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Por si acaso
Por
Las enseñanzas de un deseo
La fusión entre CaixaBank y Bankia, pendiente aún de ajustes, nos enseña la necesidad de adaptarnos rápidamente a los tiempos que vienen
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“Cuando entras en Barcelona por la parte alta de la Diagonal y ves las torres de La Caixa, de inmediato percibes quién de verdad tiene el poder en Barcelona y por tanto en Cataluña”. Esta frase, pronunciada hace años por un alto directivo nacido en Barcelona y empleado en aquel entonces en Madrid, resume una percepción, quizás un punto exagerada, sobre la capacidad de la entidad financiera de acomodar la vida económica y política de Cataluña, y por extensión de España, a sus deseos. La evolución de la política catalana en los últimos años nos hace pensar que la aseveración con que comienzan estas líneas pertenece a un pasado remoto, pero la proyectada fusión entre CaixaBank y Bankia nos recuerda que hay líneas de pensamiento y de actuación empresariales que sobreviven a los avatares políticos y a la algarabía secesionista.
El deseo de la alta dirección de La Caixa de extender la sombra de las torres de la Diagonal hasta Madrid es antiguo. Rebuscando en la hemeroteca, pueden encontrarse referencias a una posible fusión de Caixa de Pensions y Caja Madrid en los tiempos del Gobierno de Felipe González, cuando el mando en las entidades financieras lo ostentaban Josep Vilarasau y Jaime Terceiro. Con Aznar en el poder, también hubo acercamientos que no fructificaron. El intento más conocido se produjo en 2011 y culminó con la negativa de Rato, entonces presidente de Bankia, a proseguir las negociaciones a finales de enero de 2012, cuando su antiguo colega y rival, Mariano Rajoy, apenas llevaba un mes en la presidencia del Gobierno.
Bankia ha requerido en total 22.424 millones de euros para mantenerse a flote y convertirse en una entidad financiera solvente
Conviene volver la vista atrás y recordar cómo en 2010, en plena crisis financiera, con un Gobierno de Zapatero desarbolado por las circunstancias económicas, cuando el poder autonómico estaba intacto y era absoluto sobre las antiguas cajas de ahorros, se produjo la pugna entre dos sectores del PP por la presidencia de Caja Madrid. Esperanza Aguirre defendía como candidato a su vicepresidente, Ignacio González, mientras que el oficialismo de Rajoy propugnaba a Rodrigo Rato, vuelto a España tras su dimisión como director del FMI. Venció la opción de Rato, que contó con el favor del Gobierno de Zapatero. El antiguo vicepresidente económico fue nombrado en enero de 2010. En julio, se aprobó la fusión 'fría' (expresión coloquial que pretendía explicar la abstrusa creación de un Sistema Institucional de Protección) de siete cajas de ahorros, cuyas geografías de influencia —con alguna excepción— coincidían con el mapa del poder del PP: Madrid, Valencia, Castilla y León y La Rioja.
En diciembre, se decidió que lo que se había concebido como una marca común —Bankia— fuera una única entidad. La fusión fría pasó a ser caliente. En julio de 2011, se produjo la salida a bolsa. Todas las entidades financieras y las grandes empresas del Ibex fueron llamadas a capítulo para que adquirieran acciones y colaboraran al éxito de la operación. Lo inevitable ocurrió: el peso del 'ladrillo' de Caja Madrid, pero sobre todo de Bancaja y su filial, el Banco de Valencia, hizo imposible que la nueva entidad remontara el vuelo. Rato rechazó la fusión con La Caixa en enero. Cuatro meses después, el Gobierno de Rajoy que a regañadientes había aceptado su negativa, forzó su salida y su sustitución por Goirigolzarri. Después vino el inevitable rescate. Bankia ha requerido en total 22.424 millones de euros para mantenerse a flote y convertirse, tras una gestión profesional, en una entidad financiera solvente.
La realidad es que la persistencia de La Caixa en absorber la antigua Caja Madrid pudo habernos ahorrado a los españoles una buena parte o la totalidad del importe destinado al saneamiento de una entidad financiera gestionada por políticos, diseñada por políticos y arruinada por políticos. Dos enseñanzas: la política sirve e incluso en ocasiones puede ser necesaria para ayudar al desenvolvimiento de las grandes operaciones empresariales. El actual Gobierno, al aceptar transformar su participación accionarial mayoritaria en Bankia en una participación minoritaria en una entidad mayor, contribuye a la consolidación de nuestro sistema bancario. La política no sirve y es claramente lesiva cuando la realidad empresarial se intenta diseñar en los cenáculos políticos y las entidades financieras se instrumentalizan al servicio del poder. La otra enseñanza es la importancia de los tiempos en las decisiones empresariales. Saber retirarse a tiempo es una gran virtud y saber insistir de nuevo cuando se puede y conviene es probablemente una virtud aún mayor.
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La fusión, pendiente aún de ajustes, también nos enseña la necesidad de adaptarnos rápidamente a los tiempos que vienen. La economía española pospandemia va a requerir profundas transformaciones. Todas las empresas, grandes y pequeñas, financieras o no, tendrán que adaptarse a tiempos inciertos, lo que significa innovación y mejoras de productividad. Adelantarse es una forma de generar ventaja competitiva. Es apostar por 'hacer' en lugar de por 'verlas venir'. La sensación de resignación y fracaso que nos invade ante la segunda ola de contagios nos lleva a una falsa convicción de incapacidad. Quizá la experiencia de estos meses nos permita concluir que nuestras administraciones públicas no funcionan, que necesitan una profunda reforma. Todos, cada uno en nuestro ámbito, debemos empezar a cambiar lo que no funciona o no se adapta a los nuevos tiempos.
El independentismo militante ya ha llamado al boicot de la nueva entidad. La vieja idea de crear desde Barcelona una entidad financiera líder en España parece haber quedado arrumbada por el furor de la separación radical demandada por los secesionistas, pero no deja de ser una idea correcta. La importancia de un país la determina su capacidad económica. Es bueno para Cataluña y para España contar con entidades financieras solventes y capaces de competir en un entorno cada vez más competitivo, donde la estrechez de márgenes obliga al crecimiento en volumen y a la reducción de costes. Negar esta realidad es equivalente a negar la existencia de la ley de la gravedad, cuyo corolario fundamental es que las cosas caen por su propio peso, como en su día ocurrió con el artefacto político que hasta 2012 era Bankia.
“Cuando entras en Barcelona por la parte alta de la Diagonal y ves las torres de La Caixa, de inmediato percibes quién de verdad tiene el poder en Barcelona y por tanto en Cataluña”. Esta frase, pronunciada hace años por un alto directivo nacido en Barcelona y empleado en aquel entonces en Madrid, resume una percepción, quizás un punto exagerada, sobre la capacidad de la entidad financiera de acomodar la vida económica y política de Cataluña, y por extensión de España, a sus deseos. La evolución de la política catalana en los últimos años nos hace pensar que la aseveración con que comienzan estas líneas pertenece a un pasado remoto, pero la proyectada fusión entre CaixaBank y Bankia nos recuerda que hay líneas de pensamiento y de actuación empresariales que sobreviven a los avatares políticos y a la algarabía secesionista.