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Ayuso se viste de Vox en el Círculo Ecuestre de Barcelona
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Josep Martí Blanch

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Ayuso se viste de Vox en el Círculo Ecuestre de Barcelona

A Feijóo ni se le mencionó. El gallego toca la gaita de la España plurinacional cuando visita Barcelona. Ayuso, el chelo de la España es una y no 51

Foto: Isabel Díaz Ayuso, durante su intervención en el Círculo Ecuestre de Barcelona. (Europa Press/Marc Brugat)
Isabel Díaz Ayuso, durante su intervención en el Círculo Ecuestre de Barcelona. (Europa Press/Marc Brugat)
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Orejas y rabo para Díaz Ayuso ayer en Barcelona en la plaza amiga del Círculo Ecuestre. Más que un toro, lo que lidiaba la presidenta de la Comunidad de Madrid era una inofensiva vaquilla de fiesta mayor que, aun así y por si acaso, fue sometida al tercio de varas por un entregadísimo Enrique Lacalle y al de banderillas por Albert Boadella. Ambos coincidieron en sus prólogos que a quien se disponían a escuchar los miembros del selecto club barcelonés era a la mujer nacida para salvar desde Madrid al mundo entero de sus impulsos autodestructivos. Poco faltó para que Lacalle, antes de despedirla, le pidiese unas células sobrantes con las que clonarla en serie para presentarla de candidata a todos los ayuntamientos catalanes, a la Generalitat, a las generales por Barcelona y, ya puestos, a la presidencia del FC Barcelona.

En su octava visita a Barcelona como presidenta de la Comunidad de Madrid, ayer —puesta de largo del Mobile World Congress pospandémico— tocaba cogerse del brazo del candidato a la alcaldía de Barcelona por el PP, Daniel Sirera, para ver si a este se le pegaba algo de su embrujo. A Feijóo ni se le mencionó. El gallego toca la gaita de la España plurinacional cuando visita Barcelona. Ayuso, el chelo de la España es una y no 51.

Foto: Isabel Díaz Ayuso. (EC)

Del mitin, no conferencia, de Díaz Ayuso en el Ecuestre, hay que resaltar varias ideas. La primera es que a su modo de ver el independentismo es más peligroso ahora que en 2017. La explicación está, según ella, en que ha logrado camuflarse en las instituciones del Estado y cuenta con el apoyo decidido de Pedro Sánchez. En consecuencia, los catalanes no independentistas están más abandonados y solos que nunca. El tremendismo dialéctico alcanzó el cenit cuando se le preguntó a Díaz Ayuso, en lo que fue la única embestida del torito en toda la corrida, por qué si esto es como ella dice, los resultados electorales del PP en Cataluña son tan pobres en comparación con otra fuerza política constitucionalista como el PSOE.

Fue la única pregunta a la que Ayuso no pudo ni supo responder. Se limitó a decir que la culpa era de los nacionalistas, de los cordones sanitarios y, en un ejercicio de contorsión argumental tan inexplicable como moralmente reprobable, viajó hasta 1995 para recordar que ETA asesinó al bueno de Gregorio Ordóñez en Donostia. Difícil entender que la situación del PP en Cataluña haya tenido nunca nada que ver con esa execrable ejecución de los asesinos etarras de hace casi tres décadas o con cualquier otra. Pero todo sirve para mezclar churras con merinas y como truco para vestir afirmaciones que la realidad desmiente. Es lícito considerar al nacionalismo catalán tu peor enemigo político. No lo es aplicarle la plantilla del terrorismo. Eso es una indignidad política.

Foto: Isabel Díaz Ayuso tras el Consejo de Gobierno celebrado en Manzanares El Real. (CAM)

La segunda idea es que con el nacionalismo, por mucho que se modere, no hay nada de lo que hablar. Es golpista por definición y siempre lo será. Ergo hay que combatirlo sin tregua hasta que no quede de él ni el recuerdo. Como uno de los ejes discursivos de su charla fue que todas sus políticas en la Comunidad de Madrid se basan en no esconderse de la realidad para ponerse al servicio de utopías infantiles que no llevan a ninguna parte, habría que preguntarle a Díaz Ayuso qué hacemos con esa parte de la realidad tangible —los nacionalismos periféricos en competencia con el nacionalismo español— que, gusten poco, mucho o nada, existen y cuentan con tanto apoyo ciudadano.

No parece muy realista atribuirlos a una simple anomalía corregible desde el desprecio. Pero eso es lo que hizo ayer Ayuso en Barcelona. Ensacar catalanismo, nacionalismo e independentismo en la misma bolsa y negarles legitimidad política. Faltó únicamente pedir su ilegalización. Para cerrar el asunto en lo tocante a lo identitario, una última conclusión: Díaz Ayuso hizo ayer un discurso que podría firmar Santiago Abascal, pero no Alberto Núñez Feijóo. O al menos no el Feijóo que se ha enseñado hasta la fecha. Subyace en el discurso de la presidenta de Madrid una curiosa interpretación de los resultados electorales: los de Madrid se corresponden al voto de ciudadanos libres e ilustrados que saben lo que les conviene. El resto, los catalanes siempre, pero también valencianos y mallorquines, según cuál sea el resultado, votan mal porque viven en sociedades controladas por regímenes totalitarios que los idiotizan y por eso se equivocan. En estos sitios, viene a decir Ayuso, si alguien encendiese la luz y se hiciese claro en la caverna, la gente votaría lo mismo que en Madrid. Claro que sí.

Foto: Isabel Díaz Ayuso, durante un pleno en la Asamblea. (EFE/Rodrigo Jiménez)

Hubo también una buena dosis de los ingredientes que siempre acompañan a Díaz Ayuso allá donde acude como referente de la reencarnación del liberalismo moral y económico al ibérico modo. En Barcelona, en Cataluña entera, suena a novedoso, no por olvidado, sino porque nadie lo defiende ni lo ha defendido en el pasado. Por eso esta parte de sus ideas cae bien en nichos de mercado que incluyen incluso a independentistas huérfanos de referentes liberales y que son capaces de enamorarse de un thatcherismo revisitado a la española. El individuo como eje y medida de todas las cosas, la sociedad como una agregación de personas que comparten espacio y tiempo, pero a los que no puede atribuirse valor colectivo, la fiscalidad como un elemento de incentivación de la pobreza y no de redistribución de la riqueza y todo el armazón ideológico que construyen ella y su gabinete como un lego infantil con unas cuantas piezas de La acción humana, de Von Misses, otras de El camino de servidumbre, de Hayek, y un poquito de novela de Ayn Rand antes de acostarse.

Todos los que la escucharon soñaron por un momento en mudarse a su Madrid, convertido ya en el paraíso en la tierra. Una ciudad, la capital, en la que la precariedad económica ha sido borrada del mapa, la pobreza no existe, las clases medias viven su mejor momento y los servicios públicoseducación, sanidad, transporte público y otros— no tienen parangón en ningún lugar del mundo civilizado. Hagan sitio, que nos venimos todos.

Orejas y rabo para Díaz Ayuso ayer en Barcelona en la plaza amiga del Círculo Ecuestre. Más que un toro, lo que lidiaba la presidenta de la Comunidad de Madrid era una inofensiva vaquilla de fiesta mayor que, aun así y por si acaso, fue sometida al tercio de varas por un entregadísimo Enrique Lacalle y al de banderillas por Albert Boadella. Ambos coincidieron en sus prólogos que a quien se disponían a escuchar los miembros del selecto club barcelonés era a la mujer nacida para salvar desde Madrid al mundo entero de sus impulsos autodestructivos. Poco faltó para que Lacalle, antes de despedirla, le pidiese unas células sobrantes con las que clonarla en serie para presentarla de candidata a todos los ayuntamientos catalanes, a la Generalitat, a las generales por Barcelona y, ya puestos, a la presidencia del FC Barcelona.

Isabel Díaz Ayuso
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