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El disfraz de Tony Blair
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Juan Carlos Escudier

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El disfraz de Tony Blair

El triunfo de los laboristas en las elecciones del pasado jueves ha dejado la política en el Reino Unido en la misma confusión ideológica en que

El triunfo de los laboristas en las elecciones del pasado jueves ha dejado la política en el Reino Unido en la misma confusión ideológica en que lleva sumida casi una década. Es evidente que una mayoría de británicos ha dado la victoria por tercera vez consecutiva a Tony Blair pero es opinable la afirmación de que la izquierda ha ganado los comicios. Sami Naïr, uno de los más relevantes pensadores y politólogos franceses, lo expuso hace algún tiempo con enorme agudeza: “Sabemos ya que, a diferencia de la época de César, en la que Roma siempre estaba en Roma, en la época de la Tercera Vía, la derecha está cada vez más en la izquierda”.

Después de años de escuchar hablar de la Tercera Vía, esa corriente que Blair ha abanderado y que, en palabras de su ideólogo, Anthony Giddens, es un “movimiento radical de centro”, una teoría política “que no es de derechas ni de izquierdas”, la impresión general es que este laborismo no pasa de ser una variante neoliberal, un disfraz tan logrado que ha hecho posible que la copia sea preferible al original. Blair no es Margaret Thacher pero ha conseguido hacer suyos los mejores argumentos del Partido Conservador, que ha tenido que conformarse con una discreta mejora de sus resultados y que ha empezado a buscar ya un líder con más aptitudes que Michael Howard.

En lo que podría pasar por la versión británica de un pensamiento único que trasciende las ideologías, la Tercera Vía se ha edificado sobre un pragmatismo desmedido. Un año después de ganar sus primeras elecciones, Blair se dirigía al Congreso de su partido con un inequívoco aviso a navegantes sobre lo que representaba el ‘Nuevo Laborismo’: “La elección no es entre este Gobierno y el que vosotros queréis; la elección es entre este Gobierno y un Gobierno ‘tory’”. Éste ha sido desde entonces el precio que se ha pagado por continuar en el poder.

La esencia de esta doctrina quedó plasmada en un manifiesto hecho público en junio de 1999 por Blair y el canciller alemán Gerhard Schröder: “El Estado no debería remar sino dirigir”. El postulado implica la transformación del Estado de Bienestar en lo que Giddens denomina “Estado de inversión social”, un sistema que sustituye el subsidio de desempleo por ayudas para encontrar trabajo. El esquema es simple: todos tienen que trabajar, incluso cuando no existe, no ya el empleo soñado, sino un empleo adecuado, y esto se consigue retirando las prestaciones a los parados.

Como derivada, el ahorro de estos costes debía permitir dinamizar la economía y hacerla competitiva en el mundo. En ese mundo dominado por el mercado, todos, según los postulados de la Tercera Vía, han de correr riesgos, empresarios y trabajadores, especialmente éstos últimos, a los que se cierra el paraguas de la protección social y a los que se advierte de la precariedad a la que tendrán que enfrentarse: “Un trabajo para toda la vida es un concepto superado”.

El modelo ha mostrado éxitos deslumbrantes, cifrados fundamentalmente en un fuerte crecimiento económico, que en 2004 superó el 3%, y en una tasa de paro muy baja, inferior al 5%. Pero no ha servido para corregir las desigualdades sociales y reducir el número de excluidos. El Reino Unido es el país de Europa con uno de los mayores índices de pobreza infantil. Cuatro millones y medio de niños –uno de cada tres- viven en hogares pobres, entendidos por tales los que disponen de menos de 350 euros semanales (242 libras). La pobreza infantil y juvenil es dos veces la de Francia y cinco la de Noruega o Suecia y explica otro hecho made in England: la tasa de embarazos entre adolescentes es una de las más altas del continente.

El programa con el que Blair ha ganado sus terceras elecciones no difiere en exceso del que podría haber planteado cualquier fuerza conservadora europea: férreo control de la inmigración y endurecimiento de las deportaciones, más policías –24.000- para reducir en un 15% el número de delitos, y congelación del impuesto sobre la renta. Los guiños a su electorado tradicional se han limitado a la promesa de aumentar el salario mínimo y de elevar el gasto social en Educación y Sanidad. El estado de la Sanidad pública británica es tan calamitoso que Blair se ha comprometido a que en 2008 las listas de espera quirúrgicas sean inferiores a 18 meses.

No resulta extraño que el líder británico despierte grandes simpatías en amplios sectores de la derecha europea, y su espléndida relación con Aznar es un claro ejemplo de ello. Es esta misma derecha la que con mayor tesón trata de mostrar a Blair como el canon de la izquierda moderna frente a una socialdemocracia “trasnochada”, que se empeña en mantener viejos conceptos como la justicia social, la igualdad de oportunidades y un Estado del Bienestar que, aunque profundamente reformado, devuelva al camino a los que han sido empujados a la cuneta.

A diferencia de lo ocurrido con la guerra de Iraq, cuestión que ha convencido a la mitad de los británicos de que Blair les mintió y por la que ha pagado una factura de 60 parlamentarios, su ideario político no ha engañado a nadie. Hace algunos años, el ex primer ministro francés Lionel Jospin advertió que si la Tercera Vía significaba la búsqueda de una opción intermedia entre el neoliberalismo y la socialdemocracia, aquel no podía ser su camino. Otro filósofo de la izquierda, el sociólogo francés Alain Touraine, describió esta corriente como un mero “acierto publicitario”, el modo “que tienen los políticos de centro izquierda de hacer una política de centro derecha”. En el Reino Unido no ha ganado la izquierda; ha triunfado el marketing.

El triunfo de los laboristas en las elecciones del pasado jueves ha dejado la política en el Reino Unido en la misma confusión ideológica en que lleva sumida casi una década. Es evidente que una mayoría de británicos ha dado la victoria por tercera vez consecutiva a Tony Blair pero es opinable la afirmación de que la izquierda ha ganado los comicios. Sami Naïr, uno de los más relevantes pensadores y politólogos franceses, lo expuso hace algún tiempo con enorme agudeza: “Sabemos ya que, a diferencia de la época de César, en la que Roma siempre estaba en Roma, en la época de la Tercera Vía, la derecha está cada vez más en la izquierda”.