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Nuevas ideas y viejos valores

Hace un par de semanas revindicábamos el esfuerzo personal como solución a los problemas de un país, demasiado confiado en la infalibilidad y providencialidad de sus

Hace un par de semanas revindicábamos el esfuerzo personal como solución a los problemas de un país, demasiado confiado en la infalibilidad y providencialidad de sus poderes públicos. El que hasta ahora hubiesen conseguido superar los problemas y promover importantes crecimientos, al calor de una economía regional e internacional en ascenso, era más fácil de asumir que en un escenario general absolutamente adverso como el que hoy contemplamos. El legado económico que habrá de soportar nuestra juventud, precisará mucho más esfuerzo y sacrificio que de la ingenua confianza, más bien desidia, con la que nos hemos dejado gobernar.

 

Hemos ido dejando al albur de cada gobierno algo tan importante como la educación y la transmisión de valores. Le hemos  transferido a un Estado colmado de oportunistas sectarios una responsabilidad que le vino grande. La gente cuando se sincera admite que, tras años de un ensañado saqueo intelectual, moral y económico, el país ha quedado irreconocible. Y lo que es más grave, el caudal de conocimiento de jóvenes y mayores está siendo desaprovechado por una clase política de escaso mérito profesional y por una economía poco diversificada y con escaso valor añadido.

Es extraño que siendo uno de los países más viejos de Europa, vivamos un conflicto de personalidad tan agudo. Tal vez ni tengamos derecho a vivir de este modo airado, sin saber aún quiénes somos, sin haber aprendido nada de un pasado con 200 años de guerras civiles. Somos la peor versión de cuantas pudimos ser. Un país que a medida que crece, disminuye sus niveles educativos, de civismo y de esfuerzo. 

Sin querer, nos hemos convertido en la mayor fábrica de obstáculos del Continente. Si de algo podemos exportar cantidades ingentes, es de trabas e intereses mezquinos, de talento malgastado por envidias e incomprensiones interesadas, de divismos improcedentes, de corrupción personal e institucional. Somos la mayor fábrica de desesperanza laboral y salarial de la OCDE. Somos, entre otras cosas, el resultado de relegar la inteligencia en favor de un populismo de nuevo cuño vacío de sentido.  

En este mismo momento de escribir estas notas, cientos de miles, quizá millones de de españoles, se pregunten qué fue de su suerte, qué fue de su empleo, de sus ilusiones por vivir de acuerdo a sus propios códigos familiares, por entregar el relevo de un país feliz, en paz y progreso. Quién y con qué derecho inventó este nuevo país de conflictos y desesperanza cuando más recursos materiales y conocimiento tenía a su alcance.

Y las respuestas son pocas, la desidia, un trágico individualismo y la débil vocación colectiva. Ya no queremos compartir nada, 17 etnias encondas en la búsqueda de las diferencias y los favores, poco más que eso queda de quienes un día fuimos.

Toca despertar de un mal sueño. Toca identificar nuevos rumbos y líderes. Toca hacer un frente común ciudadano frente a quienes hemos identificado como autores de la estafa intelectual y moral que vivimos, fruto de una mezquina y vacía casta, solo llena de poder.

Es el momento de caminar codo con codo con nuestros hijos frente a la lelocracia triunfante y apretar los dientes en un último esfuerzo por ser nosotros mismos, aquellos cuyos valores quedaron aparcados por la desidia. Para decirles que con nosotros pudieron, pero que con ellos no podrán, que ha de llegar un inevitable relevo que nos devuelva lo que tan estúpidamente regalamos pensando que seríamos servidos y condenándonos a ser sus siervos.

Tal vez la abstención y el desinterés por la participación política, tenga mucho que ver con estos sentimientos. Puede que ya seamos mayoría sin saberlo. Y puede que internet nos ayude algún día a capitalizar esa masiva disidencia en favor de nuevas ideas y viejos valores.

Como siempre, con sus comentarios sobre cómo capitalizar la frustración y la disidencia política, elaboraremos nuestro Manifiesto.

Hace un par de semanas revindicábamos el esfuerzo personal como solución a los problemas de un país, demasiado confiado en la infalibilidad y providencialidad de sus poderes públicos. El que hasta ahora hubiesen conseguido superar los problemas y promover importantes crecimientos, al calor de una economía regional e internacional en ascenso, era más fácil de asumir que en un escenario general absolutamente adverso como el que hoy contemplamos. El legado económico que habrá de soportar nuestra juventud, precisará mucho más esfuerzo y sacrificio que de la ingenua confianza, más bien desidia, con la que nos hemos dejado gobernar.