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Elogio a un director y a un capitán de la marina mercante
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Juan Carlos Escudier

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Elogio a un director y a un capitán de la marina mercante

Es preferible escribir elogios a elegías, porque éstas últimas son muy emotivas y hasta arrancan aplausos cuando se recitan -tendrían que haber escuchado este miércoles a

Es preferible escribir elogios a elegías, porque éstas últimas son muy emotivas y hasta arrancan aplausos cuando se recitan -tendrían que haber escuchado este miércoles a Alfonso Guerra declamar la que Miguel Hernández compuso a Ramón Sijé en un centro cultural de barrio-, pero implican necesariamente que el destinatario esté fiambre. Y como Jesús Cacho, amigo y hasta hace unas fechas director de El Confidencial, ni está ni se le espera entre los turistas al otro barrio, entiendan esto como lo que es: el elogio a un gran periodista y a una buena persona.

Estoy convencido de que compartirán estas líneas algunos de los que hoy hacen el diario, empezando por el nuevo director, Nacho Cardero, quien ha crecido profesionalmente a su lado desde aquellos tiempos en los que ejercía casi de ayudante personal y hasta dormía la siesta en su casa, o el nuevo director adjunto, Carlos Sánchez, de cuya amistad ha presumido el propio Jesús por tierra, mar y aire, y al que en cuanto pudo incorporó al proyecto, donde ya se tenía conocimiento de su indiscutible valor, periodísticamente hablando se entiende. A nadie que conozca bien a ambos puede caberles duda alguna de lo mucho que han tenido que sentir su ausencia.

Conozco a Cacho desde que en las redacciones aún se podía fumar, es decir, hace la tira de años. Pero empecé a tratarle asiduamente cuando me incorporé a El Confidencial como adjunto al director, cargo éste -el de director- que por aquel entonces desempeñaba nominalmente Antonio Casado, a quien también intuyo muy afectado. Constituía la columna vertebral del producto en el que Jesús figuraba como editor un ramillete de temas pretendidamente diferentes de los que publicaba la prensa tradicional. Con esas cuatro o cinco noticias, elaboradas o cuando menos editadas en el sótano en el que se ubicaba la redacción, El Confidencial se presentaba cada día a sus lectores, que no eran entonces los 3.600.000 de los que hoy se presume en la portada.

Coincidimos, creo yo, en lo importante: en entender que el periodismo, más allá de la opinión, ha de servir de contrapeso al poder y no de báculo, y que es preferible ganar una noticia a un anunciante porque la independencia no ha de estar reñida con la rentabilidad, como hasta ahora ha demostrado 'El Confidencial'

De hecho eran bastante menos. Cuando un servidor se incorporó al sótano apenas si llegaban a 3.000 y había quien estimaba que llegando a “5.000 centros de poder” -lo recordará bien el actual editor, José Antonio Sánchez- podríamos darnos por satisfechos. La comparación entre esta meta y la realidad actual da idea de la dimensión del éxito, que se me permitirá atribuir en gran medida a Cacho, cuya dedicación a la causa fue tan exclusiva como sus noticias. Fue un éxito acompañado de bastante soledad. Rememorando algunas de aquellas noches de domingo tratando de cerrar la edición del día siguiente, me veo a mi mismo en aquel garaje reconvertido y a Jesús al otro lado del teléfono rematando el tema de apertura. Y a nadie más del núcleo duro del periódico, si es que mis recuerdos son exactos.

No sé bien cómo explicar por qué siempre me he llevado bien con este capitán de la marina mercante, habiendo en lo ideológico tantas cosas que nos separan, salvo, quizás, la opinión compartida de que Aznar se volvió un “franquito”. Coincidimos, creo yo, en lo importante: en entender que el periodismo, más allá de la opinión, ha de servir de contrapeso al poder y no de báculo, y que es preferible ganar una noticia a un anunciante porque la independencia no ha de estar reñida con la rentabilidad, como hasta ahora ha demostrado El Confidencial.

 Ni que decir tiene que jamás he encontrado obstáculos a nada de lo que he publicado, incluidas algunas invectivas contra quienes entonces le abonaban sus estipendios, llamáranse Ramírez o Losantos, a quien, por cierto, durante un tiempo le dio por pedirle que me pusiera en la calle, no sé bien si por rojo o por insolente.

A Jesús hay que reconocerle que se ha vestido siempre por los pies y que ha sido coherente hasta para equivocarse. Hubo quien le reprochó que siguiera defendiendo a Mario Conde después de la intervención de Banesto, cuando lo reprochable fue el comportamiento de otros colegas, que el 27 de diciembre comían en la mano del banquero y se descubrían ante su cráneo privilegiado y el 28 ya querían meterle en la cárcel.

A diferencia de ellos, la información no le ha hecho rico. Sólo le he conocido una casa, bastante ligera de muebles, todo hay que decirlo, y su austeridad ha sido tan cansina como algunos de los menús del día que nos hemos metido juntos entre pecho y espalda. Le vendrá de su condición de palentino, y de un pueblo tan pequeño que si uno trata de leer su nombre en el cartel de la carretera se habrá encontrado antes de terminar con otro cartel semejante pero con una raya que lo cruza.

Estas son sólo algunas de las razones por las que creo que este elogio es merecido. Del conflicto que le ha obligado a abandonar el barco no soy yo, un simple colaborador que hace tres comidas diarias, el que debe pronunciarse. Si han podido leer estas inocentes líneas será porque El Confidencial sigue siendo ese lugar “alternativo, riguroso e impertinente”, como lo  calificaba el pasado domingo el nuevo director adjunto, aunque todo lo anterior me parezca de lo más pertinente que haya escrito nunca.

Es preferible escribir elogios a elegías, porque éstas últimas son muy emotivas y hasta arrancan aplausos cuando se recitan -tendrían que haber escuchado este miércoles a Alfonso Guerra declamar la que Miguel Hernández compuso a Ramón Sijé en un centro cultural de barrio-, pero implican necesariamente que el destinatario esté fiambre. Y como Jesús Cacho, amigo y hasta hace unas fechas director de El Confidencial, ni está ni se le espera entre los turistas al otro barrio, entiendan esto como lo que es: el elogio a un gran periodista y a una buena persona.

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