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Un invierno nuclear para la industria del átomo
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Juan Carlos Escudier

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Un invierno nuclear para la industria del átomo

Tras el desastre de Fukushima, la principal preocupación del lobby nuclear ha pasado a ser el debate que sobre esta fuente de energía ha estallado en

Tras el desastre de Fukushima, la principal preocupación del lobby nuclear ha pasado a ser el debate que sobre esta fuente de energía ha estallado en todo el mundo. Quisiera este grupo de amigos del uranio que en plena catástrofe radiactiva se hablara del mar y de los peces y no del peligro atómico, lo que evidentemente es mucho pedir. En caliente ha actuado Alemania, que ha paralizado sus reactores más antiguos, y hasta China que está reconsiderando su programa de construcción de nuevas centrales y cuya decisión, por razones obvias, no obedece a razones electoralistas. El llamado renacimiento nuclear se ha agostado antes de florecer y cabe esperar un largo invierno, tal vez perpetuo, a la industria del átomo.

El renacimiento era, en realidad, un espejismo con el que se trataba de enmascarar una agonía que había colocado a la industria nuclear al borde la extinción. Los datos se contenían ya en un exhaustivo informe publicado en junio de 2009 por Marcel Coderch Collell, doctor ingeniero del Instituto Tecnológico de Massachussets, en el que se predecía que la cuota de producción eléctrica del envejecido parque mundial de plantas nucleares, situada en torno al 16% del total, iría descendiendo año tras año, en la medida en que sólo captaba el 1,5% del crecimiento del mercado. Y acabaría convirtiéndose en una fuente marginal ya que los planes de construcción de nuevas instalaciones, ahora en solfa, no permitirían cubrir la clausura de reactores que llegarían al final de su vida útil.

El informe desmonta los principales tópicos que los amantes del átomo han difundido, empezando por el de los costes. Explica que el parón nuclear que se arrastra desde mediados de los años 70 no se justifica por el accidente de Three Mile Island de 1979 o el desastre de Chernobil de 1986 sino que se gestó antes y por criterios exclusivamente económicos. El ejemplo de Estados Unidos es significativo. “Si entre 1971 y 1974 se cursaron pedidos para 129 reactores, entre 1974 y 1978 ya sólo se cursaron 13 nuevos pedidos y desde 1978 hasta el día de hoy no se ha cursado ningún otro pedido. Ninguna de las centrales contratadas después de 1973 fue terminada: entre 1974 y 1984 se cancelaron 124 reactores, más de los que acabaron en funcionamiento. Del total de 259 pedidos cursados y de los 177 permisos de construcción concedidos, sólo 132 entraron en operación y de éstos siguen hoy operativos 104”.

Igual podría afirmarse de España, donde la moratoria nuclear impuesta por el Gobierno de Felipe González, que los consumidores hemos pagado durante décadas, obedeció más al rescate de las compañías eléctricas que a cuestiones ideológicas. ¿Habrían podido asumir las compañías su endeudamiento en dólares para concluir los cinco proyectos paralizados en un escenario de tipos altos y con una evolución muy desfavorable del tipo de cambio? ¿Dónde están los proyectos para construir nuevas centrales si desde 1997 no existe prohibición alguna para ponerlas en marcha? ¿Serían tan rentables las actuales plantas, ya amortizadas, si buena parte del billón de pesetas de los llamados Costes de Transición a la Competencia no se hubieran destinado a las centrales nucleares?

Francia es hoy el país más nuclearizado el mundo, con un 77% de electricidad nuclear (que, sin embargo, representa sólo el 16% de su consumo de energía final), sin que esta estrategia le haya reportado ventajas significativas

El trabajo de Coderch se detiene también en el caso francés, atípico ya que la crisis del petróleo de los 70 no implicó el declive nuclear sino su relanzamiento. “Francia es hoy el país más nuclearizado el mundo, con un 77% de electricidad nuclear (que, sin embargo, representa sólo el 16% de su consumo de energía final), sin que esta estrategia le haya reportado ventajas significativas ni en el coste de la electricidad, ni en la competitividad de sus industrias, ni en su grado de dependencia energética (…). Con 59 reactores nucleares que representan el 55% de su parque de centrales de generación, Francia tiene hoy una gran excedente de capacidad, probablemente consecuencia de errores de previsión de demanda, que utiliza para exportar electricidad a países vecinos a bajo precio. Su pico de consumo es de 86 GWe en invierno y tiene una capacidad instalada de 116 GWe. Este excedente ha estimulado la utilización ineficiente de electricidad para calefacción y agua caliente, y a pesar de dedicar el equivalente a 12 reactores nucleares a la exportación de electricidad, a menudo necesita importar electricidad para cubrir sus picos de demanda”, se asegura.

Si a los costes de construcción y de capital prohibitivos, se añaden los largos períodos necesarios para la entrada en funcionamiento de las nuevas centrales (hasta una década), la escasez de uranio o el irresuelto problema de los residuos, es fácil deducir que no estamos ante la energía milagro que aliviará la dependencia de los combustibles fósiles.

El segundo tópico que derriba es el de la energía nuclear como mitigadora del cambio climático. Los datos provienen en esta ocasión del Keystone Center, un estudio realizado en junio de 2007 por la propia industria nuclear en el que se detallan los requerimientos necesarios para que con el uso de esta energía se dejara de lanzar a la atmósfera dentro de 50 años una gigatonelada de carbono (haría falta reducir las emisiones en siete gigatoneladas para mantener la concentración atmosférica de CO2 por debajo de las 450 partes por millón).

De entrada, sería necesario construir dos centrales al mes durante las próximas cinco décadas; multiplicar por cinco la producción de uranio o implantar una nueva generación de reactores de plutonio o torio; construir entre 11 y 22 plantas adicionales a las 17 existentes de enriquecimiento de uranio; construir 18 instalaciones adicionales a las 17 existentes de fabricación de combustible nuclear y construir 10 almacenes geológicos profundos del tamaño del de Yucca Mountain. Sólo eso. ¿Reprocesar el combustible gastado? Serían necesarias 35 plantas adicionales a las cuatro existentes. La que se ha construido en Japón se ha demorado quince años y ha costado 20.000 millones de dólares.

El tercer y último tópico fulminado es el de la seguridad. También hay datos sobre los peligros de la energía atómica, aunque lo más sencillo es que vean los telediarios.

Tras el desastre de Fukushima, la principal preocupación del lobby nuclear ha pasado a ser el debate que sobre esta fuente de energía ha estallado en todo el mundo. Quisiera este grupo de amigos del uranio que en plena catástrofe radiactiva se hablara del mar y de los peces y no del peligro atómico, lo que evidentemente es mucho pedir. En caliente ha actuado Alemania, que ha paralizado sus reactores más antiguos, y hasta China que está reconsiderando su programa de construcción de nuevas centrales y cuya decisión, por razones obvias, no obedece a razones electoralistas. El llamado renacimiento nuclear se ha agostado antes de florecer y cabe esperar un largo invierno, tal vez perpetuo, a la industria del átomo.

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