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El principio del fin
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Juan Carlos Escudier

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El principio del fin

A nadie debería sorprender las últimas bombas que ETA ha hecho estallar en la antesala de ese “principio del fin” profetizado por Zapatero. Es su vieja

A nadie debería sorprender las últimas bombas que ETA ha hecho estallar en la antesala de ese “principio del fin” profetizado por Zapatero. Es su vieja manera de sentarse a la mesa, su farol violento en la partida de póquer que se dispone a jugar con el Gobierno. Podría decirse que el amonal estaba previsto. Siendo predecible esta aparente demostración de fuerza por parte de los terroristas, resulta más incomprensible si cabe el permanente acoso al Ejecutivo del principal partido de la oposición y de sus medios afines. ¿Piensa realmente el PP que Zapatero acabará concediendo a Euskadi la independencia? ¿O lo que teme es que el fin de la violencia acabe con las posibilidades electorales de Rajoy?

El 3 de noviembre de 1998 el anterior presidente del Gobierno autorizaba personalmente el inicio de conversaciones con ETA. La decisión era saludada por el diario El Mundo con su frase del día -“Lo que es digno de hacerse es digno de que se haga bien”- y con un expresivo comentario editorial marca de la casa: “Otro valiente paso de Aznar hacia la paz”. A la vuelta de la página, sobrecogía un artículo firmado por Federico Jiménez Losantos en el que podía leerse lo siguiente: “Puesto que es el fin del terror lo que se busca y el camino es necesariamente, como en la canción de George Harrison, largo y sinuoso, convendría no apresurarse en los trámites y contar con los inevitables retrocesos y tiempos muertos de lo que de una u otra forma será negociación (...) Que el Gobierno español debe dirigir el proceso de pacificación es evidente”. ¿Reconocen al autor?

Con todo, sobresalía el “Horizonte de esperanza” con el que el diario ABC se pronunciaba ante sus lectores: “Es un camino que merece la pena y hay que alentar el valor de Aznar por decidirse a recorrerlo (...) Sólo el Gobierno de la nación tiene en sus manos la única contrapartida a la que la banda puede aspirar: la indulgencia (...) No cabe olvidar a las víctimas del terrorismo y sus familias. Su más plenaria reparación y su reconocimiento son un auténtico prerrequisito para cualquier buen fin de las conversaciones (...) Es hora de grandeza de miras (...) Para un periódico es duro admitir que la reserva más escrupulosa es una condición imprescindible para el éxito de los contactos (...) Nunca pondríamos en riesgo la posibilidad cierta de un País Vasco libre en paz a cambio de la satisfacción efímera de una portada...”.

Nótese que lo que entonces se consideraba la inequívoca demostración de la valentía de Aznar es hoy para el PP y su entorno la prueba del “arrodillamiento’ de Zapatero ante ETA, la señal de su “claudicación”, cuando, curiosamente, si algo ha cambiado entre aquel momento y el actual es la debilidad de una organización terrorista, que ya no controla ni a sus presos. Tristemente, no cabe el triunfo policial absoluto sobre una banda cuyo brazo electoral sigue recibiendo el apoyo de más de un 12% de los votantes y cuya superviviencia vegetativa está asegurada. El único camino posible es el que se plantea en estos momentos: abandono definitivo de la violencia y diálogo político.

Nunca como ahora ha sido tan necesaria la unidad de los dos grandes partidos, lo que hace más injustificable el encastillamiento del PP. “Ante asunto de tanta trascendencia, los celos partidistas están de más. Si la paz acaba por lograrse (...) corresponderá a todos cuantos la hayan propiciado”, tal y como sostenía El Mundo en noviembre de 1998. Nadie podrá regatear al anterior Gobierno el mérito de haber convencido a los etarras que el Estado jamás cedería a su chantaje. La implacable persecución a la que ha sido sometida ETA y Batasuna ha dado todos los frutos posibles. Lo que resta ahora es certificar el fin de la violencia y tomar la iniciativa política. “En la opinión pública, el consenso visible de los grandes partidos es un elemento fundamental”. El entrecomillado es de un desconocido Jiménez Losantos.

En una situación tan propicia como la presente, Zapatero está obligado a intentar una aproximación a Rajoy, aunque la misión parezca imposible. Lo que se requiere es que Gobierno y oposición hablen con una sola voz. Los ciudadanos no entenderían que una posibilidad de enterrar para siempre el terrorismo de ETA se malogre por estúpidas querellas partidistas.

Acalladas definitivamente las armas, el diálogo entre los distintos partidos no tiene por qué asustar a nadie. Sería la primera vez en la que podría hablarse sin el ruido de fondo de las pistolas, algo de lo que no se libró ni la propia Constitución de 1978. Quienes exigen que el Estado no pague un precio político por erradicar el terrorismo, ¿podrían sostener que el nivel de autonomía del País Vasco sería el mismo si ETA no hubiera existido? ¿Fue un precio político que la disposición adicional primera recoja expresamente que la Constitución ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales o que la disposición transitoria cuarta deje abierta la puerta a un referéndum en Navarra para su integración en Euskadi?

Sin la distorsión de ETA, todo es planteable. Tal y como parece diseñada la futura mesa de partidos, cualquier paso exigirá el acuerdo de nacionalistas y no nacionalistas, lo que ofrece bastantes garantías de cordura en el resultado final.

A nadie se le oculta que el proceso será doloroso, especialmente para las víctimas, cuyo derecho a manifestar su queja y a recibir la solidaridad y el apoyo del Estado es inalienable, sin que por ello puedan pretender que la política antiterrorista siga sus dictados. Nuevamente aquí sería de gran utilidad la colaboración del PP. La “indulgencia” del Estado, la “grandeza” de miras que pedía ABC en 1998, la “generosidad” a la que el propio Aznar aludió entonces hacía referencia a las inevitables excarcelaciones de etarras que tendrán que producirse. ¿Hubieran sido menos dolorosas aquellas redenciones? “Como haremos un sacrificio que sea con las garantías totales de que la banda terrorista entrega las armas y da información”, manifestaba hace siete años la presidenta de la ASVT, Ana María Vidal Abarca.

“Hay que hacer un llamamiento para que entre los partidos políticos, los medios de comunicación, el Gobierno y la misma ETA sepamos hacer lo que sea necesario para que se alcance el objetivo de todos los vascos, que no es otro que la paz”. ¿Diría lo mismo hoy el eurodiputado del PP Carlos Iturgaiz? ¡Qué crueles son las hemerotecas!

A nadie debería sorprender las últimas bombas que ETA ha hecho estallar en la antesala de ese “principio del fin” profetizado por Zapatero. Es su vieja manera de sentarse a la mesa, su farol violento en la partida de póquer que se dispone a jugar con el Gobierno. Podría decirse que el amonal estaba previsto. Siendo predecible esta aparente demostración de fuerza por parte de los terroristas, resulta más incomprensible si cabe el permanente acoso al Ejecutivo del principal partido de la oposición y de sus medios afines. ¿Piensa realmente el PP que Zapatero acabará concediendo a Euskadi la independencia? ¿O lo que teme es que el fin de la violencia acabe con las posibilidades electorales de Rajoy?