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Verónica Fumanal

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Turismo o tu barrio

Qué debe primar el derecho de los vecinos a vivir en sus localidades o el derecho de la industria del ocio, motor incuestionable de la economía española

Foto: Manifestación en Canarias para pedir un cambio en el modelo económico. (EFE/Alberto Valdés)
Manifestación en Canarias para pedir un cambio en el modelo económico. (EFE/Alberto Valdés)
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El color amarillo ya no es solo un símbolo de mala suerte o el color de los independentistas catalanes; desde el pasado fin de semana el amarillo es el color de la protesta contra la masificación turística gracias a las mareas amarillas que se congregaron en las capitales de las islas canarias bajo el grito “Canarias se agota”. El debate está servido, la actividad turística alcanzó los 155.946 millones de euros en 2022, un 11,6% del PIB, lo que supuso 3,9 puntos más que 2021. Sin embargo, las externalidades negativas son cada vez más importantes y los vecinos de los parajes turísticos de este país no aguantan más. Canarias se suma al movimiento que busca limitar la masificación turística que se inició hace más de un lustro en Barcelona o que denuncia que en Baleares no hay casas disponibles para los funcionarios, como médicos, policías o profesores, que son destinados a las islas.

El sociólogo, médico y profesor de Ciencias Sociales y Naturales de la Universidad de Yale, Nicholas Christakis, avisó en su nuevo libro que se aproximaban unos nuevos locos años 20, en los que tras la pandemia, la población buscaba disfrutar: “Si miras lo que ha pasado en los últimos 2.000 años, cuando las pandemias terminan hay una fiesta”. El ocio se ha convertido en una de las prioridades de gasto de muchas familias; lo confirman los datos de récord absoluto del sector turístico que ofrece unas cifras como nunca. De hecho, en la zona euro, la pujanza española económica se explica básicamente por nuestro sector turístico, frente a la situación de estancamiento de otros países que basan su economía en la industria como Alemania. Para resumir el asunto, digamos que la gente prefiere irse de Semana Santa a comprarse un coche. La cuestión está en disfrutar la vida, carpe diem.

Esta explosión del mercado del ocio hace que los emplazamientos turísticos estén a rebosar, un morir de éxito de toda la vida que está provocando el malestar de los ciudadanos que viven y trabajan en las Islas Canarias, Baleares, Barcelona, Madrid, Valencia, Sevilla, Málaga, Santiago de Compostela... tengan las dos caras de la misma moneda del turismo: por un lado, disfruten de una economía boyante en lo que se refiere a toda la cadena de valor del sector del ocio, pero al mismo tiempo, padezcan externalidades muy negativas que les impidan seguir viviendo en sus ciudades con calidad de vida.

La presión turística hace que los precios, en general, suban. Cuanta más demanda hay, más sube el coste de todo tipo de servicios básicos. La vivienda es la más evidente, los alquileres de larga estancia ya no son rentables en comparación con los turísticos, que pueden llegar a rentar un 500% más, por lo tanto, se retira vivienda del mercado para los empadronados y se destina a aquellos que pueden pagar una semana a precio de oro. Esto también afecta a restaurantes, comercios, servicios, generando una espiral inflacionista solo apta para los bolsillos de los turistas que vienen una semana a todo trapo.

Foto: Una marea humana responde en las calles al turismo de masas en las islas canarias. (EFE/Quique Curbelo)

Además, del aumento de la presión del coste de vida, existe otro tipo de molestias del turismo que no son cuantificables económicamente. La molestia de ser una zona orientada a la fiesta hace que los ritmos circadianos se alternen por el ruido perenne de los que no tienen que levantarse a trabajar. Los servicios públicos pagados por los empadronados dejan de ser accesibles para ellos: museos, playas, parques, calles, teatros, siempre están llenos, imposible competir con la previsión del que hace una previsión a meses vista para no perderse ningún punto de interés turístico de la ciudad. Por lo tanto, los empadronados pagan para que otros disfruten de sus atracciones y en muchos casos acaban expulsados de sus barrios, provocando la gentrificación de los centros de nuestras ciudades.

Las patronales del sector tienen, obviamente, otro punto de vista. Hosteleros, hoteleros, empresas dedicadas al turismo y el ocio, consideran que estas críticas son exageradas porque todo el dinero que trae el visitante es lo que permite que estas zonas gocen de un nivel de vida que otras la España vaciada no tiene, que se mejoren los servicios, que se invierta en infraestructuras, urbanismo y oferta cultural. Además, para España, el turismo sigue siendo su primera industria y quien está tirando de los datos económicos que hacen que nuestra economía ahora mismo esté más fuerte que la alemana. Manifestaciones como la del día 20 de abril en las islas Canarias o peor, acciones como las pintadas de autobuses turísticos como los que se producían en Barcelona, ahuyenta al turista que lo que busca es tranquilidad y pasárselo bien, no reivindicar su derecho a irse de vacaciones.

A nivel nacional, este debate no ha sido abordado, sin embargo, a nivel local y autonómico la polémica ha explotado y es imparable. Qué debe primar el derecho de los vecinos a vivir en sus localidades o el derecho de la industria del ocio, motor incuestionable de la economía española. La política debería poder hacer comulgar ambas cuestiones para no gripar la maquinaria del ocio, con una explosión de indignación ciudadana de rechazo hacia aquellos que lo único que buscan es disfrutar de nuestro maravilloso país. No hacerlo es relegar el debate, pero no acabar con él, porque manifestaciones como la canaria demuestran que los límites de la paciencia ya se han rebosado y que morir de éxito podría ser el peor de los finales.

El color amarillo ya no es solo un símbolo de mala suerte o el color de los independentistas catalanes; desde el pasado fin de semana el amarillo es el color de la protesta contra la masificación turística gracias a las mareas amarillas que se congregaron en las capitales de las islas canarias bajo el grito “Canarias se agota”. El debate está servido, la actividad turística alcanzó los 155.946 millones de euros en 2022, un 11,6% del PIB, lo que supuso 3,9 puntos más que 2021. Sin embargo, las externalidades negativas son cada vez más importantes y los vecinos de los parajes turísticos de este país no aguantan más. Canarias se suma al movimiento que busca limitar la masificación turística que se inició hace más de un lustro en Barcelona o que denuncia que en Baleares no hay casas disponibles para los funcionarios, como médicos, policías o profesores, que son destinados a las islas.

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