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La cruda realidad de una víctima de violencia machista
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Verónica Fumanal

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La cruda realidad de una víctima de violencia machista

La primera barrera de una mujer que sufre violencia es ser consciente de ella. La sociedad nos ha educado para aguantar dolor

Foto: El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)
El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)
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Lazos morados, estadísticas, manifestaciones, declaraciones institucionales, leyes y, después de todo esto, está la realidad. La vida de muchas mujeres truncadas por el hombre que se supone que las quería. En esta columna no leerán porcentajes de denuncias. Hoy, para conmemorar el día contra la violencia machista, les quiero contar experiencias reales de mujeres reales que se enfrentan a esta lacra solas, con miedo y sin expectativas.

La primera barrera de una mujer que sufre violencia es ser consciente de ella. La sociedad nos ha educado para aguantar dolor, que bajo la visión judeocristiana se convertirá en una especie de plan de ahorros de felicidad para cuando te mueras, cuando, por fin, serás feliz y plena. La mayoría de las mujeres que sufren violencias machistas, psíquicas, verbales, físicas, económicas, no son conscientes de que no tienen por qué aguantarlas, de que su papel en la vida no es soportar el sufrimiento por un bien mayor: la estabilidad familiar, los hijos, el qué dirán, evitar otro dolor sentimental o seguir pagando las facturas. Por ello, debemos seguir insistiendo para que las mujeres se den cuenta de que no tienen por qué seguir aguantando una relación de poder desigual entre dos personas. Que sus agresores no merecen su consideración, amor o miedo.

Una vez se dan cuenta, viene otro obstáculo mayor. El miedo a que no te crean. A ser cuestionada por los tuyos, a ser repudiada por tus hijos, que no entienden por qué no quieres a papá. Tus padres, tus familiares y amigos conocen al maltratador y, si no han sido testigos de un episodio violento, si, además, es encantador cuando comparte vida social con el resto, la primera mirada inquisidora es la de los tuyos. En una situación de tanta vulnerabilidad, como una mujer que dentro de su casa pasa miedo, temor a que le peguen, a que la insulten, a que toquen a sus hijos, debes sacar fuerzas de flaqueza para convencer a los tuyos de que te crean. Si en el primer círculo cuesta, imagine usted al resto del entorno. Los amigos de él pasan a señalarte como una mala mujer que solo quiere sacarle el dinero al pobre marido, te vilipendian y te hacen pasar vergüenza. Además de apaleada tienes que estar avergonzada por ello. El entorno laboral (si existe) es otro mundo, hay que pedirle, no solo compresión, sino, además, tiempo para todo el laberinto administrativo que han de afrontar estas mujeres.

Me consta que los servicios policiales, tanto de Guardia Civil como de Cuerpo Nacional de Policía y las policías autonómicas dedicadas a tratar con las víctimas, lo hacen, mayoritariamente, desde el cariño, respeto y dignidad hacia las víctimas. Pero resultan absolutamente exiguas. No hay Policía suficiente en España para proteger a las víctimas que han denunciado. Las mujeres que se acercan a los recursos policiales o que llaman al 016 son atendidas, comprendidas y cuidadas. El único pero que le podría a esta afirmación es en los entornos rurales, cuando los agentes tienen relación directa con la familia y ahí, en ocasiones, se ha intentado mediar para que la víctima no denuncie y reconduzca la situación. ¡Como si eso fuera posible!

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Si el entorno policial suele ser amable para la víctima, el entorno judicial es un verdadero infierno. Digámoslo con toda claridad. Muy al contrario de los bulos que corren sobre la injusticia hacia los hombres, la realidad es bien distinta. Abogados de familia, especializadas en violencia, cuando hablan en off the record son muy claras: o llevas un moratón, una pierna rota o partes médicos de agresiones o, salvo honrosas excepciones, no conceden órdenes de alejamiento a los agresores. Por lo tanto, las víctimas se encuentran al albur de sus agresores, que, cabreados por la denuncia, van a buscarlas con ganas de vengarse. Así que, aunque cueste hasta escribirlo, en muchas ocasiones son los propios profesionales los que les recomiendan a las víctimas que no denuncien, porque será peor el remedio que la enfermedad. Sobre las condenas, es otro capítulo aparte. Suelen ser timoratas, primando una visión machista del asunto y con muchas reticencias a que los hijos sean percibidos como sujetos activos de violencia vicaria. No sería la primera vez que, por esas custodias compartidas, los menores pagaran en su piel el mayor daño realizable a una mujer.

Se han parado a pensar por qué en una situación de violencia machista es la mujer, víctima, la que debe esconderse en un centro, y el hombre, agresor, continúa haciendo su vida normal. Es como si un ladrón que roba joyerías pudiera seguir en la calle mientras los joyeros fueran los que deben esconder el botín para no ir provocando. Pero la realidad es la que es. Una realidad infame. Los centros en los que se recluyen las mujeres y sus hijos suelen ser lugares hostiles, pero sobre todo son escasísimos. Una vez en ellos, las mujeres pasan un tiempo ahí, no siempre con todos sus hijos, con programas de intervención para que sean capaces de superar situaciones de violencia. Lo cierto es que los programas son demasiado cortos para su completa recuperación y, además, cuando vuelven a la vida real, se enfrentan a los mismos problemas cotidianos que la mayoría de las mujeres: problemas de acceso a la vivienda, trabajos precarizados; con un agravante: están solas con sus hijos. No tienen redes de apoyo y la sociedad no les ayuda.

Foto: Torrecaballeros rinde un emocionado homenaje a su "pirata" Olivia. (EFE/Pablo Martín)

Para que una mujer víctima de violencia machista lo sea oficialmente, se le ha tenido que reconocer por parte de un juzgado o por parte de un comité biopsicosocial. En ambos casos este reconocimiento abarca un infierno burocrático, difícil incluso para mujeres con recursos. Una vez adquieren esa categoría, lo cierto es que, aunque muchas leyes les reconozcan derechos, no llegan nunca a tenerlos realmente. No tienen facilidades para acceder a una vivienda, ni para un contrato de trabajo, que es lo que realmente les va a permitir emanciparse. Las ayudas sociales son mínimas y normalmente no pueden acceder a ellas porque oficialmente consta que cobran pensiones de sus maltratadores. ¿Ustedes creen que las cobran? Muy mayoritariamente no. Por lo tanto, son mujeres que son maltratadas también por la justicia, por la sociedad y por las instituciones. Mujeres a las que el día a día de sus problemas las asfixia. Incluso a las mujeres de clases altas las acosan cuestiones similares. Normalmente, suelen ser las exparejas quienes más dinero y poder tienen, algo que utilizan de forma sistemática para ahogar económica y socialmente a sus víctimas.

Quería acabar esta tribuna de forma positiva, aunque la realidad no invite. A pesar de todos estos casos reales, de todas estas vivencias, de todo este dolor; hay mujeres que todos los días consiguen superarlo, volver a ser libres, caminar sin miedo, vivir felices. Lo hacen gracias sobre todo a su valentía, al apoyo de sus entornos y al trabajo de grandes profesionales que día a día se tragan sus lágrimas y su impotencia ante la falta de recursos para seguir ayudando a otras mujeres a superar los dramas que, un día, un hombre impuso en sus vidas. Desde aquí el reconocimiento público a unas profesionales a los que la sociedad no valora ni social ni económicamente como se merecerían. Su trabajo es invisible, como los miles de mujeres que sufren la violencia. A todas ellas, fuerza. Y a las instituciones, muchos más recursos.

Lazos morados, estadísticas, manifestaciones, declaraciones institucionales, leyes y, después de todo esto, está la realidad. La vida de muchas mujeres truncadas por el hombre que se supone que las quería. En esta columna no leerán porcentajes de denuncias. Hoy, para conmemorar el día contra la violencia machista, les quiero contar experiencias reales de mujeres reales que se enfrentan a esta lacra solas, con miedo y sin expectativas.

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