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Pizarro y el sexo
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Juan Carlos Escudier

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Pizarro y el sexo

Manuel Pizarro, capitoste de Endesa, ha denunciado que una agencia de detectives se ha dedicado a vigilar groseramente a sus ejecutivos –se supone que también a

Manuel Pizarro, capitoste de Endesa, ha denunciado que una agencia de detectives se ha dedicado a vigilar groseramente a sus ejecutivos –se supone que también a él mismo- desde un Renault Scenic gris aparcado a la puerta de la compañía. La discreción, según parece, no era el fuerte de los investigadores privados. Desde que Salvador Gabarró, el opante presidente de Gas Natural, dijera aquello de que había puesto la semillita en la eléctrica y que nueve meses después nacería el retoño, lo del espionaje se veía venir. La dama estará todo lo embarazada que se quiera pero es casquivana, y hay amantes que pagarían por saber de dónde pueden venirle los cuernos.

El episodio es lo más interesante ocurrido en este culebrón que nos tiene entre confundidos e indiferentes. A Pizarro, al que Rodrigo Rato colocó al frente de la eléctrica como se hacen las cosas en nuestro libre mercado, se entiende que el abordaje le haya sabido mal, porque no se cuenta con él para el bautizo, y no están los tiempos para encontrar otra bicoca semejante en el panorama empresarial hispano. Claro que el de Aragón no se opone a la OPA porque su sueldo esté en peligro, sino porque es perjudicial para los accionistas de Endesa y para la libre competencia. Faltaría más.

Sobre este asunto de la competencia, las eléctricas han construido una realidad virtual, únicamente visible con gafas especiales. De hecho, los consumidores, de natural distraídos, siguen sin enterarse de que, gracias a la liberalización, la factura de la luz ha bajado un 30% en los últimos años. La machacona afirmación ha terminado por convertirse en un dogma de fe sobre el que se asienta otra realidad, que ya no es virtual: como ser tan competitivos tiene su precio, los consumidores han de abonar los costes en el recibo, una nadería de casi 12.000 millones de euros. El resultado no deja de ser conceptualmente brillante: se paga más pero la luz cuesta más barata.

Las eléctricas compiten, seguro, pero deben de hacerlo en secreto. ¿Alguien ha visto a Endesa tratar de quedarse con los clientes de Iberdrola o a ésta con los de Unión Fenosa? ¿Han llamado a su casa para ofrecerle el kilovatio más barato que el que tiene contratado? ¿Le han prometido un contador nuevo y no pagar hasta 2006? ¿Ha visto algún anuncio en televisión prometiéndole una luz más luminosa que su vecino o unos enchufes a juego? ¿Para qué sirve entonces que desde 2003 pueda elegirse al suministrador eléctrico?

Si la pretendida liberalización es una broma de gente tan divertida como Pizarro, Oriol o Sánchez Galán, y si basta mirar a un mapa de distribución de electricidad en España para comprobar que se han perpetuado los monopolios regionales de cada una de las compañías, que sólo pugnan entre sí para recibir más ayudas de los poderes públicos, ¿por qué la OPA de Gas Natural pone en peligro la libre competencia?

La segunda gran preocupación de Pizarro, los accionistas de Endesa, resulta igualmente encomiable. Los inversores precisan que un timonel les guíe, y ya puestos, no hubiera estado de más que el propio Pizarro les hubiera advertido con antelación de que pensaba duplicar su participación en la compañía, y que además pensaba hacerlo tres días antes de que se anunciara la OPA y los títulos se revalorizaran un 15%. Habrá sido casualidad, sin duda, pero muestra hasta qué punto los accionistas de la eléctrica pueden confiar en la intuición de su presidente para los negocios. Así es Pizarro: no dice cuando compra pero sí cuando no hay que vender.

No estamos, aunque pudiera parecerlo, ante un duelo de tiburones sino más bien ante una reunión de filántropos. Si la preocupación de Pizarro son los accionistas de Endesa y la libre competencia, la de Isidro Fainé, director general de La Caixa, el accionista de referencia de Gas Natural, es la sociedad en su conjunto. “Queremos –decía en declaraciones a este medio- hacer algo que sea bueno para el país, pero si no nos quieren que nos lo digan y nos vamos”. Conmovedor, ¿no?

Las lecturas políticas la operación han sido las esperadas. El PP ha querido ver la mano del tripartito y de Carod-Rovira tras la OPA –¡qué poder el de este hombre!- y no ha ocultado que la posibilidad de que la sede del mayor grupo energético se traslade a Barcelona les revuelve el estómago. Cierto es que los matrimonios eléctricos nunca contaron con la bendición de los populares, que ya abortaron otra inseminación semejante de Gas Natural sobre Iberdrola además de la fusión Iberdrola-Endesa. Para colmo, el ex ministro Piqué, el único que ve la operación en clave económica y no secesionista, ha revelado que Aznar frustró una OPA de Repsol sobre Gas Natural e Iberdrola antes incluso de anunciarse, lo que debería salvar a Montilla del pecado de conocer con antelación las intenciones de la gasista y dice mucho del liberalismo de nuestra derecha, nada intervencionista como puede apreciarse.

Al Gobierno, sin embargo, el movimiento parece no disgustarle, aunque no se sabe si el convencimiento es propio o derivado del rechazo que el anuncio ha causado en el PP. Si su determinación en que la OPA cuaje es tan firme como la que le presuponían en el asalto de Sacyr al BBVA, la pretendida eyaculación de Gabarró puede no haber pasado de un vulgar gatillazo. ¿Y los consumidores? Pues eso, que nos encanta el sexo.

Manuel Pizarro, capitoste de Endesa, ha denunciado que una agencia de detectives se ha dedicado a vigilar groseramente a sus ejecutivos –se supone que también a él mismo- desde un Renault Scenic gris aparcado a la puerta de la compañía. La discreción, según parece, no era el fuerte de los investigadores privados. Desde que Salvador Gabarró, el opante presidente de Gas Natural, dijera aquello de que había puesto la semillita en la eléctrica y que nueve meses después nacería el retoño, lo del espionaje se veía venir. La dama estará todo lo embarazada que se quiera pero es casquivana, y hay amantes que pagarían por saber de dónde pueden venirle los cuernos.