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Por si acaso
Por
Israel, Irán, el petróleo y las represalias
La no beligerancia entre Arabia Saudita y sus aliados en el Golfo e Irán es una nueva realidad con la que hay que contar
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Tras el lanzamiento de ciento ochenta misiles balísticos iraníes sobre Israel el pasado dos de octubre, Netanyahu, primer ministro del Estado judío, declaró solemnemente que “Israel tenía la obligación y el derecho a defenderse y responder a estos ataques y lo hará”. Desde entonces, una de las posibilidades barajadas es un bombardeo israelí sobre instalaciones petroleras iraníes capaz de colapsar la exportación de petróleo del país de los ayatolas. La especulación se completa con la represalia iraní sobre instalaciones sauditas o de otros países árabes del Golfo que, además de generalizar el conflicto, generasen el caos en el mercado mundial de petróleo, con los precios por las nubes y cortes en la principal vía de suministro de crudo al mercado mundial.
El país más perjudicado por un escenario como el descrito sería China, principal consumidor mundial de crudo. China importa al año 13,7 millones de barriles diarios, algo más del 80% de sus necesidades. En números redondos, el 50% de sus importaciones procede de Oriente Medio. China es el principal comprador de crudo saudita e iraní. Compra a los sauditas unos dos millones de barriles diarios. Las ventas de Irán a China son difíciles de cuantificar. Debido a las sanciones norteamericanas, el crudo iraní se transborda en Irak, Emiratos, Omán y, sobre todo, Malasia. La producción de crudo malaya es inferior a sus exportaciones a China. De todas formas, las sanciones norteamericanas se han dulcificado durante el mandato de Biden. En 2020, Irán exportó 444.000 barriles diarios. En 2024 se estima que serán casi 1,5 millones de barriles diarios. Queda en el aire la pregunta de si la política de apaciguamiento americana de estos últimos años ha servido de algo.
China ha hecho sus deberes con tiempo. En 2023, Arabia Saudita e Irán restablecieron relaciones diplomáticas gracias a la intermediación china. El pasado 9 de octubre, el ministro de Exteriores iraní se entrevistó con el príncipe heredero de Arabia Saudí. Días antes, el 3 de octubre, al día siguiente del lanzamiento de misiles sobre Israel, el ministro iraní se había reunido con sus homólogos del Consejo de Cooperación del Golfo, formado, además de por los sauditas, por Kuwait, Qatar, Baréin, Omán y los Emiratos Árabes Unidos. Aunque nada ha trascendido, se cree que sobre la mesa se habló del cierre del espacio aéreo de todos estos países a la aviación israelí en caso de un ataque a Irán. A cambio, en caso de que el ataque se produjera, Irán, ni sus milicias en, por ejemplo, Yemen, tomarían represalias contra las instalaciones petroleras de sus vecinos árabes.
Israel podría atacar directamente a través de Siria e Irak, carentes de defensas antiaéreas capaces de parar a los aviones israelíes, pero alcanzar objetivos situados lejos de la frontera entre Irak e Irán requeriría un vuelo prolongado por el espacio aéreo iraní o circunvalar la península Arábiga a través del mar Rojo y el océano Índico. Nadie sabe lo que realmente piensan o quieren los israelíes, pero el precio del Brent subió del 2 al 7 de octubre de 74 a 81 dólares por barril, para descender desde entonces hasta alcanzar de nuevo los 74 dólares el 21 de octubre. Hace un año, por estas fechas, su precio era de 88 dólares por barril. Puede pasar cualquier cosa, pero de momento la apuesta es que el petróleo no se verá afectado. Arabia Saudí e Irán pueden no ser amigos, pero no tienen interés en ser enemigos. Ese es el gran cambio. El petróleo es tan importante para sus economías que prefieren preservarlo de los avatares políticos y, mucho más, en la medida de lo posible, de los militares.
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La esperada respuesta de Israel puede demorarse en el tiempo, no solo por la minuciosa preparación que puede requerir una operación de este tipo, sino porque el próximo 5 de noviembre son las elecciones presidenciales estadounidenses. Una victoria republicana otorgaría más grados de libertad al gobierno israelí. La política demócrata es conocida: Estados Unidos hará todo lo necesario para defender Israel, pero desea acabar con la guerra cuanto antes y evitar cualquier tipo de escalada. El presidente Biden ya ha dicho que no quiere que Israel ataque las instalaciones petroleras o nucleares de Irán. Trump, por su parte, ya declaró el pasado mes de abril que Israel necesitaba terminar lo que había empezado y debía hacerlo con celeridad. Solo Trump, y quizás ni siquiera él, es capaz de descifrar el significado último de esta frase, pero cabe pensar que Israel puede sentirse con más capacidad de maniobra que con las limitaciones demócratas. Hay quizás una última razón para esperar a las elecciones. Desde el 5 de noviembre, Biden será lo que en la jerga norteamericana se denomina lame duck o “pato cojo”: un presidente con fecha de caducidad efectiva, capaz de “tragarse sapos” que no aceptaría si fuera a seguir en el cargo. “Sapos” que, además, facilitan la vida de su sucesor. Un ejemplo cercano, aunque lejano en el tiempo: Eisenhower visitó a Franco y le entronizó como aliado en diciembre de 1959, un mes antes de que Kennedy tomara posesión de la Presidencia. En caso de victoria de Kamala Harris, Biden podría aceptar una dura represalia israelí que facilitara la vida de su sucesora, que no tendría que aceptarla o que enfrentarse con Israel.
Ocurra lo que ocurra, se produzca cuando se produzca el ataque israelí y consista en lo que consista, el entendimiento o, si se prefiere, la no beligerancia entre Arabia Saudita y sus aliados en el Golfo e Irán es una nueva realidad con la que hay que contar. Hace más de dos años que los hutíes no atacan ningún objetivo en Arabia Saudita. Israel pretende, por la fuerza de las armas, hacer desaparecer a Hamás y Hezbolá, establecer un nuevo “gobierno” en Gaza y liberar la política libanesa del extremismo islamista. Su deseo último es propiciar un cambio de régimen en Teherán. Pero si antes los países árabes podían sonreír en silencio ante las acciones israelíes contra Irán y sus milicias, hoy no van a pasar, como mucho, de ponerse de perfil. Gane quien gane en Estados Unidos, tendrá que pensar en el papel futuro que quiere que su país juegue en la zona y en las alianzas a mantener o reforzar. China está dispuesta a ocupar su lugar. A fin de cuentas, compra el petróleo que Estados Unidos ya no necesita.
Tras el lanzamiento de ciento ochenta misiles balísticos iraníes sobre Israel el pasado dos de octubre, Netanyahu, primer ministro del Estado judío, declaró solemnemente que “Israel tenía la obligación y el derecho a defenderse y responder a estos ataques y lo hará”. Desde entonces, una de las posibilidades barajadas es un bombardeo israelí sobre instalaciones petroleras iraníes capaz de colapsar la exportación de petróleo del país de los ayatolas. La especulación se completa con la represalia iraní sobre instalaciones sauditas o de otros países árabes del Golfo que, además de generalizar el conflicto, generasen el caos en el mercado mundial de petróleo, con los precios por las nubes y cortes en la principal vía de suministro de crudo al mercado mundial.