadiendo que “más recientemente, ha puesto en duda elementos de la misma democracia americana, al cuestionar la legitimidad de la próxima elección y rechazar comprometerse a una pacífica transmisión del poder”.

Son acusaciones muy graves, porque apuntan a una posible crisis constitucional y sugieren desórdenes públicos si no hay un resultado claro y definitivo la noche del 3 de noviembre. Porque un resultado final apretado y con votos pendientes de contar puede abrir la puerta a un rechazo a admitir los resultados y a poner así en duda la propia legitimidad del sistema. Recuerden sin ir más lejos los 30 días que tardó el Tribunal Supremo en decidir la victoria de George W. Bush sobre Al Gore, y ahora todo se podría complicar aún más con las dudas que crecen sobre su imparcialidad.

No niego que haya interferencias externas, pues tanto a China como a Rusia puede interesarles el triunfo de Donald Trump porque —a pesar de sus políticas de sanciones y guerras comerciales— su paso por la Casa Blanca se traduce en falta de liderazgo, repliegue internacional, disputas con sus aliados europeos, debilitamiento de las instituciones, los tratados y los organismos internacionales, y fin del multilateralismo. Y todo eso es precisamente lo que necesitan para crear el desorden que les permita imponer su modelo alternativo de gestión geopolítica.

En los últimos 32 años, se han celebrado ocho elecciones en los Estados Unidos, cuatro las han ganado los demócratas y cuatro los republicanos, y en seis ocasiones los primeros han ganado el voto popular, o sea, que les ha votado más gente. Lo que esto revela es una sociedad partida en dos mitades que están muy igualadas, aunque con ligera ventaja para los demócratas.

Tribunal Supremo George Floyd The New York Times George W. Bush