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Gibraltar: un verano “en el mejor sitio del mundo”
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Agustín Rivera

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Gibraltar: un verano “en el mejor sitio del mundo”

Si buscan monos o que hable de Moratinos y Caruana, vayan desconectando la Tinta. Estoy en la Playa de la Caleta. La más popular de Gibraltar.

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Gibraltar: un verano “en el mejor sitio del mundo”

Si buscan monos o que hable de Moratinos y Caruana, vayan desconectando la Tinta. Estoy en la Playa de la Caleta. La más popular de Gibraltar. Fotografío a un hombre mayor de noble planta. Me siento a su vera y charlo con él. “Esto es muy tranquilo. Como aquí no se vive en ningún sitio. Hay diferentes religiones y todos nos llevamos muy bien”. Lo asegura José Calamaro, 81 años. Nació en el Peñón, pero tras la Guerra Civil, junto a otros 500 llanitos, se refugió en la isla de Madeira. Su abuela y su tía recalaron en Jamaica. El 31 de mayo de 1944 regresó a Gibraltar. El 6 de junio de aquel año los aliados desembarcaron en las playas de Normandía. Calamaro trabajó 43 años a las órdenes del Ministerio de Defensa británico.

“Mira”, relata, mirando la Bahía, plagada de barcos de contenedores, “no hay tanta diferencia entre Gibraltar y España. Ya todos somos europeos”, asegura Calamaro, con dos hijos, de 55 y 46 años, solteros, que aún viven en su casa. Le pregunto cuánto tiempo hace que no disfruta de la playa, a estas horas de las tarde (las cuatro) casi tan abarrotadas como las de  Benidorm o El Bajondillo de Torremolinos. “Hace 16 años que no me meto en el agua”. La semana pasada, debido al viento de Poniente, la temperatura del mar estaba fría. Ahora está más templada. El retrato robot de la Caleta (conocida en los mapas como Catalan Bay) no difiere del de cualquier playa urbana española: fiambreras, sombrillas, adolescentes que coquetean, niños tirándose arena. Y el agua, sin estar sucia, no está precisamente transparente.

Diego Mena, 62 años, gasta pasaporte británico. No habla inglés, aunque entiende “algo”. Natural de San Roque (Cádiz), no tiene claro si el Peñón volverá a ser español algún día. “Hoy el mundo da muchas vueltas”, vaticina. Pero no he cruzado la frontera para hablar de política, sino cómo viven y pasan el verano los gibraltareños. O para recordar que en esta playa hay una roca gigante que se cayó hace años del peñón. La llaman La Mamela y en la entrada de esta zona hay un restaurante de idéntico nombres especializado en pescado fresco y decorado en relajados tonos azules.

Victoria Cross, de 19 años, es socorrista en la piscina del hotel Caleta Palace, un cuatro estrellas de 169 habitaciones. “Me gusta pasar aquí el verano. Hay sol todo el tiempo y tenemos de todo”, cuenta Cross, algo preocupada sobre lo qué voy a escribir de Gibraltar. Hoy, me informa esta bella chica, está de visita Alex Fergusson, entrenador del Manchester United, de profesión huérfano de CR9 (Cristiano Ronaldo). Cross, que quiere dedicarse en la vida a organizar eventos tras un año viajando, con preferencia en Australia, se divierte en la Playa de Levante (Eastern). “Hay gente más de mi edad y hay un chiringuito muy chulo” (entiéndanse las palabras entrecomilladas con acento llanito).    

Antes de entrar en Reino Unido intenté pasar el coche al Peñón. Jubilé la idea ante la legendaria cola de vehículos. Aparqué en La Línea y hablé con un par de taxistas. Ellos se cambiarían al instante por los gibraltareños, aunque la libra haya perdido fuerza. “Viven muy bien, trabajan la mitad que nosotros, ganan el doble y pagan la mitad de impuestos que en España”. En fin, parece ser el chollo del siglo ser gibraltareño, pero hay 5.000 linenses que trabajan en Gibraltar, pero residen en La Línea o alrededores. Uno de ellos dijo sin que yo se lo chivase que El Confidencial había sido “el primer periódico de España en exclusiva en Internet”. Hasta aquí el autobombo.

Salgo de Gibraltar esperando diez minutos a que abran el paso peatonal. Está aterrizando un avión de Easyjet. La danesa Lone Jensen (para los españoles se hace llamar Luna, por la similitud fonética a Lone), tiene casa en La Línea y trabaja en Gibraltar. “Estoy en los dos mundos. Me gano las libras en el Peñón y disfruto de la vida en España”. Calamaro, a quien dejé hace menos de una hora observando fijamente el horizonte de la Bahía, insiste que como en Gibraltar “ningún sitio del mundo”. Eso ya se lo he oído decir a infinidad de paisanaje de la Península, las Islas y hasta de los cuatro continentes. Aunque lo mismo, quién sabe, hasta lleva razón el jubilado de La Caleta.

Si buscan monos o que hable de Moratinos y Caruana, vayan desconectando la Tinta. Estoy en la Playa de la Caleta. La más popular de Gibraltar. Fotografío a un hombre mayor de noble planta. Me siento a su vera y charlo con él. “Esto es muy tranquilo. Como aquí no se vive en ningún sitio. Hay diferentes religiones y todos nos llevamos muy bien”. Lo asegura José Calamaro, 81 años. Nació en el Peñón, pero tras la Guerra Civil, junto a otros 500 llanitos, se refugió en la isla de Madeira. Su abuela y su tía recalaron en Jamaica. El 31 de mayo de 1944 regresó a Gibraltar. El 6 de junio de aquel año los aliados desembarcaron en las playas de Normandía. Calamaro trabajó 43 años a las órdenes del Ministerio de Defensa británico.

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