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Rajoy, el quinto jinete
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Juan Carlos Escudier

Sin Enmienda

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Rajoy, el quinto jinete

El debate sobre el Estado de la Nación ha certificado la defunción del Pacto Antiterrorista entre reproches mutuos de traiciones y deslealtades. Ya hay quien interpreta

El debate sobre el Estado de la Nación ha certificado la defunción del Pacto Antiterrorista entre reproches mutuos de traiciones y deslealtades. Ya hay quien interpreta lo ocurrido como una tragedia cósmica y como el anuncio de grandes males, pero para algunos ciudadanos ha resultado un alivio constatar que el pensamiento único que PSOE y PP habían construido ha dado paso a la sana discrepancia democrática. El consenso ha muerto. ¡Viva la política!

Cierto es que hablamos de un país que, históricamente, ha resuelto sus discrepancias a garrotazos, y, quizás por ello, en ningún sitio como aquí se ha abusado tanto de esos grandes acuerdos de Estado contra los que casi 30 años de experiencia democrática tendrían que habernos vacunado. No se trata de descalificar el instrumento, cuya utilidad en momentos de urgencia nacional es indiscutible, sino su uso indiscriminado. La democracia se edifica sobre mayorías y suele ser enemiga de las unanimidades.

Si en estos momentos estuvieran vigentes todos los grandes pactos que se han enunciado o formalizado en los últimos años tendríamos que plantear un expediente de regulación de empleo para el 95% de nuestra clase política. Además del ya citado Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, sigue vivo el Pacto de Toledo sobre las pensiones –posiblemente el único con una justificación real-, hemos asistido a un olvidado pacto por la Justicia, se ha abogado por un pacto educativo, por otro sanitario, por pactar la reforma de la Constitución y de los estatutos, por no hablar de los tradicionales consensos sobre la política exterior y de defensa, aparentemente rotos en la actualidad. ¿Qué espacio queda tras esta orgía de componendas para la contienda política? ¿Reducimos el Parlamento a un foro de debate sobre el uso del catalán en las preguntas orales al Ejecutivo?

En esta complacencia por acuerdos tan grandilocuentes como estériles anida buena parte del desinterés de la sociedad por la política. Si el PSOE piensa igual que el PP en cómo combatir a ETA, en cómo solucionar el problema del paro, si tienen el mismo concepto de la Justicia o de la educación y, si además, sus ministros de Economía son intercambiables, ¿qué más da votar a uno que a otro? ¿Dónde está la bendita diferencia?

Si algo fomentan estos pactos en los denominados asuntos de Estado es el silencio y la connivencia. A día de hoy, y tras hacerse público el embarazo de Letizia Ortiz, existe un acuerdo tácito entre los dos grandes partidos para modificar la Constitución y eliminar la discriminación que supone que el varón tenga primacía sobre la mujer en la sucesión al trono. La reforma podría aprovecharse para eliminar un anacronismo aún mayor como es el que el Rey, en virtud del artículo 56.3, sea inviolable y no esté sujeto a responsabilidad. Dicho de otro modo, podremos tener una Reina que atraque supermercados con total impunidad si le place. Obviamente, ni el PSOE ni el PP están interesados en eliminar este atavismo de la Carta Magna. No conviene disgustar a la Corona. Todo sea en aras del consenso.

Por eso la ruptura consumada esta semana significa todo un avance. Rajoy y el PP tienen derecho a manifestarse abiertamente en contra de una negociación con ETA y a defender una solución exclusivamente policial, como Rodríguez Zapatero y el PSOE lo tienen a explorar la vía del diálogo si creen que existen posibilidades reales de alcanzar la paz. Proclamar que el terrorismo no debe ser usado con fines electorales es una declaración absurda, no sólo porque unos y otros han hecho caso omiso de este principio, sino, y esto es lo importante, porque los ciudadanos han de tener la oportunidad de pronunciarse, de elegir qué camino debe seguirse para acabar con uno de los principales problemas que afectan a la convivencia.

El 14-M no cambió todo para que todo siguiera igual. Si los españoles hubieran querido que nuestras tropas no salieran de Iraq, que Bush se pusiera al teléfono cuando se le llama desde Moncloa, que se metiera en la cárcel a Ibarretxe por convocar un referéndum sobre su plan, que los inmigrantes con trabajo no salieran de la economía sumergida, que las parejas del mismo sexo no se casaran, que las autonomías no reformaran sus estatutos, que el Ebro fuera trasvasado, que el protocolo de Kioto siguiera sonando a chino o que la religión fuera evaluable, no habrían votado a ese “chisgarabís” llamado Zapatero, tal es la forma que tiene Rajoy de llamar mequetrefe al presidente.

Sin Pacto Antiterrorista de por medio, la Policía hubiera detenido al mismo número de presuntos terroristas y el PP hubiera sacado adelante su ley de partidos para ilegalizar a Batasuna. Igual ocurrirá ahora. Se hará lo que quiera el partido que gobierna, eso sí, entre los gritos proféticos del PP de que España se desmiembra y de que Zapatero claudica ante los asesinos y traiciona a las muertos. Mariano Rajoy se nos ha descubierto como el quinto jinete del Apocalipsis. Pero todos sabemos que el fin del mundo no está próximo.

El debate sobre el Estado de la Nación ha certificado la defunción del Pacto Antiterrorista entre reproches mutuos de traiciones y deslealtades. Ya hay quien interpreta lo ocurrido como una tragedia cósmica y como el anuncio de grandes males, pero para algunos ciudadanos ha resultado un alivio constatar que el pensamiento único que PSOE y PP habían construido ha dado paso a la sana discrepancia democrática. El consenso ha muerto. ¡Viva la política!