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Los belicistas de Irak se tornan pacifistas en Libia y pierden la memoria
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Juan Carlos Escudier

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Los belicistas de Irak se tornan pacifistas en Libia y pierden la memoria

Quienes por convencimiento propio -los menos- o por salvar la cara de nuestro más famoso estadista con bigote -los más- apoyaron la invasión de Irak se

Quienes por convencimiento propio -los menos- o por salvar la cara de nuestro más famoso estadista con bigote -los más- apoyaron la invasión de Irak se han empeñado ahora en equiparar esa tropelía con la intervención militar en Libia, como si con ello pudieran redimirse o, alternativamente, revelar la supuesta hipocresía de Zapatero y de aquellos que entonces se opusieron a esa guerra ilegal e inmoral y hoy defienden el empleo de la fuerza contra Gadafi. Nada hay de parecido entre ambas acciones y la comparación es tan absurda como las que acostumbraba a hacer la concejala Ana Botella con peras y manzanas.

Sirva como primera constatación que en Irak fueron Estados Unidos y sus aliados, entre ellos la España de Aznar, los que iniciaron una guerra en la que han muerto decenas de miles de víctimas inocentes, mientras que en Libia la guerra ya existía, y lo que hace justificable la intervención es precisamente tratar de impedir que el dictador libio pase a degüello a la población civil que simpatiza con los rebeldes. No se actúa con la coartada de una mentira burda, como era la ficticia existencia de armas de destrucción masiva, sino bajo el paraguas de la legalidad internacional y al amparo de una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En definitiva, una actuación fue ilegal y la otra no lo es.

Si la equiparación ya es llamativa por improcedente, lo más sorprendente es el repentino pacifismo que se han inoculado en vena algunos opinadores, los mismos que defendieron hasta la afonía el derrocamiento a cañonazos del régimen de Sadam Husein para dejar caer luego sobre las cabezas del pueblo iraquí, como el maná, los valores de la democracia. Esos mismos, que justificaban cualquier daño colateral, incluido el que sufrían sus propias conciencias, cuestionan por estulticia o mala fe -posiblemente por ambos motivos- la misión en Libia. Ignoran la histórica revolución que se vive en el mundo árabe, y el aviso que la acción contra Gadafi puede suponer para otros gobernantes de la zona, tentados de reprimir a sangre y fuego las exigencias de democracia de sus pueblos. Resulta hasta chistoso que quienes negaban que tras la ocupación de Irak estuviera el interés por controlar su petróleo argumenten ahora que el crudo es el único motivo de la actual ofensiva.

Lo relevantes es que la geoestrategia coincide en esta ocasión con las ansias de libertad de una región y Occidente se ha dado cuenta del mal negocio que hacía sosteniendo a dictadores

Obviamente, sería de ingenuos pensar que todas las razones de la intervención son exclusivamente humanitarias. Claro que Sarkozy necesitaba reafirmar la influencia de Francia y acrecentar su menguante prestigio; claro que preocupa el suministro de petróleo libio donde, por cierto, Repsol tiene importantes intereses. Lo relevantes es que la geoestrategia coincide en esta ocasión con las ansias de libertad de una región y Occidente se ha dado cuenta del mal negocio que hacía sosteniendo a dictadores.

Volviendo al asunto de la legalidad, exaspera que todavía se escuche que la ocupación de Irak decidida en las Azores gozaba de soporte en el Derecho Internacional, en la medida en que la resolución 1.441 de octubre de 2002 del Consejo de Seguridad advertía a Irak de las “graves consecuencias” que podían derivarse de las violaciones de sus obligaciones. La prueba de que aquel texto no amparaba ninguna acción bélica contra Irak es que tanto EEUU como sus aliados de entonces trataron infructuosamente de que el Consejo aprobara una nueva resolución en que se incluyeran las palabras mágicas que sí se mencionan en la 1973 referida a Libia. Esto es, la autorización a los Estados a “tomar todas las medidas necesarias” para proteger a los civiles, que es como se disfraza en el lenguaje de Naciones Unidas el empleo de la fuerza.

Tampoco es cierto que la presencia de tropas, en este caso las españolas, tuviera cobertura legal ya que el despliegue de efectivos fue decidido por el Gobierno de Aznar en julio de 2003 y no fue hasta octubre de ese mismo año cuando la resolución 1.511 reconoció la invasión como un hecho consumado e instó a prestar asistencia y militares a la fuerza multinacional que ocupaba Irak.

Ilegal por haberse realizado con evidente desprecio del derecho Internacional e inmoral por haberse sustentado en la gigantesca mentira de las armas de destrucción masiva, es imposible encontrar en Irak algún parecido, siquiera remoto, con la intervención que se desarrolla en Libia, donde, a mayor abundamiento, se ha excluido la ocupación terrestre por mandato de la ONU. Tan respetable es defender la injerencia como oponerse a ella por entender que en ningún caso está justificado el uso de las armas. Lo indignante es que los belicistas de ayer se hayan vuelto pacifistas y, además, hayan perdido la memoria.

Quienes por convencimiento propio -los menos- o por salvar la cara de nuestro más famoso estadista con bigote -los más- apoyaron la invasión de Irak se han empeñado ahora en equiparar esa tropelía con la intervención militar en Libia, como si con ello pudieran redimirse o, alternativamente, revelar la supuesta hipocresía de Zapatero y de aquellos que entonces se opusieron a esa guerra ilegal e inmoral y hoy defienden el empleo de la fuerza contra Gadafi. Nada hay de parecido entre ambas acciones y la comparación es tan absurda como las que acostumbraba a hacer la concejala Ana Botella con peras y manzanas.

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