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Mariano Rajoy, el ‘killer’ más lento al sur de los Pirineos
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Juan Carlos Escudier

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Mariano Rajoy, el ‘killer’ más lento al sur de los Pirineos

La renuncia de Camps a la presidencia de la Generalitat valenciana se ha adornado desde el PP de tintes churchillianos, para mostrarnos a un ciudadano ejemplar

La renuncia de Camps a la presidencia de la Generalitat valenciana se ha adornado desde el PP de tintes churchillianos, para mostrarnos a un ciudadano ejemplar que, ante la disyuntiva de elegir entre la indignidad y la dimisión, habría optado por la segunda de las opciones a mayor gloria de la causa común y de la de Mariano Rajoy. Lo cierto es que de indignidad andaba ya bien servido el valenciano, y salvo que un milagro le evite la condena en el juicio por cohecho impropio que tiene pendiente, este señor elegantísimo, siempre hecho un brazo de mar con sus trajes a medida que tan económicos le resultaban, ha escrito la página que pone fin a su carrera política, algo que sus devotos lectores le agradeceremos eternamente.

Tan incomprensible como su tardanza en dimitir fue el empeño que la dirección nacional del PP puso en mantenerlo, lo cual dio pie a pensar que las agarraderas del molt honorable sobrepasaban su propio tirón electoral y guardaban relación con inconfesables secretos de la financiación del partido que tendrían a Rajoy atado de pies y manos. No se trataba sólo de unos trajes –que también- sino de toda una serie de responsabilidades políticas que sólo podían sustanciarse con el abandono inmediato de sus cargos. Camps debía rendir cuentas por haber consentido que la Administración valenciana se convirtiera en un albañal de corruptelas, donde presuntamente se han malversado grandes partidas de dinero público para enriquecer a sus amiguitos del alma y, lo que es algo más que probable, allegar fondos a su partido. En el mismo centro del trasiego de maletines, viajes, relojes y coches de lujo orquestado por la trama Gürtel, estaba Camps con sus exquisitos pantalones con ceñidor trasero silbando melodías.

En los más de dos años que ha durado el culebrón ha habido tiempo de conocer al verdadero Camps, a quien se llegó a contemplar en el PP en algún momento como un serio aspirante a liderar el partido a nivel nacional, lo cual dice mucho de la visión de algunos de sus dirigentes. Son los mismos que han podido comprobar que tras su cincelada y sardónica sonrisa no se encontraba Maquiavelo sino alguien bastante más necio, que hubiera podido salir airoso del trance de los trajes asumiendo como un error el hecho de no haberlos pagado para dar luego carpetazo al asunto con un cheque al portador.

Rajoy no debía de querer mucho a los valencianos para permitir que un embustero tan inepto concurriera en mayo a las elecciones, sabiendo que, dado el nivel de la oposición socialista en la región, una cabra con las siglas del PP en el lomo habría ganado las elecciones por mayoría absoluta

En vez de eso, no dudó en mentir, proclamando primero que había abonado los ternos al contado con la calderilla procedente de la farmacia de su santa, para finalmente aceptar que bien pudieron ser un regalo, aunque no al presidente de la Generalitat sino al del PP valenciano, que era él mismo pero desdoblado en una persona diferente para dar esquinazo a la responsabilidad penal del cargo público. Rajoy no debía de querer mucho a los valencianos para permitir que un embustero tan inepto concurriera en mayo a las elecciones, sabiendo que, dado el nivel de la oposición socialista en la región, una cabra con las siglas del PP en el lomo habría ganado las elecciones por mayoría absoluta.

La herencia de Camps

Si la continuidad de Camps no se explicaba por su aptitud ni por su instinto, tampoco por su gestión. La herencia de Camps es ésta: una deuda que en 2010 totalizaba 17.600 millones, el 17% de su PIB, lo que sitúa a Valencia como la autonomía más endeudada de España en términos comparativos; una tasa de desempleo superior al 24%; y un paro juvenil que ronda el 51%.  He ahí el milagro económico del galán de la Albufera.

De la misma  manera que se culpaba a Rajoy de la continuidad del maniquí de Forever Young sería injusto no atribuirle buena parte del mérito de la renuncia, consumada meses antes de que, ya con Camps en el banquillo, el PP tuviera que afrontar unas más que previsibles elecciones generales anticipadas. Podría verse en el gallego, cuya relación con el ya ex presidente de la Generalitat valenciana se limitaba a guardar las apariencias en público, un cierto aire de killer –que todo es bueno para combatir su aureola de indolencia-, aunque para consumar la ejecución se haya tomado una eternidad.

Esta parsimoniosa contemplación del mundanal ruido, este quedarse mirando el río a lo Heráclito para confirmar que la misma gota de agua no pasará dos veces antes sus ojos, crea mucha desconfianza en alguien que puede ser presidente del Gobierno y del que se presume que tendrá que coger por los cuernos el toro de alguna crisis en vez de darle unos ayudados por alto y esperar a que el morlaco se muera de aburrimiento.

Dejar que los problemas se pudran hasta que quedar reducidos a compost será muy ecológico pero en asuntos como el de la corrupción no hacen sino acrecentar el olor a podredumbre. Si a esto se añade el estrambote de establecer mil y una conspiraciones para justificar una trama de corrupción cuya investigación se ha llevado por delante a concejales, alcaldes, diputados nacionales y autonómicos, senadores, tesoreros y, últimamente, al presidente valenciano, es fácil entender por qué el mensaje de regeneración de la vida pública que los populares tratan de enviar a la sociedad ofrece menos crédito que una caja de ahorros.

Códigos éticos

Es curioso que todos los cesantes que ha dejado el 'caso Gürtel' hayan manifestado que renunciaban a sus cargos para poder defender su inocencia y no hacer daño al partido. Se ha echado en falta que ese mismo partido que redacta códigos éticos que luego olvida en algún cajón o reutiliza para envolver bocadillos hubiera tenido el coraje de apartarles con el debido respeto a su presunción de inocencia –que tiempo habría de rehabilitarles-, no para evitar causar un mal al PP sino para ahorrárselo a una sociedad harta de este tipo de delincuencia.

Rajoy, en efecto, ha conseguido tejiendo y destejiendo como Penélope apartar casi al descuido a los más renuentes, a los que ha vencido por agotamiento. Ello no ha borrado la sensación de que comunidades como Baleares, Valencia –desde el Castellón de Fabra al Alicante de Ripoll-, o Madrid la corrupción se has extendido como tinta derramada sobre un cuaderno al calor de los gobiernos del PP, mientras su líder se ponía de perfil cual sello de correos.

La renuncia de Camps a la presidencia de la Generalitat valenciana se ha adornado desde el PP de tintes churchillianos, para mostrarnos a un ciudadano ejemplar que, ante la disyuntiva de elegir entre la indignidad y la dimisión, habría optado por la segunda de las opciones a mayor gloria de la causa común y de la de Mariano Rajoy. Lo cierto es que de indignidad andaba ya bien servido el valenciano, y salvo que un milagro le evite la condena en el juicio por cohecho impropio que tiene pendiente, este señor elegantísimo, siempre hecho un brazo de mar con sus trajes a medida que tan económicos le resultaban, ha escrito la página que pone fin a su carrera política, algo que sus devotos lectores le agradeceremos eternamente.

Mariano Rajoy Francisco Camps