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Los despropósitos (*) eléctricos (I)
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Nemesio Fernández-Cuesta

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Los despropósitos (*) eléctricos (I)

Las empresas se defienden señalando que sin la aportación de sus reservas hidráulicas el precio hubiera sido aún más alto, lo que no pasa de ser una media verdad, es decir, una mentira peligrosa

Foto: Bombilla. (Pixabay)
Bombilla. (Pixabay)
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Entre los récords sucesivos del mercado mayorista de electricidad, ha llamado la atención la noticia de que algunas empresas eléctricas, en especial Iberdrola, han vaciado pantanos a la búsqueda de los beneficios derivados del alto precio de la electricidad. Las empresas se defienden señalando que sin la aportación de sus reservas hidráulicas el precio hubiera sido aún más alto, lo que no pasa de ser una media verdad, es decir, una mentira peligrosa. A lo largo del mes de julio, han sido muchas las horas en que el precio máximo lo ha marcado la energía hidráulica y, por tanto, no puede decirse que este tipo de energía haya servido para minorar el precio marcado por las centrales de gas. La realidad es que el Gobierno presentó un proyecto de ley por el que se establecía un impuesto especial a los beneficios de la generación hidráulica y nuclear. Supuesta su tramitación con éxito, el impuesto sería efectivo en unos meses. Como todos podemos entender, las eléctricas han preferido generar beneficios sin impuestos, antes que verlos minorados por la carga impositiva futura. El resultado ha sido ver pantanos vacíos. Esperemos que el otoño sea lluvioso.

Constituye un despropósito anunciar un impuesto y no tomar medidas para regular el funcionamiento de un tipo de generación eléctrica que por definición es flexible. Se otorga al sujeto pasivo la posibilidad de determinar la carga impositiva. Este es uno de los despropósitos, probablemente de los menos importantes, a que ha estado sometida la regulación del sector eléctrico en España a lo largo de las últimas décadas.

La regulación eléctrica requiere una adaptación constante a los cambios del mercado

La regulación del sector eléctrico es necesariamente compleja. Combina monopolios naturales transporte y distribución— y actividades —generación, comercialización— que pueden estar sujetas a la libre competencia. Hay tecnologías de generación en que los costes fijos son lo único relevante —nuclear, hidráulica, eólica o fotovoltaica—, mientras que otras —gas o carbón— basan su competitividad en los costes variables. A todo ello se superponen las necesidades de la transición energética que ha supuesto primar energías que en su primer estadio de desarrollo no eran competitivas. Por todo ello, la regulación eléctrica requiere un análisis pormenorizado, una adaptación constante a los cambios del mercado y la convicción de que una electricidad lo más barata posible es una variable clave para la competitividad de cualquier economía. La historia nos muestra que estos criterios, con gobiernos de un signo u otro, han sido abandonados.

Foto: Vista este martes de los alrededores de la Central Térmica de Aboño, en Asturias. (EFE)

Hay quien sostiene que el primer gran despropósito fue la introducción del mercado marginalista por el primer Gobierno Aznar en 1997. Debo advertir mi falta de neutralidad en el tema, pues fui secretario de Estado de Energía, a las órdenes de Josep Piqué como ministro de Industria, en esos años. De acuerdo con la teoría económica, el mercado marginalista maximiza el bienestar y, lo que era más relevante entonces, no garantiza la recuperación de los costes fijos, cuya cobertura dependerá del precio resultante. En todo caso, parece necesario reiterar que es el sistema adoptado por la Unión Europea como modelo básico de funcionamiento de los mercados eléctricos. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.

La ley de 1997 permitió reducir los precios de la electricidad durante tres años consecutivos. De hecho, la retribución media de alguna central nuclear se redujo un 40% respecto a la retribución fijada en el 'marco legal y estable' aprobado por la Administración socialista anterior, por el que se garantizaba un retorno a las inversiones efectuadas. Para pasar de una rentabilidad garantizada a una rentabilidad desconocida, determinada por un mercado que se iba a poner en funcionamiento, se acordó el establecimiento de un mecanismo mal denominado 'costes de transición a la competencia' (CTC). En realidad, se trataba de un ingreso mínimo garantizado. Si el ingreso medio de la generación eléctrica caía por debajo 36 euros por MWh —en aquellos años, seis pts. KWh—, las empresas recibirían la diferencia hasta dicho precio. Se fijaba también un plazo máximo de 10 años y una cantidad máxima que podrían percibir. La idea era dotar de estabilidad jurídica la transición entre sistemas y establecer un 'seguro' para mantener saneada la economía de las empresas eléctricas en caso de que la caída de precios fuera demasiado fuerte y comprometiera su viabilidad. Meses después, tras cambios internos en el ministerio, la propia Administración popular produjo uno de los grandes despropósitos de estas décadas: introdujo un recargo en la tarifa del 4,5% a cargo de los CTC. Es decir, las eléctricas empezaron a cobrar el seguro antes de que se produjera el siniestro. Años después, ya con Administración socialista, se puso de manifiesto que las eléctricas habían cobrado, según algunos cálculos, 1.500 millones de euros en exceso. La liquidación, es decir, la determinación exacta de lo cobrado de más y su abono de forma directa o indirecta a los consumidores, está, varias administraciones y bastantes años después, aún pendiente.

Foto: Montero y Echenique, durante una sesión en el Congreso. (EFE)

Otro gran despropósito fue el sistema de retribución a las renovables establecido por el Gobierno de Zapatero. El sistema de garantizar un retorno a todas las inversiones en renovables y que su pago se hiciera a través de la tarifa supuso en la práctica el establecimiento de una subvención variable —a precio más bajo del mercado, más subvención— e indeterminada, ya que no se limitaba el volumen de MW sujetos a este régimen. Cuando el descontrol ya era evidente, se fijó un límite temporal, con el resultado de que las placas fotovoltaicas se transportaban en avión a España, sin que el coste fuera relevante: fuera el que fuese, iba a ser retribuido. Ahora que nos sorprendemos de los precios que alcanza el mercado mayorista, no estaría de más destacar que la retribución unitaria por MWh de algunas de las plantas fotovoltaicas sujetas a dicho régimen supera hoy de largo los récords que tanta alarma nos despiertan.

Nadie discute la necesidad de apoyar el desarrollo de energías renovables

Nadie discute la necesidad de apoyar el desarrollo de energías renovables cuando aún no eran competitivas. Todos los países lo han hecho, de una manera u otra. Siempre es más correcto hacerlo con cargo al presupuesto, sobre todo si queremos una electricidad barata y, desde luego, en buena técnica presupuestaria, toda subvención debe estar acotada en tiempo e importe. Hacerlo como se hizo fue, sin duda, un despropósito. Otro más de una serie cuya descripción continuará.

(*) Despropósito: dicho o hecho fuera de razón, de sentido o de conveniencia.

Entre los récords sucesivos del mercado mayorista de electricidad, ha llamado la atención la noticia de que algunas empresas eléctricas, en especial Iberdrola, han vaciado pantanos a la búsqueda de los beneficios derivados del alto precio de la electricidad. Las empresas se defienden señalando que sin la aportación de sus reservas hidráulicas el precio hubiera sido aún más alto, lo que no pasa de ser una media verdad, es decir, una mentira peligrosa. A lo largo del mes de julio, han sido muchas las horas en que el precio máximo lo ha marcado la energía hidráulica y, por tanto, no puede decirse que este tipo de energía haya servido para minorar el precio marcado por las centrales de gas. La realidad es que el Gobierno presentó un proyecto de ley por el que se establecía un impuesto especial a los beneficios de la generación hidráulica y nuclear. Supuesta su tramitación con éxito, el impuesto sería efectivo en unos meses. Como todos podemos entender, las eléctricas han preferido generar beneficios sin impuestos, antes que verlos minorados por la carga impositiva futura. El resultado ha sido ver pantanos vacíos. Esperemos que el otoño sea lluvioso.

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