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Juan Carlos Escudier

Sin Enmienda

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Lecciones de Pedro J.

El juicio que se sigue contra el locutor de la COPE, Federico Jiménez Losantos, por injurias graves contra el alcalde Ruiz-Gallardón, ha derivado en una lección

El juicio que se sigue contra el locutor de la COPE, Federico Jiménez Losantos, por injurias graves contra el alcalde Ruiz-Gallardón, ha derivado en una lección magistral acerca de la libertad de expresión y la censura impartida por ese honoris causa en la materia llamado Pedro J. Ramírez. Da gusto escuchar al director de El Mundo hablar sobre estos asuntos tan principales porque se nota que sabe un rato y, además, se pone estupendo y cita al descuido a columnistas del New York Times tan liberales como él para apoyar sus siempre bien fundadas opiniones.

En su biografía lo oculta, posiblemente por modestia, pero Ramírez puede presumir de ser el único director de periódico al que el Tribunal Constitucional ha condenado por vulnerar la libertad de expresión de un periodista de su medio, lo que explica su hondo conocimiento acerca de este derecho fundamental, así como de sus límites y sus transgresiones. Cuando alguien como él nos habla de libertad de expresión lo hace con la misma pasión que un entomólogo usaría para referirse a las cucarachas y con similar erudición. Y eso merece un respeto.

A tenor de lo anterior, surge la primera conclusión: Losantos, por ejemplo, puede afirmar que el ABC da pelotazos inmobiliarios para desviar las plusvalías a paraísos fiscales, puede llamar “rata” a un colega o afirmar muy convencido que los dirigentes de Esquerra son “pistoleros no arrepentidos”, porque todo ello, incluido llamar “hijo de Satanás” a Gallardón constituyen simples escaramuzas o, en su defecto, ardides radiofónicos para mantener la tensión en seis horas de programa. Pero si un periodista de El Mundo opina en una tertulia de televisión que el responsable del periódico ha hecho todo lo posible para vulnerar el derecho de huelga de los trabajadores y afirma que ha utilizado furgones policiales para sacar los ejemplares del diario de la rotativa, se le debe impedir volver a esa tertulia para evitarle los madrugones.

Hay que proteger la libertad de expresión, pero sólo la de los periodistas que saben expresarse, esencialmente Ramírez y Losantos, una pareja de hecho deontológicamente pura. La Constitución no lo dice –se supone que por economía del espacio- pero cuando recoge este derecho ampara únicamente a los profesionales mejor informados y más ricos. Por lo general, una cosa lleva a la otra. Pongamos otro ejemplo de lo anterior: Ramírez conoce, porque es un periodista de una pieza, que los accionistas italianos de su medio van a comprar en un plazo de meses acciones del periódico con una prima del 500%. ¿Qué hace el avispado informador? Ofrece a algunos trabajadores de El Mundo, a través de una sociedad instrumental en la que figura él mismo, comprar esos mismos títulos al 200%. La libertad de mercado es uno de los pilares de la libertad de expresión.

Para los neófitos es preciso recordar que este derecho es unidireccional, de forma que a Losantos, que es muy ocurrente, le ampara la ley para decir que Moratinos es “la nada con sobrepeso”, que Gallardón es un “bandido” o que el instructor del 11-M “se ha tragado las pruebas falsas como los antiguos tragasables del circo Price”. Lo contrario es un ataque a la libertad de expresión, es decir a la suya. Así, quienes se encadenaron ante la sede de la COPE para exigir que se retirara la licencia a la emisora en Cataluña, además de ser unos maleantes secesionistas, no ejercían ningún derecho sino que atentaban contra el de Losantos, que es de Teruel y patriota.

Nos tiene que entrar en la cabeza que en este envite nos jugamos el sistema democrático y que su defensa ha de ser tan contundente como la que el director de El Mundo ha hecho de esa piscina de Mallorca construida en suelo público de la que es propietario, un símbolo hídrico de la unidad de España amenazada por el independentismo rampante. Nótese aquí cómo un tema personal sirve de acicate a la libertad de expresión, manifestada en decenas de páginas de periódico dedicadas a las supuestas corruptelas del ex diputado de Esquerra que osó entrar en la bañera de Ramírez con un meyba de indiscutible mal gusto. La defensa del derecho no quedó ahí: el periodista visitó ministros e hizo que su alberca fuera contemplada in situ por destacados políticos de la oposición para que certificaran la calidad de sus aguas y se libraran a un tiempo de su libertad de expresión. Como culminación, Ramírez llevó al malandrín de Esquerra a los tribunales como sólo él sabe hacerlo: haciendo que el periódico costee el pleito.

Pero no nos desviemos del caso que nos ocupa. Sostuvo Ramírez ante el Tribunal que si la querella contra Losantos saliera adelante “sería introducir un elemento de censura” y “todos los periodistas sufriríamos una restricción” Nuevamente, nos hablaba con datos palpables, con la experiencia de quien ha visto de cerca la censura y ha llegado a abrazarla para luego contar fielmente lo que se siente al bailar pegado con las tijeras.

Citemos un nuevo ejemplo. Un redactor de El Mundo entra a su despacho y pisa la moqueta de nubes diseñada por su esposa. Le manifiesta que obra en su poder un manual de los servicios secretos de tiempos de la UCD en el que aparecen párrafos textuales de lo que luego se denominó acta fundacional de los GAL. “El GAL se lo come el PSOE; no estoy dispuesto a manchar a la UCD con esto”, le dice enojado. ¿Alguien cree que no sufrió al evitar que la verdad resplandeciera y censurar su publicación? Sintió dolor, no hay duda.

De todos los males que aquejan hoy a la libertad de expresión, quizás el principal haya sido la irrupción de Internet. Antes las cosas funcionaban relativamente bien. Con unos miles de millones se montaba un medio de comunicación y la gente rica y de bien era libre para expresarse, porque es sabido que los menesterosos no tienen nada que decir. Ahora, el sistema se tambalea porque cualquier sujeto te monta una página web y te suelta sus tonterías. Y Losantos tiene que insultar para mantener su audiencia. Y Ramírez tiene que defenderle. Y los dos querrían que ganara el PP para que les montara un grupo multimedia, pero Gallardón es un traidor y Maricomplejines Rajoy otro. Y así nos va.

El juicio que se sigue contra el locutor de la COPE, Federico Jiménez Losantos, por injurias graves contra el alcalde Ruiz-Gallardón, ha derivado en una lección magistral acerca de la libertad de expresión y la censura impartida por ese honoris causa en la materia llamado Pedro J. Ramírez. Da gusto escuchar al director de El Mundo hablar sobre estos asuntos tan principales porque se nota que sabe un rato y, además, se pone estupendo y cita al descuido a columnistas del New York Times tan liberales como él para apoyar sus siempre bien fundadas opiniones.