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La caza del sindicalista
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Juan Carlos Escudier

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La caza del sindicalista

Lo más llamativo de esta larguísima antesala de la huelga general ha sido la furibunda campaña contra los sindicatos convocantes, a los que se ha estigmatizado

Lo más llamativo de esta larguísima antesala de la huelga general ha sido la furibunda campaña contra los sindicatos convocantes, a los que se ha estigmatizado de tal forma que si antes fueron culpables de la omisión ahora lo son de la acción, sin perder en ambos casos la condición de sanguijuelas. Tiene esta caza al sindicalista una dilatada trayectoria aunque sorprenda tanta persistencia. Si, como se dice, estamos ante organizaciones tan inútiles que ya no sirven ni para sillas ni para albardas, lo normal sería esperar a certificar su defunción y no gastar tanta munición con el moribundo. O quizás es que se les quiere dar matarile por la vía rápida, para que los pobres dejen de sufrir cuanto antes.

Los mismos que ahora predicen el fracaso del paro y lo juzgan inoportuno, son los que clamaban hace unos meses por una huelga que los sindicatos no tenían bemoles a convocar por estar vendidos a un Gobierno del que Cándido Méndez era el vicepresidente cuarto. Y si antes se intentaba demostrar que el de UGT era un traidor a la clase obrera y se aportaba como prueba una fotografía suya a la puerta del Bulli para demostrar que quien se atrevía a probar los muelles de aceite de oliva virgen o los nudos esferificados de yogur no podía defender al proletariado, ahora se exhibe a Fernández Toxo de crucero por el Báltico con su santa porque, aunque el pasaje salga barato, todo el mundo sabe que un sindicalista que se precie sólo puede veranear en Benidorm, o si es un exquisito, en Santa Pola. Toxo, que ya fue a los tribunales cuando varios medios convirtieron su vivienda de 90 metros en un ático de 206, va a tener ocupado a su abogado.

La artillería ha graneado fuego sobre todo lo que se movía en las centrales sindicales, empezando por los liberados, a los que se ha presentado como una especie de parásitos intestinales del estilo de las tenias. En esa batalla ha destacado especialmente Esperanza Aguirre, que no es que haga guiños al populismo más conservador de su partido sino que tiene un tic en un ojo. Sin duda que habrá liberados con mucha jeta, pero tener la cara más dura que el cemento y cobrar por no hacer nada es una actividad muy extendida en el país, incluso entre los asesores de la presidenta madrileña. Es verdad que los sindicatos deberían estar vigilantes ante estos abusos, que empañan cualquier otra labor. Pero eso no justifica una cruzada contra estos sindicalistas, cuyo existencia está amparada por la ley y cuyo número en al administración autonómica viene determinado por el convenio colectivo que firmó la propia Comunidad de Madrid.

Así que cuando no era que sobraban miles de liberados ha sido el recuento de las subvenciones que reciben las centrales, porque está muy bien que la Iglesia nos pase el cepillo o que se bonifique a las empresas hasta por pintar de azul los despachos, pero lo de repartir dinero a los sindicatos o a los propios partidos políticos, que son los que articulan la democracia y las relaciones laborales, no tiene perdón de Dios.

La artillería ha graneado fuego sobre todo lo que se movía en las centrales sindicales, empezando por los liberados, a los que se ha presentado como una especie de parásitos intestinales del estilo de las tenias

 

La cosa no ha quedado ahí. Además de sanguijuelas y de vagos, con su huelga los sindicatos amenazan el propio crecimiento económico ya que, de ser un éxito absoluto este paro, que no lo va a ser porque para eso se han encargado encuestas que predicen que será un fiasco, resulta que se comería hasta el 0,7% del PIB. El dato habrá que pasárselo a los franceses, que llevan cinco huelgas generales en un año, la última esta misma semana, y no han debido enterarse de que a ese paso van a crecer menos que Sarkozy.

Lo de las encuestas tiene su historia. De hecho no se recuerdan tantos sondeos sobre un paro que, tal y como se nos profetiza, no va a secundar ni Rita. Habría que ser muy estúpido para dejarse convencer por unas organizaciones decimonónicas, ancladas en el pasado y presas de su propia burocracia, que han utilizado a Chikilicuatre para promocionar la huelga con su serial sobre las mentiras de la crisis. Aquí, además, lo que nos gusta es la gente formal, tipos modernos como el presidente del Gobierno, que un día puede decir que “abaratar el despido no es el camino para crear empleo ya que provocaría más desigualdades sociales y menos protección a los trabajadores, sobre todo en un país donde todavía nos queda por avanzar en materia de protección social”, y que al día siguiente alumbra una reforma laboral cuyo principal logro es que se pueda poner en la calle a un trabajador con un coste para el empresario de 12 días por año. Los vídeos eran tan soeces que los ha visto todo el mundo. Gravísimo error de marketing.

Volviendo a las encuestas, junto al amplísimo porcentaje de personas que aseguran que no irán a la huelga figura otro dato llamativo, y es que una mayoría cree que sí hay razones para su convocatoria. Recapitulando, los sindicalistas son unos vagos que se pegan la vida padre en cruceros de lujo; si están liberados, además de vagos, son unos maleantes; los sindicatos, unos vampiros de los Presupuestos del Estado, que nos harían un favor si desaparecieran; la huelga será un desastre, y si no lo es, algo que sólo puede lograrse con piquetes violentos de esos liberados tan vagos, dañará gravemente la economía del país. ¿Alguien da más?

El mayor reproche que cabe dirigir a los sindicatos es el de no haber medido la espesa capa de miedo con el que la crisis ha embadurnado a nuestra sociedad. Temerosos no ya de perder el trabajo sino de descender hasta los últimos peldaños de la escala social, nos hemos instalado en la fatalidad y pensamos que lo nuestro no tiene remedio, mientras escuchamos sin pestañear el moralizante discurso de esos sujetos acaudalados empapados en gomina que nos atribuyen todas las culpas por haber vivido por encima de nuestras posibilidades.

Objetivamente, la huelga era la única salida de los sindicatos ante la mayor poda de derechos laborales en décadas y la amenaza de otros recortes en el sistema público de pensiones. El 29-S se juegan su influencia futura y su propia capacidad como interlocutores sociales. Tiempo tendrán de analizar los errores que, sin duda han cometido, especialmente el de dejarse matar a besos por el Gobierno. Han de repensarse, es cierto, pero si este miércoles salen derrotados no serán los únicos perdedores.

Lo más llamativo de esta larguísima antesala de la huelga general ha sido la furibunda campaña contra los sindicatos convocantes, a los que se ha estigmatizado de tal forma que si antes fueron culpables de la omisión ahora lo son de la acción, sin perder en ambos casos la condición de sanguijuelas. Tiene esta caza al sindicalista una dilatada trayectoria aunque sorprenda tanta persistencia. Si, como se dice, estamos ante organizaciones tan inútiles que ya no sirven ni para sillas ni para albardas, lo normal sería esperar a certificar su defunción y no gastar tanta munición con el moribundo. O quizás es que se les quiere dar matarile por la vía rápida, para que los pobres dejen de sufrir cuanto antes.

CCOO