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Entre el cielo y el infierno
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Melchor Miralles

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Entre el cielo y el infierno

Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, ha dado cobijo a sus pastores, ha adoctrinado a su grey, ha reconfirmado a los convencidos, ha convencido a algunos descreídos

Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, ha dado cobijo a sus pastores, ha adoctrinado a su grey, ha reconfirmado a los convencidos, ha convencido a algunos descreídos y a más de un dudoso, ha profundizado en el sentido de pertenencia a la comunidad cristiana, y ha logrado que casi todos, católicos, cristianos, agnósticos, creyentes de otras religiones y ateos de toda la vida hablemos y reflexionemos sobre religión, materia de la que habitualmente no nos ocupamos en nuestras conversaciones cotidianas. Éxito total. Demostración de fuerza. Objetivo cumplido. No es encerrándose enclaustrados como se convence a quienes estarían dispuestos a abrazar tu fe y aún no lo han hecho, como se difunde un credo o como se fortifica la fe preexistente.

Esta exhibición de jóvenes y menos jóvenes, plenos de ideales, alegres, festivos y festivaleros, generosos y positivos, este gentío pleno de vida y convicciones que se abraza a Dios a través de su representante en la tierra ha dado una lección indiscutible de compromiso y de reivindicación respetuosa de un modo de vida que muchos creían en desuso.

Escuchar y leer a Ratzinger permite entender muchas cosas (y por ende ratificar las discrepancias y las coincidencias) de una institución como la Iglesia Católica que forma parte del tuétano de la Historia de España y de la humanidad. El nivel intelectual de este Pedro de calzado rojo, hábito blanco, modos educados y sonrisa pícara es sobresaliente y refuerza la solidez de su mensaje, más aún en un tiempo de crisis de todo orden, muy especialmente moral, en una sociedad donde cada día más se reclaman derechos sin referirse a los deberes, con una juventud rebelde en muchos casos con causa pero sin discurso. Sumidos en ese relativismo insoportable, muchos encuentran respuestas en este océano de preguntas y de dudas de toda índole, muchos escuchan a este anciano culto, versado, viajado, leído, brillante y con talento formidable, que es capaz de reunir a una gigantesca masa de seres humanos en una comunión que pasará a la historia de la Iglesia Católica española, y que sienten que su alma se reconforta en un momento de turbación.

Una imagen de Dios tan alejada

Siempre he creído que mucha gente ha abandonado sus creencias y se ha alejado de Dios porque quienes recibieron la misión de edificar su Iglesia, quienes dirigieron los designios de su comunidad, ofrecieron una idea y una imagen de Dios tan  alejada, tan deformada, tan manipulada al servicio de intereses nada cristianos que generaron rechazo y hasta odio y alejaron durante siglos a muchos que, con un espejo que reflejara una imagen real, hubieran seguido su camino.

Un día a Juan Pablo II pudimos decirle lo que pensábamos de él y de la Iglesia, y su respuesta, cara a cara, nos convenció para siempre: nos dijo que siguiéramos nuestro camino porque nosotros éramos unos verdaderos representantes de Dios en la Tierra

He seguido por la televisión y por los medios de comunicación del siglo XXI el viaje papal. No estoy en Madrid. El sábado, mientras los creyentes y los fieles seguían la Gran Vigilia con Benedicto XVI en el aeródromo de Cuatro Vientos, yo estaba en una concentración festiva de unos pocos miles de personas (frente al millón de Madrid) que homenajeaba a Bob Marley, un ídolo de muchos jóvenes y mayores de todo el mundo, al ritmo que marcaba Jimmy Cliff. Mientras muchos rezaban esperando la misa final, yo escuchaba a uno de los grandes del reggae en el Festival Rototom Sunsplash de Benicassim. Rodeado de centenares de hombres y mujeres de todas las edades, escuchaba con atención la maravillosa canción Many rivers to cross, y reflexionaba sobre las paradojas de la vida. "Muchos ríos que cruzar, no puedo encontrar el camino, vagando estoy perdido en mis viajes por los acantilados de Dover, y es solo mi voluntad la que me mantiene vivo. He sido vencido, estoy varado desde hace años y solo he sobrevivido a causa de mi orgullo. Y esta soledad no me deja en paz...mi mujer me dejó y no me dijo por qué, bueno, supongo que tendrás que llorar. Pero, ¿por donde empezar? Estoy tratando de ganar tiempo. Ha habido momentos en que me sorprendo pensando en cometer algún  terrible crimen. Sí, tengo muchos ríos para cruzar, pero me parece que no puedo encontrar el camino más errante, estoy perdido... Solo entre todos podemos hacer de éste un sitio mejor".

Nos gusta el cielo; hemos conocido el infierno

Después, mientras sonaba Reggae nights descubrí, sentada en el suelo detrás de mí, a una pareja, ella, Renata, Rena, italiana de 27 años, él australiano, Andy, de 31. Llevaban puestas esas camisetas rojas de la Jornadas Mundiales de la Juventud de Madrid. Movían sus cuerpos de cintura para arriba con ritmo, sonreían mientras fumaban el enésimo cigarrillo de marihuana, y cada poco bebían agua mineral, sudorosos. Les pregunté por el motivo de las camisetas, que sorprendían en un entorno playero, de pechos al descubierto, con un calor agobiante cuando eran ya las dos de la madrugada. La respuesta dio origen a una charla interesante: "¿Te sorprende? ¿Por qué? Estamos recién llegados de Madrid, hemos visto al Papa, hemos disfrutado de nuestra fe, y nos hemos venido aquí a disfrutar de una música que nos acompaña desde que en marzo de 2005 nos conocimos en Jamaica. Ahora vivimos en Paris. Nos gusta la vida, nos gusta Dios, nos gustan Marley y el reggae, seguimos siendo jóvenes y odiamos la política, que pudo acabar con nosotros y que lo envenena todo. Nos gusta el cielo porque hemos conocido el infierno, y desde que salimos de él ansiamos llegar arriba y encontrarnos con Dios y con Bob. Nos amamos y les amamos. Hemos venido desde Madrid hasta aquí para escuchar a Many... y saludar el martes a la viuda de Bob".

Pensé, tras más de media hora de conversación con ellos, que ambos representaban las dos caras de una moneda de curso legal. Unas generaciones en las que muchos se han perdido entre banalidades e ideologías ruinosas. Mujeres y hombres buenos que perdieron el tren en la estación correcta y tratan de subirse a él tras haber descarrilado en vías estrechas de paraísos que no existen. Almas bienintencionadas que se dejaron arrastrar al averno, a un lago por el que no sobrevuelan los pájaros para evitar que acabaran con ellos los gases que expulsa el cráter del fanatismo tóxico, y que para salir de él se amarraron a la fe, se abrazaron a Dios y encontraron respuestas en Él que otros no supieron darles, y aunque no comulgan con todos los mandamientos y se alejan de la ortodoxia, se sienten reconfortados y en su casa e incluso se arrodillan ante el Papa pese a que discrepan "de muchas de las cosas que predica, pero no de lo esencial. Un día a Juan Pablo II pudimos decirle lo que pensábamos de él y de la Iglesia, y su respuesta, cara a cara, nos convenció para siempre: nos dijo que siguiéramos nuestro camino porque nosotros éramos unos verdaderos representantes de Dios en la tierra. Y aquí estamos".

Confunden la laicidad con la confrontación

No eran Renata y Andy dos colgados camino de la nada. Son ambos dos buenas personas que simbolizan la relación difícil que tantos tienen con su Dios, en el que creen, y con los humanos encargados de transmitir su mensaje. Ellos no regresan el miércoles a ninguna covachuela marginal. Se incorporan la una a la agencia de publicidad para la que trabaja y el otro al estudio de arquitectura en el que dibuja sus sueños. Por el camino han dejado partidos, algún adoquín, "quince-emes" en los que se sintieron manipulados, aparatos de partidos que gestionan el desastre para, al final, terminar abrazados a su manera a un credo que no comparten de modo absoluto pero que les da respuesta a preguntas que para ellos son importantes, esenciales.

A mí me han dado que pensar. Como me han hecho reflexionar estas JMJ. Quizá estaría bien que hagan lo mismo quienes tienen la responsabilidad de gestionar la cosa pública y confunden la laicidad con la confrontación permanente con la Iglesia Católica que, llena de defectos, sin duda, y de la que reitero que no formo parte, ha aportado a la historia de la humanidad un mensaje de paz, de amor, de concordia, de ayuda a los más desfavorecidos y necesitados, a los más parias de la tierra, que sólo por ello merece un respeto que muchos no le tienen. Pero me temo que esta misma semana volveremos a las andadas y, tras cuatro días en los que la JMJ nos ha permitido arrinconar el reiterativo, pobre y desgastado debate político para discutir sobre cuestiones de fuste moral y ético, en nada estaremos de nuevo con las miserias de la inacabable campaña electoral. Otra vez, como tantos jóvenes y menos jóvenes, entre el cielo y el infierno. Que Dios nos coja confesados.

Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, ha dado cobijo a sus pastores, ha adoctrinado a su grey, ha reconfirmado a los convencidos, ha convencido a algunos descreídos y a más de un dudoso, ha profundizado en el sentido de pertenencia a la comunidad cristiana, y ha logrado que casi todos, católicos, cristianos, agnósticos, creyentes de otras religiones y ateos de toda la vida hablemos y reflexionemos sobre religión, materia de la que habitualmente no nos ocupamos en nuestras conversaciones cotidianas. Éxito total. Demostración de fuerza. Objetivo cumplido. No es encerrándose enclaustrados como se convence a quienes estarían dispuestos a abrazar tu fe y aún no lo han hecho, como se difunde un credo o como se fortifica la fe preexistente.

Papa Benedicto XVI