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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Sin duda, soy una pringada. Por lo oído y leído en los últimos días, los diputados llevan de vacaciones dos semanas y aún les queda un

Sin duda, soy una pringada. Por lo oído y leído en los últimos días, los diputados llevan de vacaciones dos semanas y aún les queda un mes por delante, según cálculos de intrépidos reporteros que han llevado a cabo una ardua labor de investigación en el calendario. En cambio a mí, ya me ven: hoy de nuevo al tajo, después de haber asistido a la última Comisión (Defensa) el día 27 de diciembre. Vacaciones, lo que se dice vacaciones, he disfrutado cuatro días, así que me han robado unos cuarenta. Sospecho que hay varias decenas de diputados en mi misma situación, porque el mismo día 27 también hubo otras comisiones. Apenas me sorprende porque la última vez que se publicó mi sueldo, descubrí que a alguien le deben de estar ingresando unos 5.000 euros mensuales que a mí no me llegan.

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Comprendo la frustración de muchos ciudadanos que no dejan de sufrir mientras leen a diario escándalos de corrupción, enchufismo, desidia o mala gestión de los cargos públicos. Sin embargo, la verdad de la crisis política es suficientemente dura como para fabricar falsedades interesadas. Y la verdad es de Perogrullo: en el Congreso hay diputados que trabajan mucho y otros que no trabajan nada. Esto ocurre en enero, en febrero y en marzo. La diferencia es que en enero no hay plenos ordinarios, porque así lo dicta la Constitución en otro más de esos artículos que están pidiendo a gritos ser remozados. Lo lógico sería que el curso parlamentario siguiera los ritmos normales de septiembre a julio. Pero en España tienen garantizada su pervivencia las costumbres que más atentan contra la lógica. Y también los razonamientos más simplistas: difundir la especie de que un diputado no trabaja en enero porque no hay Plenos es como decir que Ana Blanco sólo trabaja esa horita en que está presentando el Telediario de La 1.

Difundir la especie de que un diputado no trabaja en enero porque no hay Plenos es como decir que Ana Blanco sólo trabaja esa horita en que está presentando el Telediario de La 1Que un diputado no trabaje es de las acusaciones más graves que se pueden formular, porque su lugar no puede ocuparlo nadie. En una empresa privada, por cada persona que se escaquea hay otra que se sobrecarga. En el Congreso, hay muchas tareas que son personales, sólo las puede hacer el propio diputado. Y si se escaquea, quedan sin hacer. Entre esas tareas figura la asistencia a los plenos, a las Comisiones -algunas se celebrarán este mes sin que los medios informen de ellas, por cierto-. Un diputado se reúne con gente de los sectores más diversos así como de su propio partido, participa en debates públicos, atiende a los medios de comunicación, recibe a ciudadanos que le plantean un problema particular, se entrevista con expertos en las materias de sus áreas. También leen los diputados, créanme: documentos, informes, periódicos, revistas, libros… También escriben: artículos, preguntas al Gobierno, discursos, charlas. A veces asisten a actos públicos relacionados con la labor representativa y esto puede ocurrir un sábado. Pensar que un diputado tiene que fichar a las nueve de lunes a viernes es una majadería. La tarea de un diputado puede ser inacabable, aunque también puede no empezar nunca. Algunos van a votar y el resto de la semana no hacen nada, si acaso conspirar. Pero no se debe a un problema del Parlamento, sino a los sistemas de incentivos perversos que funcionan en los partidos, sobre todo en los dos que se reparten el poder: la lealtad mal entendida se valora más que el trabajo bien hecho.

Quienes airean estos días el bulo de que en enero no hay Plenos porque es un mes de vacaciones parlamentarias, están proporcionando al Gobierno la coartada perfecta. Si Rajoy quisiera que la ley de transparencia o la de desahucios -por citar dos que están en tramitación- salieran adelante ya, habría pedido la convocatoria de un Pleno extraordinario para hoy. Tan fácil como eso. No lo ha hecho porque son asuntos que no le corren prisa. Y eso es una decisión política.

Sin duda, soy una pringada. Por lo oído y leído en los últimos días, los diputados llevan de vacaciones dos semanas y aún les queda un mes por delante, según cálculos de intrépidos reporteros que han llevado a cabo una ardua labor de investigación en el calendario. En cambio a mí, ya me ven: hoy de nuevo al tajo, después de haber asistido a la última Comisión (Defensa) el día 27 de diciembre. Vacaciones, lo que se dice vacaciones, he disfrutado cuatro días, así que me han robado unos cuarenta. Sospecho que hay varias decenas de diputados en mi misma situación, porque el mismo día 27 también hubo otras comisiones. Apenas me sorprende porque la última vez que se publicó mi sueldo, descubrí que a alguien le deben de estar ingresando unos 5.000 euros mensuales que a mí no me llegan.